miércoles, 14 de enero de 2009

SI NO AMANECIERA (1941), de Mitchell Leisen


Si no amaneciera no me importaría morirme aquí, en este agujero teñido del blanco y negro de la desesperación viendo pasar el tiempo con su fotografía de grano grueso y con el reloj recordándome el tic de mi deseo y el tac de la decepción. Al fin y al cabo, me fui de mi país para no morir y aquí ya no hay un mañana que mantenga la ilusión en el no vivir. Veo pasar a otro buen puñado de personas que no pueden salir de aquí, como cucarachas a las que se le pone la mano delante para que no traspasen los límites de una libertad ausente.
Si no amaneciera no me importaría haber pasado la noche en los brazos de una mujer que no amo y que me recuerda a cada instante el fracaso en el que se ha convertido toda mi esperanza. Tengo que timar en una tierra de timadores para seguir poseyendo unos cuantos pesos para comer y para seguir esperando. Y ser buscavidas es algo que detesto porque se aleja de la persona que he sido. Me miro al espejo y no me reconozco, tal vez porque la frontera de mí acaba ahí mismo, en mi propio reflejo devuelto como a todos los que echan porque no tienen los papeles en regla, porque son considerados parásitos dispuestos a robar, porque la falta de un salvoconducto es la diferencia fundamental entre la honestidad y el rechazo de todos los que creen que soy un ladrón.
Si no amaneciera no me importaría haber conocido a esa mujer que ha venido por aquí, a este lado de la desesperanza, y haber despertado en mí ese sentimiento que tenía tan olvidado como es el amor, pero la supervivencia es más fuerte y no puedo evitar engañarla. Servirla y fingir que estoy enamorado y que casándome con ella todo irá sobre ruedas cuando lo primero que quiero es tener la consideración de ciudadano estadounidense y luego ya veremos. Tal vez la abandone porque no creo que pueda ser digno de ella. Se merece algo mejor. Y mejor es el antónimo de yo.
Si no amaneciera no me importaría haberme convertido en lo mala persona que soy, malviviendo como un ratero de tres al cuarto, sacando unos pesos a unos cuantos turistas, robando un poco del alma de los ingenuos, cortando grandes pedazos de fe en las personas…Es demasiado tiempo esperando al día siguiente, es una losa de horas aguardando la llamada de un funcionario cualquiera para decirme que tengo permiso para traspasar la línea de una frontera que para mí ya se ha transformado en un muro tan alto que no puedo saltar yo solo. Soledad. Ese es mi pasaporte.
Si no amaneciera no me importaría escribir un guión tan excepcional como el que idearon Charles Brackett y Billy Wilder y dirigir una película con el pulso con que lo hizo Mitchell Leisen o interpretar con la intensidad con la que Charles Boyer pone rostro a la desolación, Olivia de Havilland a la ilusión y Paulette Goddard a la maldad que habita en toda carne fustigada en el oportunismo y en el rencor.

Si no amaneciera…

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuando he empezado a leer este artículo, he buscado dónde estaban las comillas. Pensé que formaba parte de algún diálogo de la película. Sin palabras.
Gema

César Bardés dijo...

Cuando no hay palabras, el silencio llega a ser un buen compañero capaz de decir muchas cosas sin ruido alguno. Si te has quedado sin palabras es porque, quizás, comprendo demasiado bien al protagonista de esta historia. Por cierto, con todos los problemas de inmigración que hay y nadie se ha atrevido a rescatarla.
Gracias por quedarte sin palabras. Es todo un privilegio y espero que esto sea bien entendido. Si no amaneciera...

Anónimo dijo...

Como ya me han vuelto las palabras, quería añadir que me encanta Charles Boyer. Era uno de los actores preferidos de mi madre y de mi abuelo. Hay una película suya que me encantó cuando la vi hace un montón de tiempo. Tovarich, con Claudette Colbert. Y no sé si era en ésta peli o en otra que había una escena con una mosca o cucaracha... uy qué lio me estoy armando. Bueno el caso es que me encantaba.
Gema

César Bardés dijo...

La escena de la cucaracha es de esta película, una escena, por cierto, que Boyer consideraba ridícula e indigna de una estrella. Y sí, "Tovarich", con él y Claudette Colbert, basada en la obra de teatro de Jacques Deval, era una película muy divertida y muy sorprendente y toda una lección de no considerar criado a quien tiene la clase por nacimiento. Un excelente recuerdo.