viernes, 15 de marzo de 2019

STARMAN (1984), de John Carpenter

“Nos interesa vuestra raza. Siempre sacáis lo mejor de vosotros mismos cuando peor os van las cosas”
No hay quien entienda al ser humano. Miles de millones gastados en enviar una sonda espacial errante con todos los mensajes posibles para invitar a venir a la Tierra a quien lo escuche y, cuando por fin alguien se decide, le recibimos con unos cuantos misiles. Y lo que va a aprender ese ente que ha aterrizado y adoptado la forma de un humano es que la violencia casi es una forma de vida en este precioso planeta que ha picado su curiosidad. Es bastante difícil de explicar. Quizá ese extraterrestre que aprende rápido y trata de sobrevivir, no se ha dado cuenta de que aquí no hay igualdades, sólo egoísmos; que no hay preocupación por los demás, sólo individualidades; que no nos preocupamos por dejar ninguna huella agradable de nuestro paso por el mundo, sólo fealdad y destrucción. Sí, ese hombre de las estrellas va a recibir un curso acelerado de recibimiento hostil, estancia peligrosa y huida rápida.
Lo cierto es que lo único que salva al ser humano y que puede hacerle ligeramente superior a otras razas es el amor. Es ese sentimiento que el hombre de las estrellas experimenta cuando decide dejar un regalo en forma, precisamente, de amor, de preocupación por aquello que es lo más preciado, de verdad entre tanta agresión. Eso es lo que hace que el ser humano, realmente, valga la pena y lo que consigue que saque lo mejor cuando ve que lo que más ama está amenazado. El hombre del espacio exterior se dará cuenta de que hemos construido un ambiente lleno de intereses creados, de contradicciones sin sentido, de odios, de animadversión inexplicable basada en cosas tan estúpidas que sólo podrían causar sonrojo ajeno en otras galaxias. Y eso aumenta el miedo del ser humano y de todo aquél que se atreva a visitarnos. Venir a la Tierra es toda una aventura y, aún así, ese hombre extraño, de gestos y movimientos extraños, de lógica tan sencilla como definitiva, está interesado en nosotros, en esos seres primitivos que lanzaron una nave espacial con un buen puñado de mensajes sin ningún sentido.

Quizá ésta sea la ocasión en la que John Carpenter estuvo más cerca de la serie A aunque su pasión por el cine algo chapucero se deja notar en los efectos especiales de la película. Sin embargo, eso no molesta en absoluto cuando se tiene delante a un actor de la talla de Jeff Bridges y a una actriz de los recursos de Karen Allen. A pesar de la situación y de la excentricidad de una propuesta que no deja de ser un cuento, ellos pasan por todos los estados de ánimo moviéndose siempre en los registros de bondad que inspira la inocencia y simpleza de un ser que sólo quiere admirar la belleza y acaba por sentirla en los ojos de otra persona. Algo que muchos de nosotros no podemos experimentar en toda una vida.

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