martes, 22 de junio de 2010

CYRANO DE BERGERAC (1950), de Michael Gordon

Quisiera dedicar este artículo a José Saramago, que me hizo ser ciego pero también me hizo ser lúcido.

Si hay algo que defina esta película de principio a fin, además de su poesía en el narrar, su lirismo en el amar y su derrota al acabar, es el nombre de José Ferrer. Él es Cyrano de Bergerac cuando se burla, cuando ríe, cuando llora, cuando ama, cuando se bate y cuando pierde. En sus ojos hay cruces difíciles de llevar, crueldades asumidas, rimas inacabadas, suplantaciones perfectas, gestos gallardos y desafíos que nunca se han sabido muy bien si eran por cuestiones de orgullo o búsquedas de un final que se demoraba en demasía. Detrás de él no hacían falta muchos decorados, porque los sentimientos eran los que formaban escenario para la historia de una derrota teñida de orgullo. Cuestión de narices, dirían algunos. Pisadas fuertes de hombre, dirán otros. Lo cierto es que el amor, para bellezas que sólo se atisban en interiores demasiado humillados, sólo es un sueño volátil y esquivo. El amor, ese suave murmullo de abejas que, con un beso, pone el acento invisible en el verbo amar. Sí, salvo para aquel que ama en silencio y, como tal, no puede tildar lo que desea porque no puede llegar a donde quiere.
Bien es cierto que en las desventuras de un amor no correspondido pero sí vivido, nos movemos entre extrañas bambalinas que son más teatro que cine y se acerca, como una inspirada pluma al papel sobre el que escribe, a las intenciones de Edmond Rostand, autor de la obra. Grandes son los momentos en los que devolvemos insultos en alas de la habilidad en la esgrima de la palabra y en la verborrea de la espada. Entristecidos asistimos a una muerte en mitad de una enorme cruz porque la vida niega lo indispensable al que le dio por derribar los más bellos e inútiles valladares. Todo en pos de un beso, de una ilusión, de un favor egoísta, de un poco de cariño en una vida que se va desperdiciando en desafíos.
La oscuridad se cierne por doquier en derredor del protagonista que, con nariz y espada, se adentra en la nada para salir en brazos de la luna que viene a buscarle como una fiel amada. Y en su mirada, retadora y temible, reluce una estrella de ternura que anhela un roce, una suavidad, una complicidad nunca hallada, un deseo visto de lejos, un sí que late por debajo de un rotundo no. Es Cyrano el que pone las palabras en boca del amado, siendo él la noche y el hado, siendo él victoria pero también humillado.
Es el instante preciso en que el debemos abandonarnos a ese hombre que nunca perdió la ilusión por decir cosas que no están escritas en ningún sitio, salvo en nuestro corazón. Fuera vergüenzas y ridículos. Qué más dan esas mundanas tonterías. Dejemos que la sístole golpee con la fuerza de un duelo. Permitamos que las palabras broten tal y como las sentimos y salgan sin control, detrás de una puerta, sin luz, ni farol. Ellas encontraran por sí solas su destino, su acomodo, su todo y su camino. Nadie es tan deforme que no tenga ni un ápice de hermosura dentro de sus ropajes, que sin parecerlo, tienen buena hechura. Desenvainen el acero y a luchar, a luchar...

2 comentarios:

Carpet dijo...

Recuerdo ver este Cyrano con ojos admirados de niño. Recuerdo los requiebros de la inteligencia, recuerdo el triste dolor del enamorado que no sólo renuncia sino que facilita a otro la conquista, la impostura que esconde los sentimientos y regala al otro las palabras. Recuerdo a José Ferrer, tal vez fuera un ciclo de aquellos mágicos de TVE, expléndido en esta película, tanto como años después pudo estarlo Depardieu en el mismo papel. El ciclo debió incluir "El motín del Caine", objeto de post reciente y que revisé de casualidad hace poco gracias a Telemadrid y el "Moulin Rouge" de Huston con su inmenso Tolouse Lautrec.
Era un actor tremendo con una carrera algo corta, muchas películas pero a partir de los 60 pocos papeles dignos de mención.

Al menos, dejó un sobrino con cierto nivel, ya que su hijo creo que ha sido bastante desaprovechado, el bueno de Miguel Ferrer ha converttido su cara de mala leche en poco destacable salvo en la tele, que "Crossing Jordan" me gustaba a mi.

Abrazos.

César Bardés dijo...

El problema de José Ferrer es que era un hombre fundamentalmente de teatro pero emanaba una seguridad extraordinaria. Su dedicación al cine fue escasa no por falta de oportunidades sino porque el cine le interesaba bastante menos que el teatro. En cualquier caso, estaba enorme y, es más, era raro el papel en esa época en la que no estuviera desbordante.
No sólo ha dejado como hijo a Miguel Ferrer, sino que, ojo, es el tío de George Clooney. Sí, sí, como lo lees.
Abrazos poéticos