Tres generaciones de mujeres en busca de sus propias huellas, del poso que han dejado tras de sí mismas. La simplicidad llevada al extremo de la estética. La cultura de la muerte, de la rutina hogareña se vuelve, en manos de Pedro Almodóvar, en una anécdota que no pasa de la normalidad. La supervivencia entre el viento, el fuego y el fin no es más que una frivolidad que puede gustar a muchos, pero también disgustar a unos pocos.
La magia de la compasión que puede proponernos esta historia puede tener un punto flaco en su mismo enunciado. Y es que la compasión no tiene ninguna magia. La masa de contradicciones que se enumeran en este retrato de mujeres no deja de tener simpatía pero no llega a los límites de la emoción. Comprender lo incomprensible es la meta de esta historia y muchos, muchos nos retiramos antes de la cinta blanca que marca el final. Simplemente, nos da igual lo que pase. Todo es un mero chiste contado de manera bonita.
Como siempre, Almodóvar, llega a sus cumbres cuando decide tomarse el esperpento en serio y dibuja en el rostro del espectador una risa bien sonora. Sigo pensando desde hace años que, si yo fuera mujer, me sentiría profundamente ofendida por los retratos femeninos de su cine, generalizando algunas actitudes que rayan en la histeria, que piden a gritos amor a pesar de su ridiculez supina. La supuesta densidad no es suficiente para dignificar algo que podría encajar perfectamente en la leyenda rural como ilustración de lo inexplicable. Volver es un mito. Y los mitos nunca son reflejos, ni siquiera distorsionados, de la realidad.
Penélope Cruz es centro de todo el asunto y compone su personaje a partir de clichés bien sabidos y trillados por Sophia Loren en su época de pizzaiola. Sigo diciendo que es una actriz limitada, con una cara bonita y un talento más bien corto, con una dicción espantosa y que no llega a transmitir complejidades ni rincones oscuros. Sus composiciones suelen ser planas, monocordes y simples. Su mejor interpretación hasta ahora, sigue siendo la canción A call from the Vatican de la película Nine, de Rob Marshall. Fuera de ahí, todo en ella es pura mediocridad.
Por otro lado, es perfectamente comprensible que haya opiniones que ensalcen esta película como una muestra de calidez manchega (más de una línea está inspirada en retruécanos de la zona), que enternece y llega. No cabe duda de que Almodóvar propone un lenguaje y una estética que son sello de fábrica en toda su filmografía y que, algunos entran por inercia, otros lo hacen puntualmente y algunos más no lo hacen nunca. Yo pertenezco al segundo grupo. Porque reconozco en él a todo un autor, con sus constantes temáticas y sus fotogramas perfectamente reconocibles pero no todo lo que cuenta despierta un interés entusiasta. A menudo, es demasiado anecdótico. Y aquí todo es un mero relato, un cotilleo de puerta y oreja con envoltorio de lujo.
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