viernes, 20 de julio de 2018

DOS EN LA CARRETERA (1967), de Stanley Donen

Ya estamos todos deseando tomar el sol o hacer una buena excursión por el campo. Las visitas bajan hasta el mínimo y es hora de tomarse un descanso así que, con esta película que narra muchas vacaciones, vamos a clausurar el blog hasta el martes 4 de septiembre. Mientras tanto, disfrutad, intentad ser felices y, sobre todo y ante todo, no dejéis de ir al cine, de ver películas, de soñar. Un beso para ellas y un abrazo para ellos. Feliz verano.

Todo empieza con una búsqueda que encuentra. Y la estación de llegada suelen ser dos ojos. Miran de una forma especial y tienes la sensación de que aquella mirada nació para ti. Claro, también hay casualidades que ayudan como, por ejemplo, la promesa de pasárselo bien al lado de unas cuantas chicas o que la que más fácil lo pone cae presa de un picor de pollo, pero eso es absolutamente secundario. Está esa complicidad que hace que todo salga con naturalidad, que haga que, de repente, los días sean más bonitos, más fáciles de llevar, más encantados de llegar. Una ropa indicada, un sitio para comer, un gesto que te parece un hechizo. La conversación fluye, como si fuera algo predestinado, y entonces hay gustos o puntos de vista que parecen partidos por la mitad y, de repente, se unen, allí, en cualquier sitio perdido. La cercanía no es solo física, también es de afinidades, de reacciones, de miradas…esas miradas que, si fuéramos un tercero, tal vez nos harían llorar de emoción, de ternura, de cariño, de ensoñación. Y el viaje, en esta ocasión, es, de verdad, un sueño.
Parece que el amor irrumpe y entonces quieres agradar, quieres que cada día, ella esté más enamorada de ti, que le guste tu sentido del humor, tu esfuerzo por construirte un futuro en el que, muy posiblemente, esté ella también, tus genialidades que ayudan a pasar una larga noche de ayuno, o una larga noche de hastío, o una larga noche de sexo, o una larga noche de aburrimiento. No importa, quieres sentirte necesario para ella y ella, allí, en ese momento, lo es todo, no existe nadie más, nada más y eso, para ti, es suficiente.
El amor se hizo juramento y el matrimonio trajo a los hijos y los hijos son tiempo y dedicación y exclusividad y prisas. El trabajo debería pasar a segundo plano, pero no has estado estudiando tan duramente para que luego los resultados pasen a tener una importancia relativa. Hay que trabajar, hay que presentar proyectos, hay que progresar y, en esa vorágine de nervios, te olvidas de que deberías trabajar por ella, que tendrías que presentar proyectos de vida en común, que todo progreso es inútil si ella no está. Los viajes se suceden, igual que los días, y entonces comienza la distancia, esa misma que acortas en cada viaje y alargas en tu convivencia.

De repente, esa mirada que te fascinó es más amarga. Tú has tenido alguna aventura y sabes que eso, más allá de la satisfacción del momento, fue un fracaso para ti. Sin embargo, ella se pasea por delante de ti con otro del brazo, intentando causarte dolor. Y es entonces, y solo entonces, cuando aparecen los hombres de verdad, porque ahí es cuando deben rebuscar en sus entrañas y remover todo lo que hizo que aquella mirada fuera tan especial, aquellos instantes fueran los más felices de tu vida y aquellos días en los que ella sonreía y se sentía feliz eran los días en los que tú sonreías y te sentías feliz. Tienes que volver a la carretera. Tienes que volver a la carretera con ella. Tienes que conseguir que esa mirada se mantenga y debes emplearte a fondo. Si no, todo lo que viviste con anterioridad será un coste irrecuperable, un fondo perdido, una nada disfrazada de todo. Tú y ella. La chica que te hizo ser un hombre diferente y especial. Eso no lo consigue cualquiera, Mark.

No hay comentarios: