jueves, 25 de abril de 2019

DOBLES VIDAS (2018), de Olivier Assayas



Lo que es positivo, es negativo. El escritor que depende del sustento de su mujer y que, además, tiene una aventura. El editor con clase, que sabe lo que quiere y cuándo lo quiere y tiene una aventura. La actriz de fama, que, prácticamente, lo ha conseguido todo y, sin embargo, tiene una aventura. La chica que enloquece con la revolución digital y tiene dos aventuras. Los tiempos han cambiado y la lectura ya no es lo que era. En lugar de libros, pantallas. Es como si la Literatura también acabara por tener una aventura.
Así que la infidelidad acaba por ser una forma de vida. En medio de verborreas inacabables, conversaciones infinitas e intrascendentes y luces cálidas regadas con copas, se va descubriendo un mundo de falsedades que, precisamente, se sostiene gracias a los engaños. Ni siquiera lo verdadero tiene ya valor y más vale poner un punto final cuando la inspiración se ha fugado para echar una cana al aire. El fracaso está a la vuelta de la esquina en todos los personajes y todo parece confundirse en un diálogo interminable que descubre las debilidades de un mundo que se cansa a cada paso, engaña cada noche y se rinde a cada instante.
Las inseguridades salen a relucir cuando se trata de defender la vida elegida. Los libros, antaño amigos que decían las verdades a la cara, ya se esconden detrás de tertulias sin demasiado sentido. Las letras chocan unas con otras y los caracteres no dan importancia a la mentira y tampoco a la sinceridad. La relatividad se ha impuesto en unas existencias aburridas e inciertas y el dolor se oculta con la apariencia como parapeto. No hay segundas oportunidades, sólo segundos intentos. Y casi siempre salen mal.
El director Olivier Assayas trata de parecerse a Woody Allen, pero con intercambios verbales sin chispa, con alguna que otra sonrisa furtiva en ese universo tan falso que sólo lleva a la siguiente indiferencia. Con Juliette Binoche en un trabajo estupendo sin llegar a la soberbia, Assayas describe las debilidades humanas que, en esta época de tecnologías, redes sociales y blogs, aún son más débiles y más indefensas. Al fin y al cabo, todo el mundo tiene derecho a opinar aunque no tenga ni idea de lo que está hablando. Esto es así hasta tal punto en el que el ignorante acabará obteniendo respeto y el conocedor será despreciado. Es la maldición de la modernidad y la lectura de los infieles, que se abre paso en medio de grandes montañas de mediocridad. El resultado es una película con algún que otro momento aislado, con virtudes aisladas y signos de puntuación difuminados. Tal vez porque son demasiadas dobles vidas en una vida que obliga a la duplicación.
Y de ese modo, llegamos a la prohibición, al miedo y a la duda como elementos indispensables de la rutina. Algo inaguantable para cualquier ser humano que se ve obligado a drogarse con la infidelidad para salir adelante. Porque nada es como debería ser y la culpabilidad ya no tiene sitio en ninguna conciencia. La lectura de los infieles es la resplandeciente luz de una pantalla de ordenador y la seguridad de que las relaciones no son tan sólidas como deberían ser. Quizá como metáfora no funcione del todo, pero no cabe duda de que hay algo de originalidad en el paralelismo intranquilo de estos días sin rumbo. Tanto es así que, muy a menudo, estamos obligados a inventarlo para no acabar acorralados en el laberinto de la lógica.

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