martes, 1 de julio de 2014

¿QUIÉN TEME A VIRGINIA WOOLF? (1966), de Mike Nichols

La noche parece esconder demasiados secretos que se quieren decir a la luz de la luna. La frustración, la mediocridad y el dolor se agolpan mientras la destrucción asola las almas de un matrimonio que ya lo ha perdido todo. Juegan cruelmente a hacerse daño, a ponerse en ridículo, a exhibir sus miserias como personas mientras el vacío se instala en sus vidas. Todo lo que es mentira puede ser verdad y viceversa. Es el eterno juego de la decepción y la fantasía. Una fantasía que es una vía de escape porque la realidad ha sido tan dura que apenas se puede intuir cuánto se llegan a arrasar dos personas que se prolongan por inercia y se riegan con sus propias lágrimas.
Al otro lado, otro matrimonio joven, con sus ambiciones y sus errores ya a cuestas porque no es fácil intentar enamorarse de alguien que está muy por debajo de tu altura intelectual. Las bebidas se suceden y los mareos permanecen. La frustración y el deseo de tener un hijo flotan en esa noche que parece que no acaba nunca porque hay demasiadas cosas que no merecen ser contadas y deberían quedarse en la intimidad de un dormitorio. Pero todo se diluye en el alcohol a chorro que estos cuatro personajes se inyectan en una noche de catarsis y furia, donde todos se harán daño y donde todos saldrán con la certeza de que la vida esa una perra bromista que no deja de mirarles y de seducirles.
El ambiente universitario flota alrededor de esa cosa donde se agolpan las humillaciones y donde las morales son elásticas. Quizá hacerse más daño sea la única escapatoria posible para ahuyentar el dolor, maldito dolor, que no se va por muchas copas que se tomen y por muchas humillaciones que se pongan en práctica. El profesor que ya está de vuelta, que no va a conseguir prosperar en la facultad de Historia teme al profesor que aún está de ida, que tiene ambición y que sabe que, para prosperar, hace falta relacionarse con las personas adecuadas. El ama de casa carcomida por el dolor juega y juega y arrastra a su pareja para que todo sea una endiablada charada, sembrada de mentiras, de mundos de fantasía, de nadas disfrazadas de todo. La ratita sin demasiada personalidad que cazó a su marido con un embarazo psicológico aguanta el espectáculo porque llega a creer que el dolor es una escuela y que ahí está su cátedra. Las frustraciones llegan a ser tan angustiosas que uno desea salir de esa casa, tumbarse en el césped y respirar el aire de la luna cerrando unos ojos que vagan, por debajo de los párpados, en busca de nuevas mentiras, de nuevas fantasías, de nuevos juegos de humillación y deseo ahogado. ¿Quién teme a Virginia Woolf? Todos…

Impresionante interpretación de Richard Burton y Elizabeth Taylor en una película que se atrevió a entrar en la misma cocina de las familias de clase media americana con un punzón hiriente, asesinando los falsos valores de la sociedad y diciendo bien a las claras que, por lo general, no somos felices, no somos nada más que lo que la vida nos da y, más bien, lo que la vida nos quita. Por muy terrible que sea, haciéndonos solares de decepción, terrenos sin fuerza, estériles de afecto, una copa entre muchas en medio de una noche de crueldad y tortura moral.

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