martes, 9 de abril de 2019

GLENGARRY GLEN ROSS (1992), de James Foley


No deja de ser incómodo asistir a la presión que se puede desarrollar en un trabajo como el de agente inmobiliario. Puede que ahí resida toda la gloria y todo el fracaso del capitalismo como un sistema devorador y revelador. Una venta puede significar el presentimiento de la buena suerte, de la fortuna, de la clarificación de un futuro que no durará mucho más allá del siguiente negocio. Y no hay piedad para conseguir un día más detrás de una mesa de despacho, contando mentiras para que algún incauto pique, tratando de embaucar al siguiente primo que se atreve a gastar su dinero en alguna propiedad del repertorio. Además habrá que hacer frente a las envidias ajenas, a los trucos de los compañeros, a la terrible opresión de un jefe ávido de cifras. Es caminar continuamente por el abismo que conduce al fracaso.
En la oficina podremos encontrar al tipo que últimamente ha tenido bastante suerte y ha conseguido colocar unas cuantas fincas basándose en su encanto personal, en ese resbaladizo don de gentes que a muchos se escapa. Habrá otro que será pura arrogancia, que presumirá de lo que nunca ha conseguido y que se cree más importante de lo que realmente es. Hay que tener cuidado con esos tipos. De la mentira pasan a la puñalada y los contratos los suelen firmar con sangre de los otros. Un poco más allá, en la mesa de la esquina, está el veterano que tuvo su momento, pero que ya pasó. Está al borde del retiro y, sin embargo, quiere continuar. Su hijo en la universidad, los gastos comunes, el tren de vida. Tiene que vender como sea porque sabe que, si no lo hace y rápido, no le quedarán muchas más salidas que los luminosos de un bar.  Está en un callejón sin salida en el que se pelean su propia personalidad y su carrera profesional. Es el personaje triste que siempre quiere demostrar que quien tuvo, retuvo. Habrá que mirar a las espaldas para ver aún a otro más. Es muy dañino. Es un tipo que no le interesan las ventas y tiene ya tanto resentimiento que lo único que desea es arruinar la empresa, fastidiar las ventas de los compañeros, saciar su sed de sangre y robar los buenos negocios para agarrar la ansiada comisión. Es uno de esos que hace que la camisa se empape de sudor debajo del traje porque nunca irá de frente. Por último, estará el hombre que ya ha perdido, que sabe que no tiene nada que hacer, que ya no recuerda números de teléfono para contactos, que, sencillamente, se ha rendido y sabe que no conseguirá nada. Es uno de esos que tiñen todo de gris porque ya no le quedan fuerzas para seguir luchando. Todos ellos son el mosaico de lo que somos, encarnan la gran mentira que nos rodea, clarifica los fingimientos a los que ya nos hemos acostumbrado. Están pagando un precio muy alto por salir adelante y, cuando se den cuenta, será demasiado tarde.
Maravillosa película con guión de David Mamet con un elenco de lujo que incluye a Al Pacino, Jack Lemmon, Kevin Spacey, Alec Baldwin, Ed Harris, Jonathan Pryce y Alan Arkin, puro lujo entre papeles y burocracia, entre charlas intrascendentes y mentiras soltadas como verdades. Una película que hace que salgas con la tristeza en el rostro, la tensión en el cuerpo y la seguridad de que es muy posible de que eso también te esté pasando a ti y no seas más que una pieza más de un engranaje en el que no supiste nunca encajar.

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