viernes, 6 de marzo de 2020

EL ÚLTIMO TREN A KATANGA (1968), de Jack Cardiff



Una carrera salvaje a través de un país en llamas. Los diamantes sin tallar quizá sean la mejor motivación para un puñado de mercenarios que tendrán que hacer frente a una rebelión, a la corrupción y a unas cuantas ráfagas de ametralladora. Siempre es peligroso cazar un tesoro bajo la oscuridad del sol y más aún si se trata de hacer el camino sobre las vías de un tren, a bordo de una locomotora, con el combustible del valor y con la violencia en las traviesas. Y aún así, en medio de los tumultos, de los disparos y del calor asfixiante, habrá sitio para un rincón de humanidad, para un leve descanso de las alertas. Algo impensable si se piensa que, como parte del equipaje, se lleva a un antiguo nazi que disfruta realmente con lo que hace porque su negocio es matar. Cuantos más, mejor. Y entonces la muerte se multiplica por tres y es posible que ese tren nunca llegue a echar el freno.
Rod Taylor, excelente en su papel, interpreta al Capitán Bruce Curry, un mercenario avaricioso, pero leal con sus camaradas, despreciativo con sus rivales, profesional en sus maneras. A su lado, Jim Brown es el Sargento Ruffo, un sudafricano que nunca se deja las espaldas a descubierto. Juntos forman un equipo casi imbatible, donde no hay lugar para la compasión, para plantearse, ni siquiera durante un momento, la terrible situación que viven en África en donde las rebeliones brotan como el sudor y los inocentes mueren de hambre. ¿O sí tienen ese momento? Uno nunca sabe lo que late debajo de esos uniformes irregulares, o de esas boinas tan aparentes. Con estos elementos, es muy posible que estemos ante la mejor película que se haya hecho nunca con el tema de los mercenarios como fondo, superando ampliamente a Patos salvajes, o a Los perros de la guerra.
Y es que para describir a individuos cuyo nombre es sinónimo de riesgo, no podría haber otro mejor que ese fantástico director de fotografía que aquí toma responsabilidades de realizador como Jack Cardiff. El pulso de la película es trepidante y la historia es capaz de transportar en volandas al más reticente. Hay tensión, suspense, emoción, acción frenética y la certeza de que África ha sido vendida a emporios internacionales que sólo buscan proteger sus intereses de gobiernos sumamente inestables. El resultado es una experiencia fuerte que descifra algunos códigos de los mercenarios que vienen de uno y de otro lado. Al fin y al cabo, hay que atravesar tres mil millas armados hasta los dientes y soportar un buen puñado de trampas, traiciones, desastres y combates. Y viajes así de trepidantes sólo se ven muy de vez en cuando. Aunque, por el camino, haya muchas razones para creer que el odio seguirá creciendo en las llanuras, detrás de los árboles y en medio de la sabana africana, simplemente, porque la piel no es la misma. Última llamada para subirse a este tren con destino Katanga. Si no suben, acabarán arrepintiéndose aunque no se asegure la integridad de los pasajeros.

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