La búsqueda de la propia identidad siempre ha sido una tarea fiera, destinada solo a corazones que reinan por encima de la mediocridad. El regreso a casa puede ser una excursión, una aventura y un espectáculo. Conocer a la chica que te eriza el pelo puede ocurrir mientras saltas por los aires y conseguir lo imposible, amigo, es la sonrisa asegurada, el aplauso continuo, la fama en ti mismo.
Pero, muy a menudo, las ambiciones chocan y siempre hay alguien que desea tener una cabeza de león en su despacho porque el odio forma parte del mundo, igual que el amor. Un poco más allá se podría decir que el desprecio también pero es algo más débil, más fácil de manipular, difícil de sobrellevar pero voluble y, por tanto, vencible. Y así, en una fuga de locura, donde unos dibujos se esfuerzan por encontrar un final a sus odiseas y a sus estúpidos sueños de libertad, encontramos un ratito de diversión y la casi segura complicidad de un niño.
Parece que las aventuras de Alex, Marty y compañía han llegado a su fin. Lo cual no quiere decir que eso sea triste. Todo lo contrario. Los creadores de Madagascar han querido coronar a los personajes con una fiesta por todo lo alto para dejar bien claro a niños y mayores que estarán bien, que permanecerán en la memoria por unos cuantos buenos ratos que han hecho pasar a todos y que, quién sabe, quizá dentro de unos años, cuando los niños sean hombres y tengan que llevar al cine a sus propios niños, Alex y Marty pueden volver, montados en globo, en un zoo, en una selva perdida de África o en medio de la jungla de asfalto. Eso sí, en esta ocasión, Marty aparece menos y Alex un poco más. Los pingüinos menos (al fin y al cabo, estos tienen su propia serie) y los invitados más. Y, eso sí, hay un personaje malvado de impresión, que parece asumir los rasgos de Edith Piaf con placa y uniforme y que es temible porque es hábil y husmea en todos los rincones. Eso eleva la película, en algún momento, por encima de sus propias ambiciones.
Por lo demás, nada que decir. Se pasa bien. Hay humor, hay amor, hay temor y hay una resolución que, además de ser aceptable, resulta también todo un homenaje a cierto tipo de fieras que también se encuentran encerradas pero haciendo que miles de niños no se dejen de preguntar cómo es posible que los animales salvajes hagan lo que hacen en medio de una pista de ilusión y de colorido. Alex, Marty, Gloria y Melman se encargan de retorcer un poco más la fórmula sobradamente conocida pero que siempre funciona. El resto es espectáculo.
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