miércoles, 27 de marzo de 2019

FAMA (1980), de Alan Parker

El camino del éxito siempre está jalonado de fracasos. Y en una escuela de artes dramáticas de Nueva York parece que los sueños pueden estar un poco más cerca cuando, en realidad, es sólo un pequeño escalón en una trayectoria que está repleta de sufrimiento, de trabajo duro, de esfuerzo sin recompensa ninguna, de fama frustrada. Sólo es un aprendizaje que, quizá, te haga más duro aunque más profesional. El talento nunca es suficiente, siempre hay que aportar algo más a un mundo que es despiadado y arrogante, donde sólo unos pocos llegan a lo más alto y donde el engaño y la decepción es el amargo trago de todos los días.
Así que Alan Parker nos introduce en las pruebas de selección y en los tres años de estudios que, sencillamente, significan muy poco. El deseo de reconocimiento es inherente a todos los seres humanos y vivir vidas ajenas, bailes impensables, fingimientos apasionantes resulta tan atrayente como la peor de esas drogas que ensucian las calles e inundan las existencias de seres mediocres. También hay de esos en la escuela. El horario es apretado y allí habrá danza e interpretación, composición, creatividad, pero también Literatura, Biología, Matemáticas, Geografía. Un artista, cuando lo es, no tiene que saber solamente de su campo de acción. Tiene que saber dónde investigar, qué elementos destacar, a qué fuentes acudir, cuáles son las mejores referencias. Se puede innovar, intentar hacer algo diferente, pero, precisamente, esa es una profesión que nunca promete nada, que no asegura el éxito en ningún momento y que, además, puede que no aparezca jamás. Es la inversión en un tiempo irreal, es pisar las orillas de la fama y, aún así, es tan atractiva, tan apetecible, tan diferente, tan fantástica que muchos son los que prueban y, es posible, que ninguno lo consiga.

Esta película quedó en el olvido cuando, a raíz de ella, apareció una serie de televisión que explotaba a algunos de sus personajes, permaneciendo en el recuerdo sólo por un par de temas musicales que fueron muy importantes y sonados en los incipientes años ochenta. Y, sin embargo, en sus imágenes hay magia, porque es apasionante acompañar a estos jóvenes que intentan agotar las posibilidades de su talento a través del estudio. Y se entregan en cuerpo y alma, como si el mañana estuviera repleto de luces de candilejas y de flashes de fotógrafos. Hay entusiasmo y júbilo en esa improvisación que hace mover los pies en la cafetería, hay intimidad en una chica de voz prodigiosa al piano, hay cierto rechazo y algo de fascinación en ese baile ejecutado con provocación y futuro; hay espectáculo en una graduación que no es promesa, pero que pone la piel de carne de gallina porque, en el fondo, nosotros también hubiéramos querido bailar, cantar, actuar y componer…y no sabemos hacerlo. Lo verdaderamente hipnótico no es el resultado que siempre es incierto, es el viaje para alcanzarlo. Aunque en el fondo se esconda la tristeza dispuesta a ahogar todas las esperanzas; o la presencia temible de esa sensación que conduce a la inutilidad del esfuerzo agotador. Eso es la fama, la auténtica, la que se trabaja y nunca se tiene. Pónganse los calentadores en las piernas y exterioricen sus sentimientos en busca de la mejor interpretación. Quizá, si tienen suerte y lo hacen bien, lleguen a ser famosos. Y no esperen nada. Al fin y al cabo, la fama también es una devoradora incansable.

2 comentarios:

Alí Reyes dijo...

Al fin y al cabo...la fama es algo que todos intentamos alcanzar pero no podemos, por eso nos identificamos con ella.
Ah...Luego de esta lectura vale la pena volverla a ver

César Bardés dijo...

Gracias por tus palabras. La verdad, la revisé no hace mucho y aguanta admirablemente bien el tiempo transcurrido. Me llevé una sorpresa.