viernes, 23 de enero de 2015

WHIPLASH (2014), de Damian Chazelle

El jazz es ese falso amigo que te abre las puertas de sus partituras con una sonrisa, con la afabilidad propia del maestro que es exigente pero comprensivo. Pero una vez que intentas dar lo mejor de ti mismo, el jazz se convierte en un tirano que siempre se enroca en una sola palabra: “Más”. Y no dejará de exigir ese adverbio de cantidad en sus múltiples cambios, en sus improvisaciones, en sus verdaderas acepciones, en sus innatas convicciones de ser una música libre sujeta a las estrictas reglas del talento. No todos los días nace un Charlie Parker. No todos los días se puede ver a un pájaro volar.

La batería es un mosaico de ojos recubiertos de lona que trata de infligirte el severo castigo de un ritmo determinado. Siempre se ha dicho que el baterista de cualquier grupo de jazz no tiene en su instrumento a un amigo, sino a un enemigo al que tiene que golpear, dominar y vencer. No todos son capaces de ello. La velocidad, la técnica, la anticipación, el instinto…el instinto, joven e impetuoso, es el que lleva al talento. Tal vez porque pensamos muy a menudo que el talento es algo innato en quien decide llevar algo de magia a los oídos y en muchas ocasiones, en la inmensa mayoría de ellas, es una cuestión de trabajo, de perseverancia y de ser capaz de no rendirse ante nada. Ni siquiera ante un tipo que solo demuestra humanidad con quien no hace música.
Así pasan las horas, las broncas, las estupideces propias de un músico que también se siente libre para hacer una música libre, tan libre como para insultar, para agredir y atemorizar a todo aquel que tiene la osadía de tocar un instrumento delante de él. Y no parará con sus humillaciones ni siquiera cuando las tormentas sean un redoble anticuado. Su arma es esa. Su instrumento es la batería.
Hurgando en las condiciones del talento, en la exigencia, en el camino lleno de espinas que lleva a la creación, Damian Chazelle ha realizado un interesante estudio sobre las metas y la capacidad de vivir con ellas a partir de un cortometraje que antes había dirigido él mismo. Con la complicidad excepcional de J. K. Simmons en el papel de implacable maestro que no quiere solo que la letra entre con sangre sino que quiere causar sangre para que la letra salga sola, Simmons compone un personaje retorcido, absolutamente auténtico, que existe en muchas universidades pero que siente y presiente que el verdadero talento solo puede aflorar llevando al individuo a una situación límite. El jazz no deja de resonar en toda la película, con la batería como instrumento dominante, con la exigencia más cruel planeando sobre cada doble ritmo, cada golpe de platillo. El resultado es una historia que, en el fondo, habla sobre la obligación de madurar sin descanso, empujados por una sociedad que siempre espera lo mejor pero que no te devuelve nada. Y nunca lo hará.

El camino de la genialidad comienza por el reconocimiento de los propios límites y es absurdo intentar sacar lo mejor de cada uno colocando a las almas en el borde del abismo. Porque por cada uno que lo aguante habrá otros cien que no lo hagan y el talento es un patrimonio de la Humanidad que, desde luego, hay que compartir…pero la habilidad del que enseña tiene que estar de manifiesto en ese proceso dejando de lado el miedo y la barbaridad. No se puede jugar a la comodidad para luego levantar a los invitados a patadas. Por mucho que el resultado final sea espectacular, por mucho que el público se rompa las manos a aplaudir. Y sin embargo, no solo en cuestiones de talento, sino también en las laborales, hay muchos que se empeñan en exprimir para conseguir más y el riesgo es que se queden con las manos vacías, con los esfuerzos rotos, con la sangre seca, con la mirada perdida y el pensamiento extraviado. Ansiedad, depresión y la seguridad de que el fracaso no se irá nunca. Y eso es algo con lo que es muy difícil vivir…por mucho que la mayoría de nosotros seamos unos fracasados.

3 comentarios:

dexterzgz dijo...

Esta sí que me parece una peli brillante. Aquí hay mucho más que una gran interpretación que sin duda pasará a la Historia (Simmons ganará el Oscar como un falso secundario porque es claramente coprotagonista absoluto). Lo que comentas del jazz es aplicable a muchos otros campos, pero sí que es verdad que el ejemplo es muy válido porque como se llega a decir en un momento dado el jazz se muere poco a poco y también la cultura del esfuerzo, se premia el conformismo y se sobrevalora la mediocridad en un mundo en el que el halago máximo es decir "buen trabajo".

Uno de los amigos con los que acudí a ver la película me comentaba después lo flojo y facilón del guión. ¿Flojo? tiene un montón de detalles estupendos amén de un guión que en muchas ocasiones te deja sin aliento. Su principal virtud para mí es superar el habitual tono muermo de las producciones indie para convertirse en una película de género... de terror, casi. Tiene mucho de trhiller también. ¿Facilón? No es una película de superación más. Podría haber acabado con el habitual tópico del profesor cabrón redimido, confesando un trauma infantil que le obliga a ser así. Pero no... y hasta ahí puedo leer.

Abrazos suplentes

dexterzgz dijo...

amen de un guión= amen de un montaje.

Abrazos titulares

César Bardés dijo...

Yo creo que es una excelente película. Es verdad que está muy bien parida, que huye de tópicos, que lo del guión no es nada fácil (incluso a mí me sorprende el final) y que es un canto a la cultura del esfuerzo. Solo quiero hacer dos matizaciones. Una es J.K.Simmons. El trabajo de este hombre es extraordinario (es graduado en Música) y es verdad que siempre le he visto en papeles muy secundarios por ahí y que siempre me ha llamado la atención. Además arrastra una fama de afable y de tío asequible que choca de manera considerable con el tipo que hace en esta película.
También quería hacer otra matización con respecto a lo "fácil" que puede ser esta película. Sin entrar en detalles...yo creo que el final no es nada feliz. Y eso también me impacta. No me imagino (como muchos piensan) que después del concierto se vayan a tomar unas cañas (no descubro nada). Lo que queda después es más dolor, más frustración, con todo el arte que tú quieras, pero son enemigos y siempre lo serán.
Sí que tiene mucho de "thriller" porque Simmons le da un aire al personaje que lo hace realmente temible. No es nada extraño que los chicos lloren o se desesperen como lo hacen. Además de todo eso, hay que destacar la excelente música con ese "Caravan" de Duke Ellington y Juan Tizol y una fotografía muy cuidada en la que predomina (en un acierto estético) el negro.
Abrazos jazzísticos.