martes, 17 de julio de 2018

OCHO SENTENCIAS DE MUERTE (1949), de Robert Hamer

Si queréis escuchar el divertido debate que sostuvimos en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla alrededor de "Terciopelo azul", de David Lynch, lo podéis hacer aquí.

Ascender en la escala social hasta conseguir un título nobiliario es muy fácil. Basta con eliminar a todos los que están antes en la línea de sucesión. El ducado de Chalfont es una pieza muy ambicionada por unos cuantos y bastante estúpidos pretendientes que guardan entre sí un sospechoso parecido físico. Ahí tenemos al pastor gangoso, al actual duque, al panoli al que le gusta empinar el codo y lo hace a espaldas de su señora esposa, a la activista por los derechos de la mujer, al banquero, al hijo del banquero…en total ocho obstáculos que van a ser eliminados sin ninguna contemplación por el eslabón más bajo de la cadena sucesoria. Todo porque la madre del individuo en cuestión fue rechazada en el seno de tan insigne familia porque quiso enamorarse de un melifluo italiano que cantaba ópera. Eso no se puede permitir en ninguna familia de rancio abolengo. El hijo de la repudiada ve la oportunidad y decide entrar en el árbol genealógico de los d´Ascoyne…y se van a enterar todos los que lleven ese apellido.
Por otro lado, hay algo más que sirve de acicate al muchacho. Una chica que decide casarse con otro a pesar de que está enamorada de él. Ella también tiene su perfidia a punto y eso hace que el desprecio y odio que siente el último de los d´Ascoyne se multiplique por ocho. Le humilla, sencillamente, porque es pobre. No conoce a los Mazzini, que el muchacho también tiene su mitad italiana. Así que todo hay que planearlo cuidadosamente. Y lo más difícil es el acercamiento a cada una de las personalidades insignes que le cierran el paso.
Sin embargo, hay un pequeño inconveniente en todo ello. Es el sempiterno y algo ridículo afán por pasar a la posteridad. Cuando parece que todo el camino está libre, un olvido insignificante puede cerrar las puertas a la vida. Lástima. El muchacho, ya no tan muchacho, lo tiene todo al alcance…y lo va a perder todo sin alcanzarlo. Imperdonable. La curiosidad humana va a matar al asesino. La nobleza ya no es lo que era.

Ésta es una de las mejores comedias de la Ealing, afanada por poner en tela de juicio la nobleza inglesa, sujeta a apariencias y falsedades, a estúpidos convencionalismos que impiden ver la humanidad que existe detrás de las personas. Excelente la interpretación de Dennis Price como el conspirador ladino e irritantemente educado, siempre con la expresión perfecta a punto de salir de sus labios, que decide no quedarse en el anónimo Mazzini y convertirse en el más alto de los d´Ascoyne. Pero, por encima de él, realizando la labor de muchos secundarios, está Alec Guinness, dando cuerpo a ocho papeles condenados a morir por la ambición, la envidia y la venganza de un pobre hombre que desea quitarse de encima la permanente sensación de la humillación. Y Alec Guinness lo hace con un buen oporto entre las manos y el paladar, con mucho gusto y poco exceso, como corresponde a un actor que hizo de la nobleza todo un recurso interpretativo.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Hola.
Deliciosa, imaginativa y con bastante humor negro. De regalo, ese fantástico tour de force por parte de ese animal interpretativo llamado Alec Guiness. Por cierto, me chifla las pelis de los estudios Ealing.
Saludos.

César Bardés dijo...

Las películas de los estudios Ealing son auténticas maravillas de la comedia. Elegantes, imaginativas y, sobre todo, inimitables. Y lo de Alec Guinness es de estudio. Para mí, uno de los mejores actores de la historia. Versátil y único. Con respecto a él tengo una anécdota preciosa que tuvo a bien contarme mi amigo Miguel Rellán.
En cierta ocasión, Miguel Rellán interpretó a Cervantes en una producción televisiva titulada "La gallina de Cervantes". El último plano consistió en un larguísimo plano en el que Cervantes cogía un burro y cabalgaba hacia el ocaso. Le dijeron que cogiera a la acémila y que fuera para allá sin mirar atrás y siguiera, que ya irían a buscarle. Dicho y hecho, Miguel fue para allá, bajó un pequeño terraplén y se encontró con que allí se estaba rodando otra película. Se acercó con el burro y se encontró a un hombre que estaba sentado en una piedra, vestido con armadura, esperando a que terminaran de colocar las luces. Su sorpresa fue mayúscula cuando se percató de que era el mismísimo Alec Guinness. Miguel, con su peculiar sorna, se le acercó y le preguntó:
- ¿Es usted Don Quijote?
El hombre asintió y Miguel, sonriendo, contestó:
- Yo soy Cervantes.
Alec Guinness estaba rodando allí "Monseñor Quijote".
Saludetes.