jueves, 19 de marzo de 2020

DIOSES Y MONSTRUOS (1998), de Bill Condon


Debido a la crisis que estamos viviendo, es imposible ofreceros, como siempre, artículos sobre estrenos. No pasa nada, hay mucho cine todavía por ver. Y no dejéis de hacerlo. No es contagioso.

La recta final llega cuando aún no se han hecho la mitad de cosas que se deseaban hacer. Los recuerdos se agolpan en la vista como si fueran fotos fijas de un tiempo que, pensándolo bien, siempre ocurrió. Quizá la posteridad sea sólo una multitud ansiosa de ídolos que tienen más sombras que luces y James Whale, el afamado director de Frankenstein, sabe que el éxito suele ser hijo de la casualidad. Allí está con su piscina, su casa, su criada un tanto peculiar…pero ya no hay nada. El éxito se esfumó con los años, las fiestas dejaron de celebrarse, el talento es algo propio de la juventud. Ya sólo queda la memoria, punto de ignición para el disparadero de las direcciones de la mente. El deseo ya sólo es un estúpido juego que no tiene ningún sentido y la salud es esa criatura que se está marchando lánguidamente. Hollywood ya no es lo que era, los convencionalismos aprietan y toda inspiración es sólo un dibujo rayado, sin armonía y sin materialización. Tal vez, lo único que queda por hacer es la consecución de algún momento de felicidad fugaz asistiendo a la belleza que un día se supo crear. El resto, como diría Shakespeare, es silencio.
Las nuevas formas de la gente del cine son mucho más cínicas, mucho más aparentes, mucho más frívolas. Sentir también es cosa del pasado y siempre se debería tener la oportunidad de crear de nuevo otro monstruo que fuera capaz de arrojar al agua lo que queda de un miserable cuerpo sólo para ver si flota, como las flores de una niña arrastradas río abajo. Ni siquiera se puede soportar un eventual regreso al pasado, con viejos amigos repletos de cariño y buenos recuerdos. Más que nada porque lo primero que se rememora es el mismo hecho de haber sido joven.
Bill Condon consiguió una auténtica creación por parte de Ian McKellen por parte del olvidado director que puso ante nuestros ojos a la misma máscara de la muerte de zapatos grandes y movimientos arrítmicos. Busca de nuevo a alguien que quiera ser su creación y sabe que, sin conseguirlo, siempre quedará algo de él en su interior, como un médico loco que quiso jugar a ser Dios. Atrás quedaron los efebos desnudos, las ganas de ser visto rodeado del mismo clasicismo que supone la desinhibición humana. Y McKellen tiene la habilidad de portar en su actuación la misma cantidad de sibaritismo y rechazo sin molestar. A su lado, Brendan Fraser teje el que, quizá, sea su mejor papel dramático, consciente de su belleza y del deseo que despierta y que, sin embargo, los que tiene más cerca le niegan. Los dioses y los monstruos se juntan para transmitir la conciencia de la vejez al espectador y ya sólo queda esperar una noche de tormenta prolongada para que el alma flote en el agua mientras piensa en su propia libertad.
Hay personas que nunca deberían dejar de crear belleza. Ni siquiera después de que la muerte les haga una visita que, en este caso, fue muy, muy oportuna.

2 comentarios:

dexterzgz dijo...


Me parece una película extraordinaria, tal vez poco reconocida pero todo lo que tiene es de diez, desde un guión redondo a una puesta en escena exquisita. Y claro, la interpretación de sus dos protagonistas.

Es cierto que de Ian McKellen se espera siempre lo mejor. Pero el verdadero descubrimiento de la película es Fraser que hace un esfuerzo supremo por convertirse en el oscuro objeto de deseo. Unos personajes llenos de matices y una película para seguir amando y descubriendo el mundo del cine.

Amigo César, gracias por seguir contagiándonos día a día tu amor por el cine. Esa sí es una enfermedad de la que no quiero curarme.

Abrazos con el cortacesped (¿al jardín si se puede salir, no?=)

César Bardés dijo...

Quizá sea poco reconocida porque James Whale no es que sea el colmo de los directores más conocidos y las profundidades psicológicas que propone la historia no la hace muy atrayente para el gran público. Al fin y al cabo, son muchas conversaciones hiladas de alguna manera con alguna secuencia onírica. A mí también me parece una película muy, muy buena, con un festival de McKellen y, como bien apuntas, un estupendo trabajo de Brendan Fraser siempre caminando al borde del abismo. Sí, es para seguir amando y descubriendo al cine.
Espero servir para algo en estos días tan difíciles.
Abrazos desde la mesa del jardín.