martes, 20 de enero de 2009

CON LOS OJOS CERRADOS (1969), de Richard Brooks


Quizá los finales felices no son más que principios felices. Un beso con el hombre de tu vida en la iglesia y entonces comienzas a tener los ojos cerrados para intentar prolongar ese momento hasta que la vida hace que los abras y, de repente, ya no hay flores, no hay magia, no hay instantes de complicidad. Sólo queda la costumbre, la rutina de un amor que ya no está, que, en algún momento del camino, se ha marchado y ni siquiera te has dado cuenta. No hay campanas, no hay risas, tampoco lamentos, sólo saludos y despedidas, frases y preguntas repetidas, deseos y sueños que, simplemente quedan olvidados en un rincón de tu memoria. Lo que hay alrededor es un enorme abismo de vacío y de frustración. Tú ya no le amas. Él ya no te ama. Y llevas tanto tiempo así que la indiferencia de la normalidad absoluta es el compañero más fiel de ambos.
Una mujer abre los ojos y decide correr en busca de algo nuevo aunque no sabe muy bien el qué. No es otro hombre que la haga llegar a otro final feliz, a otro principio feliz. No. Es tal vez un anhelo de libertad dentro de una soledad que se antoja irremediable. Es encontrar, a lo mejor, el encanto de una vela encendida en medio de la noche. Es creer que hay más días y que el siguiente no va a ser exactamente igual que el anterior. Es mirar hacia adentro y ver que no es una personalidad completamente anulada y dependiente. Es vivir con tan sólo unas ínfimas gotas de cariño verdadero y sentido y de ilusión. Tampoco hace falta mucho. Ella es una mujer madura y ya no tiene años para agarrarse a los sueños que fueron aquellos días de esperar en el zaguán a que él apareciera con su coche para pasar una tarde de cine y miradas o una noche de mesa y cama. Quiere volver a ponerse ese perfume, ese hálito de esperanza que hacía de ella toda una sonrisa, toda una luz en su mirar, en su leve mirar, en su único mirar.
Buscar un callejón con salida en el laberinto de la comodidad es tan difícil que hará que en ella caigan lágrimas, se derramen tristezas, se acumulen desaires. Pero ella, valiente sin saberlo, prefiere el desaire antes que la nada de un buen coche, de una buena casa, de una rutina herida fingiendo haberse habituado a amar al hombre que un día quiso. Es cuando ella cae en la pendiente de volver a empezar y subir de nuevo partiendo de cero. Sus mejores años se han malgastado y tiene poco tiempo para recuperarlos y disfrutar de todo aquello que se le pasó por la cabeza el día que dijo “sí, quiero” y se dejó besar por un hombre que nunca deseó perder nada porque jamás ganó algo.
“Con los ojos cerrados” fue escrita por Richard Brooks como un testimonio de amor hacia su mujer, Jean Simmons y la rodó como prueba irrebatible de lo que sentía por ella, como un fresco en el que imprimió sus pecados y también su propósito de no dejarse arrastrar por la corriente que la vida misma nos impone. Supuso la última gran interpretación de la actriz, que fue nominada al Oscar, y una declaración acentuada del director diciendo que, quizá mientras ella se hundía en los infiernos del alcohol, él estaba mirando hacia otro lado. Tal vez no haya forma más bonita de decir a alguien cuánto se puede llegar a amar.

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