viernes, 20 de marzo de 2020

MR. NORTH (1988), de Danny Huston



No cabe duda de que la gente se pone ligeramente nerviosa cuando comprueba que la persona que está hablando con ella es muy inteligente. Si a eso le añadimos unas buenas  cucharadas de encanto y una característica muy peculiar consistente en acumular energía estética hasta tal punto de que se pueden dar pequeños calambrazos con sólo acercar un dedo, entonces ya tenemos a medio pueblo revolucionado. Y en la pequeña y placentera Newport eso no puede ser más que una peligrosa señal de rareza en estado agudo. Theophilus North, además de todo eso, posee el don de la psicología y consigue curar males acudiendo sólo al cariño, a la comprensión, a la escucha y a la compañía que proporciona su pintoresco trabajo de lector. Y así es capaz de curar de los males de vejiga que aquejan al millonario señor Bosworth, aliviar los terribles dolores de cabeza diagnosticados como tumor cerebral a la encantadora señorita Skeel, dar el empujón necesario para que la señorita Boffin deje de servir y se convierta en una señora…Uf, demasiada revolución para el maravilloso y ligero verano que hace en Newport. Eso va a acabar mal, Theophilus.
Y tanto que sí, un médico insidioso le va a acusar de practicar la medicina, o el curanderismo, o la brujería, o como quiera que se llame. Y North, en el fondo, no ha hecho absolutamente nada salvo, quizá, recomendar a la madre de unos niños insoportables que les anime a jugar con cerillas. Sí, porque Theophilus North no tiene una mala palabra para nadie, ni una mala contestación, ni un mal gesto. Su compostura de caballero no la pierde jamás. Tal vez porque es un universitario graduado en un centro de prestigio que ha accedido a trabajar de lector para pasar un agradable verano en una ciudad costera, tranquila, limpia y poblada de seres que necesitan ayuda. Y lo que más le gusta al señor North es ayudar. Sea como sea. Aunque tenga que hacer pasar unas pastillas de menta por un antiguo remedio indio y demostrar sus habilidades eléctricas en medio de un juzgado local. Es tan encantador que te lo llevarías a casa. E incluso hay alguien que, al final, se lo va a llevar.
Éste fue el proyecto que manejaba John Huston para realizar justo después de su obra póstuma Dublineses (Los muertos). Al fallecer, su hijo Danny no quiso que todo el trabajo que ya tenía hecho su padre se perdiera y decidió dirigir la película de la misma forma en la que lo hubiera hecho su padre. Para ello, no dudó en contratar a todos los actores que tenía pensados el gran cineasta como Anthony Edwards, Robert Mitchum, Lauren Bacall, Harry Dean Stanton, Anjelica Huston, Mary Stuart Masterson, Virginia Madsen y David Warner. No deja de ser una película amable sobre un hombre que sólo puede ser feliz si hace felices a los demás y que recolecta cariño en la misma medida en que lo da, pero no deja de ser sorprendente que un hombre que estaba a las puertas de la muerte pensara en esta historia basada en un relato de Thornton Wilder. Todo se deja ver con agrado, con buenas interpretaciones, con la leve trama rozando la piel, con la seguridad de que, con unos metros de película, John y Danny Huston supieron hacer una película que sólo se puede ver con la sonrisa puesta y el encanto en marcha. Tal vez John Huston también quiso dejar un rastro de felicidad…

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