Hacer de loco siendo un
loco. El Marqués de Sade desea que los locos digan un puñado de verdades desde
la misma inocencia de la locura. Quiere arrojar a la cara de un puñado de
engominados la idea de que la Revolución fue una farsa, que cambió muy pocas
cosas, más que nada porque puso a otros en el lugar que ostentaban los primeros
para que siguieran las ejecuciones, las ignominias, los desprecios sociales y,
sobre todo, el hambre. El señor de Sade quiere venganza y lo va a hacer a
través de un puñado de dementes. A conciencia. Sin control.
La historia es simple.
Se trata de recrear el asesinato de Jean-Pierre Marat por Charlotte Corday y
las razones por las que se produjo. Marat, el ideólogo de la Revolución, el
apestado que tenía que vivir dentro de una bañera acosado por una dermatitis
infernal, sabe que se ha traicionado todo por lo que se luchó, pero no hace
nada. Sólo escribe, escribe y también recibe. Mientras tanto, los maníacos de
la conspiración siguen moviendo sus piezas para derrocar a la República
poniendo a un Emperador. El bonapartismo crece por toda Europa y no hay nada
mejor que un caudillo para liderar el futuro de Francia. Al infierno con el
hambre, al diablo con las peticiones populares por una vida digna. La República
se hizo para salvar sus libertades, no para darles de comer. En las sillas, dos
ociosas espectadoras se unen a la representación. Tengan cuidado, madames, la
locura no es fácil de controlar.
Basada en el
extraordinario texto teatral de Peter Weiss, el afamado director escénico Peter
Brook lleva al cine su propio montaje representado por la Royal Shakespeare
Company. Respetando fielmente el escenario teatral, Brook maneja a esos actores
del desquiciamiento hacia la radicalidad, hablando sobre lo humano en la rebelión
y en el peligro de que, cuando las Revoluciones se han cobrado su tributo en
sangre, las guillotinas y los filos demasiado afilados comienzan a convertirse
en un arma para el control de cualquiera que huela a disidencia. Y si el
acusado es demasiado famoso, siempre habrá plaza en algún manicomio donde será
azotado, perseguido y humillado hasta revolcarse en su propia suciedad. A
partir de ahí, no está de más, como medida terapéutica, obligarles a montar un
teatrillo para entretener a los cuerdos, a ver si así se dan cuenta de la farsa
en la que viven.
El problema está en que
esos locos, esos rostros deformes por la neurosis, esas mentes perdidas en los
sumideros de la Historia, pueden decir muchas verdades en el escenario. Puede
que verdades disfrazadas o tergiversadas, pero verdades que evidencian la gran
oportunidad perdida de la Revolución Francesa. Y siempre son los políticos los
que corrompen cualquier gran idea. Tanto es así que parece que el mismísimo
Marqués de Sade alberga buenas intenciones con esas representaciones aunque en
su corrompida alma sólo puede albergar odio hacia el pueblo francés.
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