martes, 23 de abril de 2019

ESPÍA POR MANDATO (1962), de George Seaton


Si queréis escuchar lo que se habló en el debate que sostuvimos en "La gran evasión" acerca de "Página en blanco", de Stanley Donen, podéis hacerlo pinchando aquí.



Permanecer neutral cuando el mundo se derrumba es muy difícil. No hay nada más cómodo que tomar un suculento desayuno mañanero en un país no comprometido con los conflictos bélicos y leer tranquilamente el periódico con las noticias de una guerra cruenta que se está librando en Europa. Mientras los negocios vayan bien y se puedan firmar contratos con unos y con otros, todo estará en su sitio. Sin embargo, hay un pequeño detalle. Mantener tratos con unos y con otros le pone a uno en una situación inmejorable para ser reclutado por algún servicio secreto de aviesos métodos. A menudo, hace falta un empujón para salir de esa irritante neutralidad. Al principio, el empujón molesta. Nadie tiene que obligarte a hacer nada y menos aún a caminar por el sendero de la traición. Llega a ser realmente odioso porque, para que la infiltración sea completa, tienes que comportarte como uno de aquellos a los que vas a espiar. Y una de esas obligaciones consiste en dejar de hablar a un íntimo amigo que es judío. En el fondo, es una coartada perfecta. Si ignoras a una de las personas más cercanas de tu vida porque un hecho racial, entonces es que estás más cerca de los nazis que de los Aliados. Y entonces comienzan los viajes, los contactos, los convencimientos no demasiado éticos, los nerviosismos y, por supuesto, el peligro. Sabes que espiar a los nazis no es ninguna ganga. Esos tipos no se andan con tonterías y si te pillan con las manos en la masa, te va a resultar muy difícil explicar por qué estabas en el lugar equivocado en el momento menos adecuado.
Hay algo más. Esa obligación que te han impuesto puede conducirte a la verdad. Entre tus idas y venidas, tus chivatazos de información falsa y tus ladinos acercamientos a hombres de negocios que te pueden resultar útiles, te das cuenta de que los nazis merecen ser derrotados y que tienes la obligación, esta vez moral, de hacer algo al respecto. Eres testigo de sus métodos brutales, carentes de piedad, asesinos con apariencia legal, pisoteadores de los derechos humanos sin ningún remordimiento de conciencia. Ahora ya estás convencido. Debes espiar. Debes hacerlo bien. Y el enemigo no es quien te obligó a hacer este trabajo. Es el otro bando.
Por el camino, tendrás que utilizar el chantaje como arma habitual, algo sucio y, no obstante, muy necesario. También trabarás amistad con alguien que marcará tu vida para siempre. Habrá momentos en los que estarás al mismo borde del infierno y el plan de fuga siempre será un delgado hilo que te ata a la esperanza. Ahora se hace por convicción. Y todo el mundo sabe que un espía que actúa por convicción es aún más peligroso.
Fantástico William Holden en el papel principal de esta película de formas notables y tensiones maestras. Él solo lleva la película sin ninguna vacilación, sabiendo perfectamente qué es lo que tiene que hacer para convencernos a nosotros de ese estado de ambigüedad moral que pasa a ser, a base de sangre y horror, la certeza de quien tiene toda la razón. La película está bien llevada, con instantes de verdadero cine y articulando una historia de espías algo diferente y absolutamente realista. Ha caído en el olvido y no lo merece. Mandato obligado es volver a verla y darse cuenta de que, sí, mantenerse neutral es muy difícil, pero que, más tarde o más temprano, hay que tomar partido.

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