La noche parece esconder
demasiados secretos que se quieren decir a la luz de la luna. La frustración,
la mediocridad y el dolor se agolpan mientras la destrucción asola las almas de
un matrimonio que ya lo ha perdido todo. Juegan cruelmente a hacerse daño, a
ponerse en ridículo, a exhibir sus miserias como personas mientras el vacío se
instala en sus vidas. Todo lo que es mentira puede ser verdad y viceversa. Es
el eterno juego de la decepción y la fantasía. Una fantasía que es una vía de
escape porque la realidad ha sido tan dura que apenas se puede intuir cuánto se llegan a arrasar dos personas que se prolongan por inercia y se riegan con sus
propias lágrimas.
Al otro lado, otro matrimonio
joven, con sus ambiciones y sus errores ya a cuestas porque no es fácil
intentar enamorarse de alguien que está muy por debajo de tu altura
intelectual. Las bebidas se suceden y los mareos permanecen. La frustración y
el deseo de tener un hijo flotan en esa noche que parece que no acaba nunca
porque hay demasiadas cosas que no merecen ser contadas y deberían quedarse en
la intimidad de un dormitorio. Pero todo se diluye en el alcohol a chorro que
estos cuatro personajes se inyectan en una noche de catarsis y furia, donde
todos se harán daño y donde todos saldrán con la certeza de que la vida esa una
perra bromista que no deja de mirarles y de seducirles.
El ambiente universitario flota
alrededor de esa cosa donde se agolpan las humillaciones y donde las morales
son elásticas. Quizá hacerse más daño sea la única escapatoria posible para
ahuyentar el dolor, maldito dolor, que no se va por muchas copas que se tomen y
por muchas humillaciones que se pongan en práctica. El profesor que ya está de
vuelta, que no va a conseguir prosperar en la facultad de Historia teme al
profesor que aún está de ida, que tiene ambición y que sabe que, para
prosperar, hace falta relacionarse con las personas adecuadas. El ama de casa
carcomida por el dolor juega y juega y arrastra a su pareja para que todo sea
una endiablada charada, sembrada de mentiras, de mundos de fantasía, de nadas
disfrazadas de todo. La ratita sin demasiada personalidad que cazó a su marido
con un embarazo psicológico aguanta el espectáculo porque llega a creer que el
dolor es una escuela y que ahí está su cátedra. Las frustraciones llegan a ser
tan angustiosas que uno desea salir de esa casa, tumbarse en el césped y
respirar el aire de la luna cerrando unos ojos que vagan, por debajo de los
párpados, en busca de nuevas mentiras, de nuevas fantasías, de nuevos juegos de
humillación y deseo ahogado. ¿Quién teme a Virginia Woolf? Todos…
Impresionante interpretación de
Richard Burton y Elizabeth Taylor en una película que se atrevió a entrar en la
misma cocina de las familias de clase media americana con un punzón hiriente,
asesinando los falsos valores de la sociedad y diciendo bien a las claras que,
por lo general, no somos felices, no somos nada más que lo que la vida nos da
y, más bien, lo que la vida nos quita. Por muy terrible que sea, haciéndonos
solares de decepción, terrenos sin fuerza, estériles de afecto, una copa entre
muchas en medio de una noche de crueldad y tortura moral.
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