Debido a su pasado acróbata, Burt
Lancaster no necesitó nunca de un doble para rodar las escenas de riesgo.
Cuando llegó a cierta edad, lógicamente, empezó a molestarle que los directores
ni siquiera la preguntaran si quería un doble para que saltara en su lugar
sobre un caballo. Durante el rodaje de ¡Que
viene Valdez!, una modesta película del Oeste que se hizo en España y que
tenía su aquél, un periodista le preguntó si no estaba cansado de esta
situación. Lancaster, con su habitual tranquilidad respondió: “De lo que estoy cansado es de tener que
fingir que soy un valiente. El público cree que soy un valiente como mis
personajes. Los directores creen que soy tan valiente que no necesito ningún
especialista para que me supla. Si hay algo que realmente me gusta en mi vida
es volver a casa y estar con mi mujer. Con ella, no tengo que fingir que soy un
valiente”.
La sonrisa perfectamente metálica
de este actor ha brillado de tal manera que demostró que no solo era un
saltimbanqui dispuesto a saltar del palo mayor de un bajel pirata a la rama del
árbol de un frondoso bosque a rebosar de persecuciones y flechas. Tuvo una
grandísima personalidad, con recursos interpretativos cercanos al Método, de
amplísimos registros, que trabajó por igual en producciones europeas o
americanas, que pasaba, con asombrosa versatilidad, de las aventuras
intrascendentes a dramas de rotunda seriedad y siempre con un apreciable gusto
a la hora de elegir los proyectos en los que intervenía.
Su primer papel, ahí es nada, fue
el de “El Sueco” en Forajidos, de
Robert Siodmak. Basada en el relato de Ernest Hemingway Los asesinos, el actor se envolvió en un halo de decepción perfecto
para su personaje de boxeador acabado, víctima de los engaños de su amante y
cómplice, una esplendorosa y magnética Ava Gardner.
Después de su papel de recluso
amotinado en uno de los mayores clásicos carcelarios de la historia, Fuerza bruta, de Jules Dassin, trabajó
en una muy estimable película negra injustamente menospreciada en su tiempo: Al volver a la vida, de Byron Haskin, en
la que dio vida a un hombre que sale de la cárcel y vuelve a trabajar para el
tipo que le metió en ella con el escondido afán de vengarse. El estilo
delicadamente neutro de Lancaster no fue entendido por la crítica que alabó la
actuación de su oponente y, desde entonces, uno de sus mejores amigos: Kirk
Douglas.
Intentó un toque de prestigio al
participar en la adaptación de la obra de Arthur Miller Todos eran mis hijos, pero la película fue para la impecable
actuación de Edward G. Robinson. Más tarde, tuvo una muy interesante y breve
aparición como el marido de Barbara Stanwyck en Voces de muerte, de Anatole Litvak y se da cuenta de que para hacer
el tipo de cine que realmente le gusta, tiene que aprovechar sus fantásticas
dotes acrobáticas para realizar películas de exquisito corte aventurero y gran
tirón comercial como El temible burlón,
máxima expresión del cine de entretenimiento terriblemente divertido; o El halcón y la flecha, una refrescante
extravagancia dirigida con mano maestra por Jacques Tourneur. Al mismo tiempo,
alternó estos papeles aparentemente intrascendentes con otros meramente
artísticos como la muy estimable tragicomedia El caso 880, de Edmund Goulding; o el patético drama de Vuelve, pequeña Sheba, donde da vida a
un marido borracho e iracundo. A pesar de todo, no consigue todavía el aprecio
de crítica y público que podría darle el ansiado prestigio.
El primer aviso lo dio
interpretando al duro Sargento Warden en De
aquí a la eternidad, de Fred Zinnemann, con una ajustada caracterización
enérgica que le aupó como un rudo galán de mucho quilates que hizo frente, con
admirable valor, al resto del impresionante reparto encabezado por Montgomery
Clift.
Trabaja en dos interesantes
películas de Robert Aldrich: Apache y
Veracruz, donde realiza una excelente
actuación como un bandido guasón y tramposo para el que lució su fulgurante
sonrisa con tanto encanto que robó la película literalmente al otro
protagonista, Gary Cooper, en una interpretación tan sutil como atractiva. A
continuación prueba detrás de las cámaras con El hombre de Kentucky, una apología de la vida natural que le
decepciona de tal manera que declara que nunca lo volverá a intentar, aunque no
respetaría su palabra.
Se aprovecha de sus habilidades
circenses en el melodrama Trapecio,
llegando a entrenar a su oponente, Tony Curtis y, luego, se empareja con
Katharine Hepburn como el hombre que, tal vez, hace llover en El farsante, en una meritoria actuación
que, sin embargo, se vio ampliamente superada por el trabajo de su compañera de
reparto.
Obtiene un apabullante éxito en
la estupenda Duelo de titanes, de
John Sturges, en la piel del sheriff
Wyatt Earp en una limpia interpretación para pasar a ser un implacable columnista
de prensa sin escrúpulos que se opone a la relación de su hermana con un músico
de jazz en la maravillosa Chantaje en
Broadway, de Alexander MacKendrick.
Se mete de lleno en el mar en la
cinta Torpedo, precursora de muchas
de las aventuras submarinas del cine moderno, donde Lancaster realiza una
segura intervención que se convierte en un apasionante duelo con su compañero
de reparto, Clark Gable. Luego pasa al drama más teatral de Mesas separadas que, sin embargo, fue a
mayor gloria de un insuperable David Niven.
Punto y aparte merece la
excepcional interpretación que realiza en El
fuego y la palabra, de Richard Brooks, en la que exhibió una extensísima
gama de recursos dramáticos y expresivos llegando, incluso, a cantar el
espiritual I´m on my way. Su papel de
charlatán que se hace pasar por predicador evangelista le valió su único Oscar
y el aplauso unánime de la crítica internacional que califica su trabajo de “actuación memorable”.
En 1961, interpreta a un juez
nazi procesado en Nüremberg en Vencedores
o vencidos, sustituyendo al inicialmente previsto Laurence Olivier. Con una
inexpresividad aplastante, consigue dramatizar la acción de forma soberbia,
saltando la distancia entre su propia identidad y su personaje.
A continuación, uno de sus roles
más recordados, el del preso Robert Stroud que, con el tiempo, se convirtió en
la mayor autoridad ornitológica del mundo en El hombre de Alcatraz, de John Frankenheimer en la que, pleno de
sensibilidad, concentra toda la acción de la película con una sabiduría absoluta
alcanzando una madurez y una serenidad pocas veces igualadas.
Cuando fue propuesto para
interpretar el papel del Príncipe de Salina en El gatopardo, de Luchino Visconti, éste exclamó: “¡No! ¡Es rídículo! ¡Es un cowboy! ¡Un
gángster!” pero lo cierto es que Lancaster dominó con su imponente
presencia todo la película con matices excepcionales, momentos de una
emotividad controlada y un impresionante peso en las escenas que hacen de su
interpretación, uno de los mejores activos de este inolvidable título del
director italiano.
Rueda otras dos películas
seguidas con el director John Frankenheimer, con una acción y un vigor que
parece agarrarte de las solapas sin soltarte hasta el final: Siete días de mayo, fábula
político-militar en la que Lancaster combina sabiamente un contenido fanatismo
con una innata convicción; y la fuera de serie El tren, una película de fantástico ritmo, insuperable interés, de
una trepidante modernidad que es asombrosamente actual por su bien dosificado
suspense, su más que notable realización y su trama urdida con arte.
Algo así podemos decir de Los profesionales, de Richard Brooks en
la que Burt Lancaster encarnó a un experto dinamitero que, con sus explosiones “crea vida en lugar de muerte”, con un
fondo idealista que explica toda la historia y en la que, a través de los ojos
de su compañero Lee Marvin, podemos ver cabalgando “al mismísimo diablo”.
Comete errores con El nadador, de Frank Perry o La fortaleza, de Sidney Pollack pero se
reafirma como el héroe cansado de Los
temerarios del aire, otra vez con Frankenheimer y con el excelente western La
venganza de Ulzana, de Robert Aldrich.
Dirige su segunda película que
constituye un gran fracaso, El hombre de
la medianoche, una película de misterio con un evidente aliento clásico que
merece ser redescubierta para darse cuenta de su certera pincelada y de un
guión más que sorprendente.
Vuelve a trabajar para Visconti,
que quedó encantado con El gatopardo,
en Confidencias que, junto con Novecento, de Bernardo Bertolucci y Atlantic City, de Louis Malle, marcan un
más que prestigioso final de carrera con tres interpretaciones sobrias,
otoñales y perdurables, llenas de cansada serenidad.
Jeanne Moreau dijo de él: “¡Burt Lancaster! Antes de robar un cenicero
discute sus motivaciones durante una o dos horas. Tienes ganas de decirle ¡roba
de una vez el maldito cenicero y cállate!”. Tal vez, tan solo era un hombre
que buscaba la perfecta inspiración para su soberbia carrera detrás de una
sonrisa esculpida en acero. Nada despreciable, por cierto, tratándose de un
saltimbanqui.
2 comentarios:
Pues sí que hizo películas buenas este hombre. Hace poco volví a ver "Forajidos" y es un señor peliculón se mire por donde se mire. Si acaso añadiría a esta ilustre lista "Los que no perdonan" un interesante y desconocido western de John Huston.
Abrazos saltimbanquis
Es verdad que "Los que no perdonan" es un interesante western pero no es nada redondo, aparte de haber sido un fracaso de altura.
El primer error de todos es haber incluido a Audie Murphy en el reparto. Es malo de narices. El segundo es pretender que Audrey sea una mestiza y el tercero es que la estética de la película creo que deja mucho que desear. Huston, quizá, quiso hacer una película tan diferente, tan fuera de lo normal, que se quedó en algo un poco excéntrico, casi marginal. Huston odiaba profundamente la película, de hecho. Decía, literalmente, que era una de las "peores películas que he hecho". Ahora bien, eso no es disculpa porque tienes toda la razón, tendría que estar dentro del artículo, de eso no cabe duda.
Por cierto, hay que resaltar que Burt Lancaster tuvo una carrera envidiable porque, quizá, de los actores-productores que tanto proliferaron en aquella época de principios de los sesenta, fue el que más éxito tuvo. Tanto en las películas que intervino como en las que no. Caramba, si hasta produjo "Marty"...
Abrazos producidos.
Publicar un comentario