miércoles, 20 de marzo de 2019

EL BESO DE LA PANTERA (1982), de Paul Schrader

La llamada de la selva es mucho más fuerte que la propia condición humana. Integrarse entre los seres normales no es fácil cuando impera el sentido más felino de la vida. Es necesario esquivar las trampas que te ponen los cazadores e intentar sentir como lo hacen las personas. Y la oscuridad está ahí, atractiva, única, dando alaridos salvajes, como si la sangre oliera fuerte y la carne fuera el más sabroso de los aperitivos. La noche es un beso. La pantera es la noche. Los celos se disparan. Las fauces se enseñan. Y los ojos…los ojos parecen hablar por sí solos, gritando por hacerse un sitio en la jungla de asfalto y brujería, suplicando por una piedad que muy pocos van a entender. Es el sentido místico de las fieras, que se agudiza cuando sienten que el peligro de sus semejantes es más brutal que cualquier jauría.
El amor es una fuerza poderosa que se expresa a través del sexo. Quizá sea ahí, en la intimidad, donde nos mostramos tal y como somos, con nuestros rugidos de furia, con nuestro instinto a flor de piel. Y eso permite que nos fuguemos, que no podamos mirarnos hacia quien realmente queremos ser, tal vez porque hacer el amor sea el acto más sublime del ser humano…Y el problema está en que algunos no lo son. La belleza subsiste sea cual sea la carne que la recubre y el viaje por los sentidos se hace aún más intenso cuando se enseñan los colmillos. La bestialidad habita en nosotros y el secreto está en saberla controlar.
Paul Schrader quiso realizar una nueva versión de La mujer pantera y casi le salió más un homenaje que otra cosa. Contó con la belleza indiscutible de Nastassja Kinski y la mostró desnuda, en su más terrible virginidad, tratando de hacer inmortal un amor que siempre estará separado por las rejas. En los rincones de esta película hay mucha turbiedad porque la búsqueda de la pasión está siempre sujeta a los latidos del interior, sean humanos o felinos. Más vale entregarse para recordarnos que siempre tenemos un lado que nos llama hacia la única verdad que debería guiarnos…y eso las panteras lo saben muy bien.
Nueva Orleans es ese lugar donde la selva y la ciudad se confunden y por donde deambulan seres que no pueden ser realidad más que en nuestros más indómitos sueños. El ambiente de oscurantismo favorece el surgimiento de esas criaturas, ofrecidas en sacrificio, que han mutado en espíritus inquietos que nunca encuentran su lugar. Puede que sea al otro lado de unas rejas, exhibidos como criaturas lejanas que, sin embargo, se hallan muy cerca. Puede que sea al otro lado de la cama, hundiéndose en la más entrañable de las experiencias, oliendo la piel del otro hasta hacerlo irremediablemente suyo. Tal vez porque el amor, el verdadero amor, jamás hará daño al destinatario de sus caricias y no importa desde dónde. Todo queda. Todo permanece. Y, al mismo tiempo, todo se va.

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