miércoles, 23 de febrero de 2011

EL CRACK II (1983), de José Luis Garci

“Nuestras medicinas no matan, Areta. Simplemente, no curan

Demasiado grande para “El Piojo”. Intereses muy poderosos en lo que parece un simple asunto de amor entre hombres. Areta está agotando las últimas provisiones de integridad que le quedan y ya está deseando echar el cierre. Para ello, perdona al moro Cárdenas. Le invita a volver con una frase: “Estoy buscando a un tipo que sepa hacer un trabajo sucio. Puede ser muy peligroso”. Y Areta intenta que las atrocidades paren. Industrias farmacéuticas que mandan placebos como si fuesen antibióticos. Una red inmensa de médicos sobornados que recetan esos medicamentos a cambio de recibir a final de año un coche de lujo. Qué barato se vende el hombre ¿verdad, Areta? Pero tú no. Tú sigues ahí, echando abajo inútiles valladares sólo para tener la certeza de que dentro de ti late y vive un corazón que llora, ama y siente pero que también pierde. El Abuelo, tu antiguo jefe dentro de la santa casa, te ha metido en el lío y ahora ya no puedes salir. Estás tan atrapado por culpa de esa misma ética que tanto te has esforzado en conservar que no sabes cómo salir. Crees que hasta ahí has llegado. Crees que ya has disparado la última bala. El mundo está lleno de chorizos, Areta. ¿Qué diferencia hay entre esos quinquis sin redaños que se te introducen en el coche para fumarse unos porros y ese despreciable y altivo hombre de smoking que vende medicinas inútiles a cambio de riadas de dinero? Ninguna. Y lo que hay entre medias, tampoco puede ser demasiado bueno. Tú entre ellos.
Por el camino, vas a dejar muchas cosas que quieres. El moro Cárdenas, con cambio de imagen incluido, te va a entregar un recado metido en un sobre y hará lo imposible con tal de conseguir tu perdón. No era tan malo, Areta, tenías razón. Y lo que es peor. Te quiere. Tiene para ti una cara ensangrentada para demostrarte cuánto te aprecia. Eso mismo que tú nunca quieres recibir. Ni del moro, ni de la mujer de tus sueños, ni del Abuelo, ni de nadie. El amor no existe. Sólo existen los buenos momentos. Las partidas de mus. Las historias del barbero Rocky. La seguridad de estar haciendo lo correcto aunque eso signifique despertar al peligro. Un avión espera. Un pasado se destroza. Areta se difumina en el gris del día a día, de los edificios que rodean su despacho, de la copla que expresa su disgusto y siente cómo va perdiendo su individualidad. Su espanto ya es tan horrible que piensa que si ocurre algo más, una sola cosa más, lo único que va a hacer bien y a conciencia es levantarse la tapa de los sesos y que otros se encarguen de limpiar los retretes de la  bajeza humana. Quizá se largue y lo que consiga sea abrir otra agencia en otra parte, con menos degeneración moral, con más respiros, persistiendo en su vergüenza de policía que un día quiso ayudar. Y ahí puede que se produzca el segundo crack, la segunda rotura, el segundo principio y el último final. Areta se evade no sin antes alcanzar un pequeño triunfo, no muy grande pero sí suficiente, no espectacular pero sí efectivo. Es lo que suelen conseguir los hombres que, sin llegar a ser nada, llenan los recipientes de su alma con una ética que ya parece olvidada.
                                                                                               

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