viernes, 30 de septiembre de 2011

CYRANO DE BERGERAC (1990), de Jean Paul Rappeneau

No caben más que lágrimas al ver y escuchar la historia de un hombre de cara grotesca que cae atrapado en las redes del amor sin tener respuesta posible. En su corazón, late desbocado el deseo de decir lo que se ama a quien se ama y, por eso, como última salida del sentimiento, acepta ser el guía poético de alguien que tiene rostro, pero no tiene ingenio. Dioses crueles, ignominiosos que se empeñan en confundir destinos que estaban reservados para quien sabía utilizar las palabras como dardos de Cupido en aras de la belleza, de la verdad y de la emoción. Siempre habrá espadas que se ofrezcan a ser acompañamiento de la rabia pero nunca serán suficientes, tal vez porque la memoria se halla presente recordando a los afortunados que fueron a recoger el beso de la gloria. Es más bello derribar inútiles valladares, aunque el precio sea la distancia que siempre marca la amistad en detrimento del amor. A luchar, bandidos, a luchar. Los enemigos aparecen escondidos en rayos de luna que quieren alcanzar y helar almas y castigar nobles empeños. Porque amar es un noble empeño que no todos saben realizar. El ingenio de Cyrano era maravilloso pero, en cambio, Christian era hermoso. Y el beso, sólo uno, furtivo y esquivo, huye para aparecer sólo en una noche de viento que se lleva al espíritu que, a pesar de poner el amor en palabras, muere infeliz por no haber probado el sabor de Roxana, su amada.
Las ropas, vive Dios, parecen cosidas por manos divinas. Los diálogos son pura delicia. Los actores reviven a los personajes con Gerard Depardieu deletreando cada una de sus frases con acentos de expresión única. La agilidad de la puesta en escena no puede sino compararse a un duelo de contendientes hábiles y de certeras estocadas. Parece que cada una de las imágenes haya sido previamente soñada. Parece que el corazón se encoge cada vez que vemos al héroe ridiculizando al petrimetre, o jugando con el lenguaje a la vez que con el filo para finalizar con una herida de gramática que, en sus labios, es pura matemática, o escribiendo cartas que llegan a su destino pero que permanecen en el misterioso silencio porque no son dichas por su boca que se mueve y no para porque lo que siente la vuelve loca, o subiendo la moral de sus hombres recordando las hojas verdes de la Gascuña, o atravesando las líneas enemigas porque quiere seguir diciendo cuánto ama y cuán poco le dejan hablar. La valentía no está reñida con la intensidad del pensamiento. El amor devora y es devorado y la fábula está servida. Servida para un público que debería sentirse honrado.
Prosa poética inútil la que intento enhebrar con hilos de cine y puntadas de recuerdo. En esta película amé, sentí, morí y caminé. Así que desplieguen el pergamino, dejen la protección de los sentimientos en algún lugar, sean testigos de las falsas dichas y las verdaderas desgracias, no dejen de prestar atención a la brillante rima y al gentil intento. Esto es cine. Esto es poesía. Esto es amor. No se caigan de la luna y tomen sus líneas como una celebración. Es lo menos. Es un favor.

2 comentarios:

dexter dijo...

Antes hablamos de los males endémicos del cine patrio, y antes nos pones el espejo donde mirarnos. Esta película es todo un dechado de virtudes no solo en cuanto a su propia calidad sino en lo que se refiere a producción. Y es que yo no sé que tienen estos franceses que se lo montan tan bien para exportar su cine y convertir en superexitazos pelis como "Los chicos del coro" o "Amelie" (que ya sé que es problema mío pero me gusta más bien nada). Y eso que como bien dices aquí cuando nos ponemos a hacer cine lo hacemos bien (pero por ejemplo "El perro del hortelano" de Pilar Miro que podría ser un equivalente nuestro a este "Cyrano" no es la mitad de popular). Otra es también que en el reparto esté un Depardieu inmenso que supera en mi opinión al José Ferrer de la versión americana. De no haber sido por cuestiones extracinematográficas (acuérdate lo de las acusaciones aquellas de violación y tal) hubiese ganado el Oscar. Que fue a parar si no recuerdo mal a Jeremy Irons por una de sus interpretaciones menos memorables.

César Bardés dijo...

Sin duda, los franceses saben venderse mucho mejor que nosotros. En cuanto a tu opinión sobre "Amelie", no estoy tan lejos de ti. Es curiosa, puede hasta divertir a ratos pero, sinceramente, en ese plan y con el mismo autor prefiero "Delicatessen", por ejemplo.
Es cierto que "El perro del hortelano" no es la mitad de popular que ésta. También habría que destacar que Pilar Miró hizo enormes esfuerzos por terminarla porque la producción le cojeaba por todos los lados. En todo caso, con toda la admiración que tengo por Lope de Vega, también tengo que decir que Miró se equivocó en unas cuantas cosas. Y con toda mi admiración por Lope de Vega, repito, siempre he pensado que el equivalente más cercano al "Cyrano" francés creo que debe ser el "Tenorio" de la cual no ni una sola versión que merezca la pena. Comparadas, es cierto, este "Cyrano" tiene una producción maravillosa, con un vestuario de la gran Franca Squarciapino que quita el hipo, con un cuidado fenomenal y, sobre todo, sin miedo al verso. Porque, claro, ahí está también el pragmatismo español que, en cuanto dices cuatro versos, ya pensamos que es cursi.
Depardieu, es cierto, está inmenso y, desde luego, puede estar mejor que Ferrer pero lo valioso es que ambos ofrecen una distinta visión del personaje. El de Depardieu es más valeroso, más aventurero, más arrojado. El de Ferrer es romántico y triste, es algo oscuro y también inspira mucha compasión. Depardieu, muy acertadamente, huye de la compasión para componer un personaje que es fuerte y que se muestra sin fisuras a pesar de que las tiene y muy grandes. Cierto es que Depardieu merecía el Oscar, mucho más que Irons, gran actor por otra parte, que con "El misterio Von Bulow" no hizo más que una película bastante olvidable.
Versos que se elevan, películas que se quedan.