jueves, 28 de marzo de 2019

DOLOR Y GLORIA (2019), de Pedro Almodóvar

La inspiración es una brisa que, en demasiadas ocasiones, roza suavemente el rostro y se va volando, sin posibilidad alguna de atraparla y convencerla de que se quede durante más tiempo. Y, a veces, los que crean, se esfuerzan por asfixiarla porque sólo miran hacia adelante, buscando un nuevo éxito que parece aún más difícil, como si temieran defraudar las expectativas de un público ávido de respuestas y de sensaciones aumentadas. Y no es tan complicado, porque esa inspiración suele estar ahí, ya en el pasado, esperando solamente el filtro de la razón.
Somos nuestros recuerdos. Y no sólo eso. Somos nuestros recuerdos compartidos porque, de lo contrario, no son más que momentos inútiles que quedan en nuestro cine interior de un solo espectador. De esa forma quizá se pueda crear algo nuevo, en una imposible amalgama de pasados, presentes, ensoñaciones, verdades o, incluso, recuerdos que creemos sinceros cuando son solamente rememoraciones insistentes que nos hemos llegado a creer. Hay que acudir a esos instantes que nos han hecho ser quienes realmente somos, sin fingimientos, sin posturas, nada más que seres humanos que han acertado, han fallado, han caído, han viajado, se han quedado y han fracasado en muchos aspectos. Tal vez la soledad comience a dar largos silbidos que delaten su existencia, acuciando la perezosa imaginación. Puede que haya que regresar a situaciones que se decidieron borrar de la mente por un equivocado instinto de supervivencia. Incluso, con un último error, es posible hacer trampas para que el día a día sea un poco más soportable cuando no nos soportamos a nosotros mismos.
Así que es el momento de aguantar un poco la respiración y salir a la superficie para saborear de nuevo el aire que ha dado vida a toda la obra que se deja atrás. Quizá la casualidad y el destino se alíen para que todo tenga un cierto sentido que haga seguir hacia adelante. No es fácil continuar viviendo cuando la tristeza se apodera de la rutina y no hay satisfacción en nada que se pueda hacer de nuevo. La mirada cesa. El cuerpo dimite. Y los remordimientos derivados del fracaso y del incumplimiento ahogan el aliento con la alarma como consecuencia cuando el accidente llama a la carne.

No cabe duda de que, en esta ocasión, Pedro Almodóvar ha querido volver hacia los terrenos que ya había pisado Federico Fellini con Ocho y medio y le ha salido una película profundamente personal, casi confesional, con ideas estéticas brillantes y consiguiendo una sorprendente y estupenda interpretación de Antonio Banderas. Quizá nada de lo que ocurre en pantalla pasó realmente y sólo son situaciones que bordeó el cineasta en distintos pasajes de su propia vida, pero consigue que podamos llegar a sentir que la gloria, inevitablemente, lleva mucho dolor dentro y que una forma parte de la otra. Y acaba por resultar apasionante esa búsqueda de la inspiración que emprende ese otro director de cine del que cuenta, en un aparente desorden casi genial, cómo el deseo ha dominado todas sus acciones hasta que el tiempo se ha encargado de atenuar sus impulsos en cualquier orden vital. Y es que la madurez suele ser esa compañera que acaba por ser habitual en un futuro en el que es difícil ilusionarse porque ya no se puede sentir como se hacía desde la infancia. Y sólo así se llega al convencimiento de que la inspiración no puede nunca morir de asfixia…sólo está en el fondo de la piscina esperando para emerger.

4 comentarios:

dexterzgz dijo...

Yo creo que sin duda es el mejor ejercicio de expiación de Almodóvar hasta la fecha (mucho más que "La mala educación" o "Los abrazos rotos"). Ahora bien, no niego que en ese exceso de dolor y amargura extrema que arrastra el personaje de Banderas hay algo impostado. Porque como bien dices quizá nada de lo que se nos cuenta pasó realmente, aunque todo el mundo siente como reconocible lo que vemos. Todos sabemos, por ejemplo, quién está detrás del personaje de Etxeandia.

Se agradece que sea una película tan contenida, eso sí. Almodóvar hace terapia (los defensores del uso medicinal de las drogas tendrían que hacerle un homenaje o algo así). Y también la interpretación de Banderas. Muy bueno el detalle de que en el plano que abre la película nos muestre la cicatriz que le dejó su reciente paso por el quirófano, está bien en una película que se mueve constantemente entre la (meta) ficción y la realidad. El malagueño está perfecto en su recreación - que no imitación- del propio director (en la escena en la que se dirige al público en la Filmoteca no interpreta a Almodóvar, ES Almodóvar).

También creo que en la película hay una serie de pequeñas decepciones - no diré fallos porque no soy quién. Después de dejarte los ojos vidriosos en su monólogo, el personaje de Asier desaparece sin más ni más. Se crean demasiadas expectativas para el encuentro entre Banderas y Sbaraglia, y al final me parece a mí que no es para tanto. Y, por último, me parece un desperdicio llamar a Raúl Arévalo para tenerle diez segundos en pantalla. Algún día Almodóvar nos tendría que contar "todo sobre su padre", un personaje clave en su vida, aunque sea por omisión.

La película funciona mejor en los "flashbacks" (o mejor dicho en los "flashforwards").Enorme Julieta Serrano, por cierto.

Abrazos leyendo un libro al sol

César Bardés dijo...

Desde luego es mucho, mucho mejor que "La mala educación" y no creo que tenga mucho que ver con "Los abrazos rotos" y sí con "La ley del deseo". Yo creo que más que impostado, lo que hay es un cierto exceso de pudor. Es como si Almodóvar quisiera decir algo así como "os quiero contar pero no mucho". Lo verdadero, lo realmente verdadero es el estado de ánimo de Banderas, que ha sido lo que lo ha atenazado durante bastantes años. El resto es una explicación a medias y puede parecer impostado.
Cierto es que una de las mayores virtudes de la película es su contención. Yo no creo que haya una defensa de la droga como medicina, todo lo contrario. Creo que es un velo más que le impide llegar a esa superación del dolor, un engaño, un placebo. El problema del personaje de Banderas es que no hay nada que pueda superar el dolor que siente y el dolor no lo puede contar. Y sólo ese regreso al primer deseo hace que rememore algo más fuerte que ese dolor.
Sinceramente, salvo en "Evita" y alguna más, no había visto a Banderas tan excepcional. Toda una sorpresa teniendo en cuenta que le veo siempre un actor muy fingido.
También estoy muy de acuerdo en la falta de resolución del personaje de Asier. Simplemente da paso a Sbaraglia y se acabó. Y lo del desperdicio de Raúl Arévalo es muy grande. Se podría decir que es un cameo, pero es que no tiene gracia ninguna en ese pedacito de trozo de cacho de película en la que interviene.
Abrazos desde la Filmoteca (¿tú sabes las horas que he pasado ahí?)

CARPET_WALLY dijo...

Pues estoy completamente de acuerdo en que la interpretación de Antonio Banderas es no solo excelente sino también sorprendente. Tan dado a los excesos y a los tics, en esta ocasión se encuentra comedido, sensible, ligero, emotivo y francamente muy creíble.

Me gusta también Asier con todo su exceso, (aquí si) y mucho Sbaraglia. Creo que tiene algunos momentos cumbre como el monologo de Etxeandia en el teatro y la parte de Julieta Serrano (que grande) y otros que son bastante bajón, casi todos los encuentros-reencuentros Asier/Banderas. la parte infantil también me parece floja por mucho que Penelope está francamente creíble y es que esos recuerdos infantiles no sé realmente para que sirven si no es para enlazar con el tema de la pintura final y quizá dar pistas sobre su primigenia homosexualidad.

En definitiva, la cuestión es que estética aparte (es Almodovar, eso no es nuevo), valorando la interpretación general y con algún momento muy bueno, la película me pareció bastante aburrida y muy poco interesante. Ni el hecho de que supiera que es un recorrido secreto por su vida, ni que me lleve a jugar al quien es quien y cuando es cuando, me hace que me integre en ese periplo de dolor y superación.

Creo que puede ser una película muy catártica pero tan llena de claves privadas que me deja de interesar ese señor al que le pasan cosas tan dolorosas tanto física como anímicamente. Si Banderas no fuera, abiertamente expuesto por el propio pedro en busca de potenciar comercialmente el film, un alter ego del propio director, no habría mucho asidero para mantener la atención y poco para la emoción

Abrazos en la cueva

César Bardés dijo...

Bueno, yo creo que la parte infantil, que, en realidad no es más que una recreación de una ficción que no existe más que en la mente de un Banderas que ya distingue muy poco entre la realidad y la fantasía (recuerda el plano final...es un rodaje) y que explica, desde luego, su primigenia homosexualidad pero también el sentimiento tan fuerte que la inspiró y que hace que Banderas supere la fortaleza del dolor (por eso no crea nada, porque le duele tanto que cree que no hay nada más que contar).
En cuanto al aburrimiento, pues hay películas de Almodóvar que me han aburrido mucho más como "La flor de mi secreto", por ejemplo, o que me parecen mucho peores, como "La mala educación".
Las claves privadas de cualquier cineasta están a la libre interpretación del espectador. Yo interpreto esta película de una manera y tú, es evidente, la interpretas de otra (igualmente válida) y es más. Pedro siempre ha tenido una cierta tendencia al exhibicionismo, es cierto, pero eso estoy seguro de que no hubiera influido en el caso de que se hubiese guardado a Banderas en el bolsillo y se hubiese estrenado la película, simplemente, con la etiqueta de la búsqueda de la inspiración por parte de un director. ¿Crees que no habría algún crítico sesudo que diría que Banderas es el alter ego, etc, etc...? Vamos, ya te lo digo yo.
Abrazos bajo la reja.