martes, 3 de marzo de 2020

NEVADA SMITH (1965), de Henry Hathaway



De todos los sentimientos que pueden mover al ser humano, tal vez la venganza sea uno de los más fuertes. Se puede convertir en el motor que provoca cualquier acción, la motivación que hace caer en la osadía de hacer cualquier cosa para darle satisfacción, la apisonadora que aplasta cualquier sensación parecida al amor. Y puede que, al final, también sea uno de los sentimientos que, una vez alcanzados, dejen un regusto muy amargo, muy decepcionante y muy escaso. Sin embargo, a ese convencimiento sólo se llega a través del conocimiento de la naturaleza humana y eso requiere un largo viaje a través de las debilidades ajenas, de las maldades y también de las bondades, de la pasión y de la piedad. Y, por supuesto, del sufrimiento.
Max Sand lo ha perdido todo. Su vida ha quedado sin rumbo y, para conseguir su venganza, tendrá que depender del magisterio de otros que tienen una mayor experiencia en esas lides. Otros que han disparado y han visto cómo la sangre derramada no satisface el alma. Otros que han sido capaces de sacrificarse con tal de obtener un poco de su cariño, ése mismo que tan incapaz es de regalar. Y aún otros que le han dado unas buenas armas de simpatía, de sangre hermanada y de una sonrisa cuando sólo se busca saciar una sed de horror y de impotencia. Max Sand irá descubriendo todo mientras consuma su plan. Al fin y al cabo, mataron a su padre, un buen hombre, y también a su madre, una kiowa. No habían hecho nada. Sólo estar en posesión de una mina abandonada de la que no pudieron sacar mucho más que un par de pepitas de oro.
Steve McQueen, algo mayor para un papel que requería un rostro un poco más juvenil, interpreta a Max Sand que, con el tiempo, se convertirá en Nevada Smith. Será ese muchacho que comienza ingenuo, virgen y viendo todo de un solo lado y terminará como el hombre experimentado que comprende que la solución no suele estar en el cañón de ningún arma porque algunos ni siquiera merecen la muerte. Es mejor dejarlos a la orilla de un río, implorando por una bala que no llega cuando les han arrebatado las rodillas y la dignidad. No, Max Sand no quiere convertirse en uno de ellos y, por eso, volverá grupas, arrojará el revólver a un lado y seguirá su camino sin volverse atrás, sin pensar demasiado en aquellos que murieron por justicia. En su memoria razonable, tal vez, sólo habrá sitio para los que le ayudaron, le encauzaron y le hicieron el hombre que ahora es.
Concebida como una precuela de la novela Los insaciables, de Harold Robbins, a través de uno de sus personajes, la película está muy bien realizada por Henry Hathaway y habría que destacar el estupendo reparto que incluye nombres como Brian Keith (en uno de los mejores papeles que ha hecho nunca), Karl Malden, Martin Landau, Arthur Kennedy, Janet Margolin, Suzanne Pleshette, Pat Hingle, Gene Evans y Raf Vallone. Mucha y buena gente para darle cuerpo a ese muchacho que lo perdió todo para poder ganar su propia alma. Un viaje a los infiernos del rencor con un rifle en las manos.

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