miércoles, 2 de noviembre de 2011

PINA (2011), de Wim Wenders

Mentes llenas, Coreografías fuertes. Reflejos de una atmósfera de trabajo cuyo máximo objetivo es el desplazamiento de los cuerpos por el espacio. Preparados para subir el telón, los encargados de hacer que esos cuerpos se muevan tienen el lenguaje en su piel y el gesto en su detalle. La cámara de Wim Wenders parece que desarrolla un afecto especial. El viaje al corazón de la danza ha comenzado y Pina Bausch está en el centro.
La complejidad coreográfica de Pina Bausch parece ser el marco perfecto para rodar en tres dimensiones con propósitos meramente artísticos. Lo que se ve es lo que impresiona y no cómo se ve. El enorme mérito es olvidarse de que el formato tridimensional está ahí y Wenders lo consigue porque pone todas las gotas de cariño en sus imágenes. Dentro del cine del alemán (reputado documentalista que ya demostró todo lo que amaba al cine de Yasujiro Ozu en Tokyo-Ga) siempre ha existido la búsqueda de la imagen perfecta que es, precisamente, aquella que se da cuando la cámara no está allí porque el mero hecho de estar rodando, intentando captar una parte de la realidad, ya es una alteración de la misma. De la admiración y el homenaje, surge la elegía y la cruda sinceridad, esa que no puede captar la cámara, se hace presente aunque se pierda lo espontáneo. La muerte es la que altera verdaderamente la vida, el baile.
Ambos, Wenders y Bausch, tienen la capacidad más que sobrada como para estremecer con sus imágenes y sus movimientos. La cámara y el cuerpo se funden en el pensamiento porque no se sabe que es lo que Bausch guardaba en la cabeza. No se sabe lo que pensaba, lo que sentía, lo que la influenciaba, lo que la torturaba pero basta con posar la mirada en la belleza de lo que mostraba para tener una respuesta para todas esas preguntas. El modo de comunicarse de Pina Bausch era un profundo sentimiento revestido de maravilla y de originalidad. La intensidad era su acento. La creencia era su gramática. El amor era su baile.
Y no por pretender ser un documental deja de haber diversión. Wenders no duda en rodar en exteriores como una calle cualquiera, un cruce de carreteras, un tren, una mina a cielo abierto. Las localizaciones funcionan como algo inesperado y como algo inusualmente bello. Incluso hay un pequeño chiste para que la danza también sea capaz de relajar el gesto.
Tal vez, echando un poco la vista atrás, Wim Wenders pudo ver que Pina Bausch había dejado de ser un ángel en blanco y negro para convertirse en un ser humano en color. Había vendido su coraza y se había adentrado en el mundo de los vivos por amor hacia un arte que quería dominar. Y así ella supo unir diferentes idiomas, diferentes edades, diferentes naciones. El baile era la máxima expresión de un arte que, al fin y al cabo, era común. Y ella bajó del cielo, dejó su mensaje y después, con sus zapatillas de punta, se fue.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

http://acaricinear.blogspot.com/2011/10/wim-wenders-sensibilidad-conciliadora.html

Ni que decir tiene que a mi me enamoró la cinta.

Forma parte de ese género, que muestra que el cine... no tiene género ni forma estipulada.

Gracias por escribir el artículo maestro.

César Bardés dijo...

Gracias a vosotros, Chus. Por toda la verdad y todo el afecto. Wenders tiene estas cosas. O es maravilloso o llega a cansarte. Para mí, su mejor película sigue siendo "El cielo sobre Berlín". Sin embargo, me cansa en "Hasta el fin del tiempo" con el repartazo que tiene y todo.
Y, desde luego, siempre hay alguien que tiene que saltarse las reglas para decirnos que, normalmente, no hay reglas.
Maravilloso tu artículo, también, Chus. Con muchas ganas de elevar a Wenders y a su mirada tan particular.
Un abrazo.