miércoles, 25 de marzo de 2020

DESDE LA TERRAZA (1960), de Mark Robson



El éxito es esa droga que trata de introducirse entre los más débiles y que hace que se pueda renunciar a la felicidad, a un matrimonio por amor o al sencillo encanto de dejar pasar el tiempo junto a la mujer que se ama. Y, por lo general, suele cebarse aún más con aquellos que gozan de una posición privilegiada. Tal vez porque son los que piensan que nunca es bastante. El éxito devora sin piedad las entrañas de cualquiera, pero aún más a los que tienen ansias de ganar más dinero, de subir aún más en la consideración social, de ser más que cualquier otro. La palabra clave es más. Y nunca es suficiente.
Así que ahí tenemos a un puñado de gente con mucho dinero que no tiene nada mejor que hacer que apostarse tras el parapeto de sus ceros y disparar a todos los demás. Y, sin embargo, la moral sigue ahí, tratando de salvar las balas y llamar con su suave susurro para que los hombres o mujeres no pierdan su alma. El éxito, maldito éxito, corrompe la inocencia y pudre el amor con saña. Mirarse en el espejo equivocado puede llevar a la misma perdición, por mucho que en ese reflejo se halle tu padre. Nunca es tarde para darse cuenta de la vacuidad de una vida desperdiciada entre números, entre billetes, entre ambiciones absurdas, entre ruinas de afecto y un nuevo principio se puede abrir siempre y cuando se despeje la vista desde la terraza.
Paul Newman hace un trabajo inmenso en medio de este culebrón que recuerda lejanamente a La ciudad frente a mí, batallando con todos los diálogos y con la improbable relación que le puede unir con Ina Balin. Sin embargo, Newman se yergue implacable cuando se convierte en ese tiburón de Wall Street que desprecia los sentimientos porque eso es lo que cree que le pide la vida. Como siempre, sin que se pueda descubrir nada nuevo, es un actor que hace de la contención, un arte; y de la interpretación, un viaje inolvidable. Más que nada porque enfrente tiene a Joanne Woodward, con la que pone en juego la alta tensión de una pareja que no se ama, que cae en la desidia y en el desprecio mutuo y en el que la sexualidad es importante por omisión.
El derecho a estar solo, a la renuncia del éxito pagado a un precio muy alto, a conservar la mirada tranquila después de haber descendido al infierno de la soledad más violenta resulta todo un viaje personal de descubrimiento para el protagonista. Nuevamente el éxito es sólo un concepto que depende de cada uno. Quizá puede que sea la seguridad de una cuenta corriente engordada hasta el límite aún a costa de que no haya nada más allá de eso. Para otros, puede que se reduzca a vivir tranquilo en algún sitio apartado, viendo realmente la vida, disfrutando la sencillez, con la seguridad de que el resto del mundo no va a exigir nada por tener ese tipo de éxito. Es sólo una cuestión de felicidad. Y los que persiguen casas lujosas, coches exclusivos y pianos de cola en el salón se han olvidado ya de lo que significa todo eso.

2 comentarios:

Alí Reyes dijo...

Caray...¿Esto es una reseña de película o una REFLEXIÓN PROFUNDA?...¿como no animarse a verla luego de un texto como este?

César Bardés dijo...

Bueno, quizá sea ambas cosas. Si te ha picado la curiosidad después de leer el texto, misión cumplida, no hay mejor elogio. Gracias, Alí.