Estamos ante una de las mejores adaptaciones que se han hecho nunca de un clásico de la Literatura infantil. Por eso, tal vez sería mejor despreciar esos prejuicios tontos que a veces nos invaden sobre la antigüedad y la ñoñería que pudiera desprender esta historia y dejarnos llevar por una fábula que es más un cántico a la inocencia, un homenaje a la bondad y un nostálgico recuerdo hacia algo que hoy en día parece trasnochado tan sólo porque el ser humano es incapaz de llevar a la práctica como es la generosidad.
Para ello, David O. Selznick, que años después escalaría hacia la cumbre de la producción con Lo que el viento se llevó, no duda en encomendar la película a un hombre de probada profesionalidad como John Cromwell, uno de esos artesanos que despertaba la misma fiabilidad en las retorcidas entrañas del cine negro como en estos cuentos contemporáneos que rememoran vagamente la denuncia y el compromiso de Charles Dickens aunque en esta ocasión el original literario parta de Frances Hodgson Burnett. Para el personaje del niño, centro de todas las emociones y reacciones que despierta la trama, prefirió a Freddie Bartholomew, prodigio de la época que consiguió secuestrar corazones y arrancar lágrimas en la estupenda Capitanes intrépidos y, por último, para el papel del tío que deja su millonaria herencia a su más que digno sucesor insistió en Aubrey Smith, un hombre de rostro afable y labrado en los surcos que la piel dibuja cuando aparece la siempre inoportuna vejez y que era capaz de transpirar una singular amargura que se convierte en la motivación de todo el asunto.
Y en el fondo, es una película que habla también de la modificación de caracteres impuesta por un niño que enseña a vivir. Eso mismo que los adultos tantos nos empeñamos en negar porque creemos que somos nosotros los que enseñamos. Para ello, Selznick y Cromwell tuvieron especial cuidado en elaborar unos refinados diálogos que son pequeñas joyas del tamaño de su protagonista, que consiguen también cambiar un poco la mirada de quien ve y el tacto de quien siente. Es el sabor que tiene la reconciliación entre dos modos distintos de ver la vida y que debería ser toda una lección para estos tiempos tan agrios a los que estamos asistiendo.
El gran mérito de esta película es que, teniendo todos los ingredientes para ser una historia lacrimógena ladeada hacia la cursilería, clara candidata a que el tiempo la hiriese con sus segundos punzantes es que fue y sigue siendo un espectáculo de entretenimiento que, no exento de emoción, también hace pensar un poco, no mucho, acerca de la verdadera naturaleza humana. El amor nos hace también personas por mucho que queramos esconderlo detrás de los ceros de los billetes. La sangre también tira, por mucho que queramos secarla tras inmensas propiedades repletas de lujo y soledad. Es la confianza en que algo dentro de nosotros se remueve cuando las razones son tan poderosas que ningún corazón medianamente bien amueblado se resiste. Así que dejemos que estos decoradores entren hasta la cocina. El envite merece la pena.
4 comentarios:
Si señor, Fredy Bartholomew, que actor tan excepcional en ese momento. Aun recuerdo con angustia "David Copperfield"...
Creo que ya hicimos transversal con niños prodigio, pero uno mira hacia atrás y que poco han llegado a ser actores, mejores o peores, al final, ¿no?.
Elisabeth Taylor, Roddy Mcdowall, Mickey Rooney, Drew Barrymore, Josh Brolin, Ana Torrent, Ana Belén...
Que riesgo caer en gracia tan pequeño y que dificil es madurarlo...es otro ejemplo a lo "Toro salvaje" sólo que multiplicado por mil. Jake LaMotta era un niño grande que no supo crecer, los otros no han empezado siquiera.
Abrazos sin rígida etiqueta
Pues una vez más, una estupenda acotación al artículo, querido Carpet. Y bien has pillado que no es por casualidad que he decidido poner el artículo de "El pequeño Lord" a continuación del de "Toro salvaje".
Un niño que sí ha llegado a ser actor, aunque más de un trabajo suyo es muy discutible, es Christian Bale, desde aquel descubrimiento en "El imperio del sol", en parte rodada con las puestas de sol de Trebujena, Jaén, por otro niño prodigio como Steven Spielberg.
¿Y dónde quedaron aquellos niños que nos maravillaron como Henry Thomas, Haley Joel Osment o Macaulay Culkin? Destrozados por el éxito, presa de su propia ingenuidad infantil y de la descorazonadora creencia de que el éxito es para siempre.
Abrazos con meñique levantado.
Pues si ves ahora una foto del antaño encantador Freddie Highmore...
Aun está por ver que pasa con las Fanning, aunque yo tengo más esperanzas en que Elle llegue a ser estrella adulta que en que lo sea su hermana Dakota.
Abrazos a la hora del te
¿Y Pablito Calvo, el niño más encantador que ha pisado la escena española? Por aquellas gracias del destino resulta que Pablito es primo mío, pero, ojo, es uno de esos primos a los que jamás has visto y, por si fuera poco, político porque la que es mi prima es su mujer.
Hay que ver lo que cambia el no-éxito.
Abrazos castizos.
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