martes, 4 de octubre de 2011

EL PROCESO (1962), de Orson Welles

Muchas veces nos vemos metidos en un opresivo mundo de pesadilla compuesto de guardianes que no te dejan entrar a ver a la ley, de estatuas convertidas en fantasmas y de largos y burocratizados procesos judiciales que nunca llegan a formular ninguna acusación contra ti. Tal vez por eso mismo, eres culpable. Culpable de pertenecer a un sistema que te absorbe y te aliena, o de tener una conciencia amordazada, o de esperar…simplemente, esperar…Al revisar esta película, las sombras parecen tener rostro humano, los imposibles ángulos de cámara parece que quieran encerrarnos aún más en la ratonera de la existencia. El agobio de los espacios nos hace concebir la posibilidad de que, poco a poco, nos vamos confundiendo con el gris que nos hace perder nuestra originalidad única, hasta hacernos desaparecer. Somos uno más entre cientos de miles. Y lo malo es que somos uno de esos cientos de miles. Renunciamos a ser para sólo estar. Las angustiosas luces blancas de los fluorescentes convierten la realidad en un sueño difuminado de claridad artificial. Los barrotes de madera te transforman en códigos de barras que andan por en medio de la tentación y quizá unos brazos que saben cogerte sean para ti el paraíso que te abraza y te besa en la boca y ese beso sea una escena en cámara lenta que te hace caer hacia atrás, hacia un colchón de periódicos, hacia una montaña de letra impresa que no deja más huella que la que tu mismo quisiste darle en tu espera eterna y lastimosa de una ley que nunca quiso verte y que no fue escrita para ti.
La tela de araña se va cerrando sobre Josef K. y le atrapa como presa enredada en los hilos de un destino que, por momentos, se antoja expresionista con rima en cóncavo. En los intrincados caminos de la vida siempre hay lugares por los que pasar de lado y el resultado siempre es el oblicuo andar del hado en pos de una humareda que hace que todo sea un sueño demasiado real.
Orson Welles, Anthony Perkins, Akim Tamiroff, Jeanne Moreau, Romy Schneider, Franz Kafka, Suzanne Flon, El proceso, inmersos en el sin sentido de la vida con reglas, en el vagar sin rumbo en busca de una acusación que sea una respuesta…¿Por qué yo? ¿Qué he hecho yo? ¿Quién me acusa? ¿Por qué? ¿De qué?... ¿De vivir?...

4 comentarios:

Mercurio dijo...

Buenas noches:

Voluntad, ni más ni menos. Es la carencia de voluntad del protagonista. Sólo tienes que elegir por ti mismo y dejar a un lado los convencionalismos.
Saludos cordiales.

César Bardés dijo...

La voluntad, sin duda, es lo que determina toda la actuación del protagonista. El pregunta mucho los porqués pero en ningún momento se detiene a averiguarlo. La maquinaria represiva del comportamiento no le va a contestar y, sin embargo, él sigue preguntando aunque no entiende nada, se conforma con que lo dejen en paz y ser uno más. Los convencionalismos, efectivamente, le atenazan y ese es uno de los grandes males del hombre moderno. Por eso Welles no dudó en decir que Josef K. era culpable.
Un saludo, Mercurio, y gracias por estas palabras sobre "El proceso".

Lizz dijo...

En el universo de El proceso la voluntad no tiene cabida a menos que se desee morir. No hay espacio para luchar contra los convencionalismos, quien lo hace es aplastado completamente.

César Bardés dijo...

Tal y como le ocurre a Josef K., que lucha, acaso involuntariamente, contra los convencionalismos para darse cuenta de que él no es más que un minúsculo punto que se evaporará como el humo.
Gracias por tu comentario y bienvenida al blog.