martes, 7 de noviembre de 2017

COLORADO JIM (1953), de Anthony Mann

El rencor es algo que se desliza entre las piedras desnudas de la venganza. Howard Kemp lo perdió todo en la guerra. Su granja, su familia y su moral. Se ha convertido en un hombre tan despiadado como aquellos a los que persigue. Y más aún si la presa es Ben Vandergroat, un tipo que no merecería ni pisar la tierra que saquea. Cuando consigue atraparlo, Ben, sutil y ladinamente, se dedica a sembrar semillas de desconfianza, de envidia, de soberbia, de lujuria, de desprecio. Quiere que esos tipos que han conseguido atarle sobre la silla de un burro se maten unos a otros. Y el primero de todos ese Howard Kemp que, primero, se hace pasar por un hombre de ley cuando no es más que un miserable cazador de recompensas, un buscavidas lleno de odio que trata de lavar no sé qué ofensa del pasado. Es fácil cuando el móvil es el dinero. Ben Vandergroat lo sabe muy bien. Su oficio consistía en quitarle el dinero a los demás y no repartir con nadie. Y el que se oponía se llevaba su parte de plomo.
El paisaje nevado y abrupto parece acusar a todos los hombres y a la mujer que vagan por ese territorio agreste y violento. Sus enormes montañas solo descansan en el ruido de los cascos de los caballos sobre la piedra que brota de los ríos. Es una orografía de caracteres que abruma y agobia a cada nuevo paso de la caravana. El cobarde, el viejo cansado de buscar oro, el delincuente, la chica que, en el fondo, solo desea un hombre honesto a su lado y el miserable cazador de recompensas. Cinco fugitivos de la moral que solo entiende de espuelas desnudas, de punzadas de filo cortante, de tributos de crueldad que se pagan con gusto porque los ceros llaman al alma. Todos ellos son heridas del terreno que parece no quererles en los rincones de lo correcto. Aunque, quizá, en algún lugar perdido, en medio de ninguna parte, la razón se recupere de sus heridas y el enfrentamiento tenga lugar dejando a los hombres buenos de un lado y a los malos de otro.

Espléndidas interpretaciones de todo el reparto, compuesto por James Stewart (más brutal que nunca), Robert Ryan, Millard Mitchell, Ralph Meeker y una juvenil Janet Leigh bajo la dirección de Anthony Mann. Western de paisajes escarpados y éticas quebrantadas que trata de mostrar que todos los hombres buenos tienen un lado intensamente malo y que las situaciones extremas definen el lado en el que se sitúan. Moral y épica en el mismo cabalgar demostrando que un verdadero maestro de las películas del Oeste podía hacer que nos quedáramos pensando en qué lugar nos situaríamos nosotros.

2 comentarios:

CARPET_WALLY dijo...

Es curioso lo de James Stewart, un tipo que compone como nadie el proptotipo de buena persona, (tanto al menos como Henry Fonda) una persona en quien confiar, el buenazo, tal y como lo demuestra en "Que bello es vivir", por ejemplo. Incluso un poco papanatas y torpon con esa delgadez descoyuntada. Para nada un hombre de acción, de tipo con el que es mejor no meterse, todo lo contrario, y así lo vio Liberty Valance que lo eligió como victima de sus abusos porque sus ideas estaban soliviantando su reinado del miedo.

Y sin embargo, que fácil era para él componer personajes con dobleces, con un punto de crueldad, de cinismo e incluso de maldad si se lo proponía. Aunque aquí fuera el "bueno", lo era en contraposición al "peor" no porque su personaje fuera un dechado de virtudes, tampoco en "Winchester´73" o en "Dos cabalgan juntos", incluso en "Vértigo" el "bueno" que James componía tenía un lado muy oscuro.

Es evidente que era un grande y en esta película lo demuestra con creces.

abrazos a caballo

César Bardés dijo...

La sensación que siempre tengo con James Stewart es que, efectivamente, cuando componía al hombre bueno era estupendo, que lo hacía con facilidad porque, en el fondo, algo de esa bondad que enseñaba en las películas la atesoraba también en su interior. Pero es que cuando se hacía cargo de un papel con dobleces, me parece fascinante, tal vez arrastrado por su imagen anterior, desde luego. Pero es que es cierto lo que dices con esos personajes con dobles en las películas de Mann, de Ford o de Hitchcock...pero en ésta en concreto, no solo tiene dobleces sino que también llega a ser brutal. Stewart compone el personaje como si arrastrase una especie de rabia interior que apenas es capaz de controlar. Y es brutal cuando coge el revólver y se apresta a defenderse o a terminar con la situación a la que les ha llevado Vandergroat (un inmenso Robert Ryan, ladino como pocos, poniendo trampas verbales a cada paso de la caravana que le lleva a prisión y a la recompensa para los demás). Mann consiguió sacar el lado más perverso de Stewart y, aún así, consiguió que ese personaje amargado, mentiroso y despreciable nos cayera bien. No es fácil.
Abrazos con recompensa.