Capturar la belleza entre los
reducidos ángulos de un lienzo es algo tan difícil que, a menudo, se confunde
su búsqueda con su finalidad. La realidad está ahí y la mirada del pintor que
se atreve con ella es el tamiz por donde pasan sus inquietudes, sus sueños, sus
verdades y sus mentiras. Y no por ello el artista tiene que ser alguien con una
cultura contrastada y absolutamente elitista. El autor puede que sea una
persona con un sentido estético excepcional pero que no sepa expresarse más que
a través de gruñidos.
Así podemos llegar a saber que la
furia de la creación puede dar lugar a cielos imposibles, llenos de ira
difuminada por la intervención del ser humano. Las olas del mar se encrespan
como enormes lenguas que buscan engullir a los incautos marineros que se
atreven a surcar sus aguas. Las nubes se enroscan en sí mismas para mostrar su
lado más oscuro atenuado por el rojo que augura un crepúsculo existencial que
no se descifra con una simple mirada. La genialidad está en otorgar un toque de
color en un paisaje airado, como una señal de la inmensidad en medio del viento
que expresa mucho más que un festival de color que desdibuja la verdadera
intención del pintor. Y es que el pintor de naufragios que fue William Turner
sabía mucho sobre ellos porque su vida se zarandeaba peligrosamente en una
deriva que solo encontraba la calma en un rincón donde encontró una estabilidad
casual.
Más allá de eso, Turner rompió
esquemas para inundar sus cuadros de luz, para elevar al sol a la categoría de
divinidad en una vida en permanente sombra. El gris de su existencia, con el
cariño tomado con equivocaciones impulsivas, fue atenuado por una mirada que no
sabía muy bien interpretar el devenir inevitable de la vida pero que se convertía
en el primer paso para hacer de la pintura un poema de tormentas, de ocasos y
penumbras, de velas forzadas por el empuje huracanado, de gestas imposibles que
se empequeñecen ante el tremendo espectáculo de la propia Naturaleza. La
genialidad se había aposentado en un bruto que no sabía amar, no sabía
compartir, no sabía vivir y apenas supo morir.
Mike Leigh dirige la película con un
aire de improvisación cercano a la pesadez con algunas secuencias especialmente
brillantes entre las que se incluye la crítica al arrogante carácter británico,
empeñado en establecer reglas para un arte que moriría sin la innovación y que
resulta ridículo al llenar de palabras lo que solo puede ser contemplado por la
vista. La fotografía resulta especialmente hermosa y Timothy Spall realiza un
trabajo más que notable en la piel del pintor inglés pero toda la trama se
desliza a través de escenas que resultan mediocres, prescindibles y muy
carentes de interés salvo para dar la impresión general de que Turner no sabía
expresar sus sentimientos más allá del límite de un pincel. Y eso resulta
fatídico si se quiere describir con pasión las razones de la genialidad.
3 comentarios:
Estoy de acuerdo contigo y con nuestro comúnmente admirado Oti Rguez Marchante que dice en su crítica que Leigh y Turner son dos artistas antagónicos con técnicas también muy distintas. Al pintor le interesaba más el paisaje sobre el individuo mientras el cineasta es más bien un retratista al que le interesa por encima de todo el alma humana. A mí por ejemplo "Antoher year" me parece en este sentido un peliculón que roza la obra maestra.
En cuanto a esta película, pues sí, es una antología desordenada y algo dispersa de episodios de la vida de Turner. Con momentos muy brillantes pero algo aislados. A mí me va ganando más hacia el final con esa mayor carga de emotividad que le da Leigh. Con una foto impresionante y un gran Timothy Spall. Me llegaron otras interpretaciones como las de Hannah y la señora Booth, pero se echa en falta que a otros personajes no se les haya sacado más partido (como al que interpreta sin ir más lejos Ruth Sheen, la protagonista de la mentada "Another year").
Aprovecho para desear a tus leyentes y a ti por este medio un muy feliz 2015.
Abrazos con brocha gorda.
Soy dexter que he olvidado mi contraseña y por costumbre también olvidé firmar.
Yo creo que a Leigh le atrae de Turner esa capacidad de improvisación genial que se pone de manifiesto en la escena del punto (por cierto, con mucho, la mejor escena de la película). Lo cierto es que debe de ser una de las pocas películas en las que el retratado no sale demasiado bien parado. Turner está dibujado como un tipo hosco, que es incapaz de sentir empatía por los demás, huraño, casi un sociópata. La película, en sí, me pareció bastante rollo, la verdad. Es verdad que tiene algún momento bueno (la escena del punto y alguna más) pero carece de cohesión y no se abunda demasiado en la genialidad de un pintor que sabía poner en un lienzo la verdad del tiempo atmosférico en un entorno hostil como es el mar. La verdad, a mí Turner es un pintor que siempre me ha gustado mucho y comprendo que se le considere como uno de los más importantes pintores de la escuela británica por encima de Constable.
En cuanto al resto del reparto...tampoco me pareció nada del otro jueves. Creo que Spall domina la película bajo una dirección férrea de Leigh y que la película se queda muy a medio camino de todo lo que quiere contar.
Dex...no vas a volver al gus? Huérfanos nos dejas.
Feliz año nuevo.
Abrazos con disolvente.
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