Estamos ante una de esas raras incursiones de un maestro del suspense que, de vez en cuando, se tomaba unas vacaciones de tanto misterio y se ponía a sacarnos lágrimas de los ojos, como hizo en El ring, o a ponernos una sonrisa en la boca con un rictus helado en Pero…quién mató a Harry? En esta ocasión, una comedia pura y dura, de esas que nos dejan un suave sabor de boca siempre que sepamos que, en esta ocasión, Alfred Hitchcock sólo quiso eso, dejarnos con el tacto de las sábanas en las yemas de los dedos y convertir un rato de vida en una mirada relajada. Eso sí, atentos, él también sale, como siempre.
Es evidente que Hitchcock no dominaba los resortes de la screwball comedy tan bien como los del suspense, pero aún así sabe sacar partido de una excelente actriz del género como Carole Lombard y de un actor un tanto envarado como Robert Montgomery. El resultado es una película simpática, de esas que no te arrepientes nunca de ver con un par de secuencias memorables (ahí está el falso planteamiento de Montgomery intentando acostarse con Lombard en un claro caso de sexo premarital y, también, desternillante, la escena del restaurante). En cualquier caso, el gran director inglés probó la comedia y el resultado fue…que él mismo se aburría dirigiendo aquello. No son palabras mías, lo confesó él en su afamada entrevista con François Truffaut.
Más allá de todo eso, no cabe duda de que también intentó ahondar con una sonrisa en sus clarísimas obsesiones sexuales sin dejar la elegancia de lado (los cineastas de hoy en día estarán diciendo verdaderas barbaridades de mí) y que la última media hora decae peligrosamente por culpa de un guión que no fue lo suficientemente trabajado por Norman Krasna y por el propio director.
La llegada de Hitchcock a este proyecto viene por imposición de la estrella, Carole Lombard, que quería trabajar con él a toda costa aunque fuera en un género totalmente alejado de lo que solía hacer el maestro. Hitchcock, gran admirador de la comedia (es muy habitual que en sus clásicas películas de suspense aparezcan elementos de ella), aceptó porque la admiración era mutua y, evidentemente, Lombard se ajustaba como un zapato de charol al estereotipo de rubia que el director preconizó en gran parte de sus películas.
Y ahora, háganme un favor, pónganse en el lugar del protagonista e imaginen…imaginen que, debido a un defecto de forma, su matrimonio no es legal…y déjenme reírme en el abismo de ideas que les asaltan en ese preciso instante. Puede ser un instante eterno… ¿quién sabe?...
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