En el cielo, no hay
lugar para los machistas misóginos. Así que lo mejor es que, si llega algún
alma impía en busca de cobijo en el azul infinito, mandarlo de vuelta. A ser
posible como si fuera una mujer. Tal vez, con suerte, con mucho tino y dobleces
a raudales, el tipo pueda venir siendo un mejor hombre habiendo sido una mujer.
No es un mal plan. Por una vez, el Diablo ha tenido una buena idea. Entonces,
adelante. Tenemos a un individuo que suele despreciar a las mujeres, las maltrata
verbalmente, no siente más que desprecio hacia ellas y, por si fuera poco, está
metido en negocios no demasiado claros. Llega allí arriba y le dicen que nones.
Que se baje ahora mismo porque le van a dar una segunda oportunidad. Y le meten
en el cuerpo de una mujer, por lo demás, bastante atractiva. A ver si va a ser
que el individuo en cuestión está más bueno que un queso. Se levanta, se mira
por los bajos y…qué raro, falta algo. Algo que debería estar ahí, ya no está.
Así que toca asumirlo. Ya no es un hombre instalado en una posición de
superioridad, es una mujer que va a tener que aguantar los embates masculinos.
Bien, aunque tenga cuerpo de mujer, no es menos cierto que su personalidad
aguanta tras tan atractivo envoltorio. Y va a ser una mujer machista y
misógina, con un carácter de mil diablos (perdona, Lucifer), y dispuesto a
comportarse como un auténtico chulo. O chula. Da igual. Tendrá que pasar por el
aro y utilizar las armas propias de mujer… ¿a que sí? Esperen y verán.
Blake Edwards dirigió
una de sus comedias menos reconocidas con Ellen Barkin como gran protagonista.
A pesar de que Edwards llevaba una temporada haciendo películas que merecen
mucho la pena como la estupenda Micki y
Maude, Cita a ciegas o esa
película que brilla en la oscuridad que es Una
cana al aire, estrenó este intercambio de cuerpos que recuerda lejanamente
a El cielo puede esperar y, por
supuesto, a su referente principal Adiós,
Charlie, y la crítica se le echó encima y acabó por ser su penúltimo
título. A partir de este momento, se volcó en la producción y en el montaje del
musical teatral inspirado en Víctor o
Victoria. Y es una lástima porque la película es divertida. Es cierto que
no maneja un gran reparto, centrando casi toda la gracia en esa mujer con
modales de hombre despreciable que encarna o desencarna Ellen Barkin, pero aún
así, hay un par de secuencias buenas, que recuerdan al mejor Blake Edwards,
amante de equívocos y del slapstick,
con algún que otro diálogo memorable y algunas situaciones de cierta gracia.
Así que pónganse cómodos. Van a pasar una velada ciertamente agradable. La carcajada asomará un par de veces y la sonrisa no va a querer irse. No es que sea el colmo de las comedias más graciosas, pero tiene momentos hilarantes, con una dirección sabia y una entrega estupenda delante de la cámara. Y tengan mucho cuidado cuando se vayan a la cama. Puede que allí arriba no tengan sitio para…yo qué sé…zurdos con pecas y les envíen de vuelta reencarnados en un pez de colores…