viernes, 26 de abril de 2019

LA ESPÍA ROJA (2018), de Trevor Nunn



La traición no es sólo una cuestión ideológica. Es una difuminada faceta de la personalidad que se halla latente en todos y que puede manifestarse a través de los más dispersos motivos. Se traiciona por la moral, desde luego, porque, quizá se quiere ver al mundo, un tanto ingenuamente, en un delicado y muy peligroso equilibrio de poderes. Se traiciona por amor porque, al fin y al cabo, ¿cómo no va a tener razón el amor de tu vida? Se traiciona también por compasión porque se desea que un hijo ame a quien le dio la existencia. Se traiciona por descontento, por desengaño, por inercia o por salvación. Y seguro que cualquiera encaja en alguno de esos motivos.
El tiempo pasa y es posible que la traición que pudo ser grave ahora ya sólo sea un recuerdo que intenta ser enterrado en medio de una vejez apacible. Las cosas ya están hechas a determinada edad y poco se puede hacer para remediarlas o emprender nuevos proyectos. La juventud posee el impulso, la complacencia, el entusiasmo y, también, la capacidad de manipulación. Y ése sí que puede ser el mayor enemigo a la hora de traicionar. Más que nada porque, si se manipula a quien traiciona, todo comienza a perder sentido, el ansiado equilibrio de poderes se convierte en una ventaja añadida de un régimen injusto y la reconstrucción se cae antes de poner la primera piedra. La guerra enmascara todos los procesos y la gente, lamentablemente, sólo cree lo que quiere creer.
No cabe duda de que esta película tiene valores muy destacables, pero el mayor de todos ellos es la experiencia y la sabiduría de una actriz como Judi Dench, capaz de decirlo todo sin pronunciar ni una sola palabra. En sus silencios hay más elocuencia que en discursos enteros, en sus gestos existen más matices que en arengas de cualquier duración, en sus miradas se busca más comprensión que en todas las confesiones del mundo. Y, a pesar de todo, se sufre con ella, porque su traición ya es cosa del pasado y no hay vuelta atrás. En su mismo papel, pero unos cuantos años más joven, Sophie Cookson consigue una interpretación que va ganando en seguridad según va avanzando el metraje y también logra transmitir con cierta convicción los patrióticos motivos de espionaje para los rusos. Y al fondo, el alma en vilo, esperando que esa chica de gran corazón y terriblemente equivocada huya de toda la maquinaria del estado, incluso cuando ya es una anciana a la que se despoja de toda dignidad.
Y es que todo se difumina cuando se habla de bombas de potencia increíble, de Uranio 235, de aliados que, con toda seguridad, tomarán el mando en el momento en que la guerra termine, de ceguera ideológica que intenta negar lo que es evidente, incluso para suponer que ese arma definitiva acabará por ser utilizada. El amor…bueno, es ese elemento que acaba por ser un peón más del juego y que también acabará siendo moneda de cambio en un interminable cortejo con el peligro. Quizá haya que dejar atrás las épocas más oscuras del hombre para que cada uno sepa asumir sus responsabilidades, por duras que éstas sean. El interrogatorio será exhaustivo, agotador, terrible y nadie querrá saber que todo se hizo en busca de un pretendido bien común. Las intenciones ya no son suficientes para justificar nada. Ni siquiera si es una mujer la que admite lo que ha hecho y sólo desea un leve apoyo para disipar la maraña de la información y del sensacionalismo. 

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