Esta es la historia de
unos cuantos hombres que mantenían la ilusión en el corazón mientras batían las
alas de sus pies. Llegar a una Olimpiada es el sueño de cualquier deportista y,
quizá, los inicios no fueron tan fáciles. Hubo que superar muchas dificultades,
muchas pruebas previas para llegar a lo más alto del podio. Corrían durante
interminables horas por la playa, con el agua mojando sus alas, mientras la
fuerza de su interior les empujaba a ser los más veloces, a llegar un poco más allá,
a conseguir lo que nadie había conseguido antes. Algunos tuvieron que luchar
contra el racismo más reprochable. ¿Cómo iba a ser mejor un individuo judío que
cualquier inglés? Es imposible. ¿Y además mandarlo en la representación de Gran
Bretaña para la Olimpiada de París? Usted sueña. Sólo se podía ir si era el
mejor sin discusión. Y eso es por lo que esos hombres lucharon. Por ser los
mejores. ¿Un pastor de la fe dedicándose a correr en pantalón corto en una
pista de atletismo? Pero… ¿se han vuelto todos locos? Claro que, si es un
hombre que tiene a Dios de su parte, ¿qué puede salir mal? Hay que trabajar
mucho, sudar mucho, esforzarse más, levantar la pierna más que el otro,
conseguir la zancada más efectiva, correr sin mirar al contrario, la vista puesta
en la meta, la verdad en la mano cerrada, la certeza en las entrañas y la
ambición en los ojos. Esos muchachos, en 1924, llegaron a ser verdaderos carros
de fuego, imparables, capaces de avanzar en las pistas de ceniza como si
sobrevolasen la dura realidad. Eran invencibles.
Aún recuerdo la enorme
sorpresa que se instaló en el patio de butacas de la ceremonia de entrega de
los Oscars de 1981 cuando se anunció que la ganadora a la mejor película de
aquel año era Carros de fuego, de
Hugh Hudson, derrotando en todos los pronósticos a Rojos, de Warren Beatty, el cual tuvo que conformarse con el premio
al mejor director. Nadie lo esperaba. Era una película pequeña, estrenada casi
de tapadillo, nominada casi con timidez y en atención a su impecable factura visual.
Pero corrió tanto y tan rápidamente como sus protagonistas. A raíz del premio,
se reestrenó con todos los honores y todos pudieron contemplar las razones por
las cuales esta película era mejor que la de Beatty. A menudo, en los largos y
difíciles días que nos toca vivir, hay que ponerse esa escena con los hombres
corriendo por la playa, entrenándose sin desfallecer, más allá de la
comprensión, para afrontar el día tal y como ellos hicieron con sus desafíos:
con la ilusión instalada en su corazón y con alas en sus pies. Mientras tanto,
la música de Vangelis nos hace vibrar, nos transporta allí mismo, a las orillas
del Canal de La Mancha y nos hace desear compartir unos metros de júbilo con
esos hombres que corrían sonriendo.
4 comentarios:
No me gusta demasiado "Rojos", que me parece demasiado larga y aburrida. Tampoco doy por bueno el Oscar de "Carros de fuego", que no obstante me gusta más. Pero, repasando las otras finalistas de aquel año, descubro que allí estaban también dos películas con las que crecí y por las que siento una emoción muy especial, "En el estanque dorado" y "En busca del arca perdida", y una tercera que con el tiempo he llegado a apreciar mucho ("Atlantic City") y que pertenece a uno de mis intocables, Louis Malle.
En cualquier caso, es una de esas películas a las que quizá el reconocimiento de la Academia le sienta mal, porque analizándola y viéndola desde otra perspectiva no es tan mala, y desde luego es mucho más que la - gloriosa- escena de Vangelis en la playa.
Abrazos desde la meta
Es que esa escena en concreto, que hemos visto hasta la saciedad, es uno de esos momentos en los que el cine se vuelve magia. A mí me parece un Oscar que está muy bien (aunque, desde luego, no hubiese desentonado el Oscar para el estanque o para el arca) y me sigue gustando mucho esta película porque, además, es una de las mejores que se han hecho nunca con el deporte como fondo. De hecho, me emociona mucho más que "El héroe de Berlín", por ejemplo, en la que se cuenta la hazaña de Jesse Owens y me parece infinitamente mejor.
Lo que pasaba aquel año es que la superproducción de Beatty parecía que iba a ganar a todas estas que nombras y casi, casi, es la peor de todas ellas, por muy bien hecha que esté (que lo está). "Carros de fuego" no sólo describe las dificultades de una serie de hombres que querían reconocimiento y que sus circunstancias personales les impedían triunfar. Y lo consiguieron con generosidad y con afán de superación. Sí, esta película me llega a emocionar.
Abrazos desde la pista de ceniza.
Me ha entrado la curiosidad por volver a revisar "Carros de fuego". Es maravilloso sentir la magia en el cine, pero también contagiarla y sentirse contagiado. Tú has conseguido transmitirme esa emoción. De todas formas, seguro que me gusta más que "El héroe de Berlín" que me pareció muy, muy floja, un telefilm y no de los buenos.
Abrazos desde el podium
Gracias. Contagiar la pasión por cualquier película es una de las misiones que cualquier crítico que se precie no debería olvidar. Si lo he conseguido contigo, ya has hecho que el día tenga otro color.
Abrazos con la medalla colgando.
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