viernes, 4 de abril de 2014

BURT LANCASTER: EL HOMBRE DE LA SONRISA DE ACERO


Debido a su pasado acróbata, Burt Lancaster no necesitó nunca de un doble para rodar las escenas de riesgo. Cuando llegó a cierta edad, lógicamente, empezó a molestarle que los directores ni siquiera la preguntaran si quería un doble para que saltara en su lugar sobre un caballo. Durante el rodaje de ¡Que viene Valdez!, una modesta película del Oeste que se hizo en España y que tenía su aquél, un periodista le preguntó si no estaba cansado de esta situación. Lancaster, con su habitual tranquilidad respondió: “De lo que estoy cansado es de tener que fingir que soy un valiente. El público cree que soy un valiente como mis personajes. Los directores creen que soy tan valiente que no necesito ningún especialista para que me supla. Si hay algo que realmente me gusta en mi vida es volver a casa y estar con mi mujer. Con ella, no tengo que fingir que soy un valiente”.
La sonrisa perfectamente metálica de este actor ha brillado de tal manera que demostró que no solo era un saltimbanqui dispuesto a saltar del palo mayor de un bajel pirata a la rama del árbol de un frondoso bosque a rebosar de persecuciones y flechas. Tuvo una grandísima personalidad, con recursos interpretativos cercanos al Método, de amplísimos registros, que trabajó por igual en producciones europeas o americanas, que pasaba, con asombrosa versatilidad, de las aventuras intrascendentes a dramas de rotunda seriedad y siempre con un apreciable gusto a la hora de elegir los proyectos en los que intervenía.
Su primer papel, ahí es nada, fue el de “El Sueco” en Forajidos, de Robert Siodmak. Basada en el relato de Ernest Hemingway Los asesinos, el actor se envolvió en un halo de decepción perfecto para su personaje de boxeador acabado, víctima de los engaños de su amante y cómplice, una esplendorosa y magnética Ava Gardner.
Después de su papel de recluso amotinado en uno de los mayores clásicos carcelarios de la historia, Fuerza bruta, de Jules Dassin, trabajó en una muy estimable película negra injustamente menospreciada en su tiempo: Al volver a la vida, de Byron Haskin, en la que dio vida a un hombre que sale de la cárcel y vuelve a trabajar para el tipo que le metió en ella con el escondido afán de vengarse. El estilo delicadamente neutro de Lancaster no fue entendido por la crítica que alabó la actuación de su oponente y, desde entonces, uno de sus mejores amigos: Kirk Douglas.
Intentó un toque de prestigio al participar en la adaptación de la obra de Arthur Miller Todos eran mis hijos, pero la película fue para la impecable actuación de Edward G. Robinson. Más tarde, tuvo una muy interesante y breve aparición como el marido de Barbara Stanwyck en Voces de muerte, de Anatole Litvak y se da cuenta de que para hacer el tipo de cine que realmente le gusta, tiene que aprovechar sus fantásticas dotes acrobáticas para realizar películas de exquisito corte aventurero y gran tirón comercial como El temible burlón, máxima expresión del cine de entretenimiento terriblemente divertido; o El halcón y la flecha, una refrescante extravagancia dirigida con mano maestra por Jacques Tourneur. Al mismo tiempo, alternó estos papeles aparentemente intrascendentes con otros meramente artísticos como la muy estimable tragicomedia El caso 880, de Edmund Goulding; o el patético drama de Vuelve, pequeña Sheba, donde da vida a un marido borracho e iracundo. A pesar de todo, no consigue todavía el aprecio de crítica y público que podría darle el ansiado prestigio.
El primer aviso lo dio interpretando al duro Sargento Warden en De aquí a la eternidad, de Fred Zinnemann, con una ajustada caracterización enérgica que le aupó como un rudo galán de mucho quilates que hizo frente, con admirable valor, al resto del impresionante reparto encabezado por Montgomery Clift.
Trabaja en dos interesantes películas de Robert Aldrich: Apache y Veracruz, donde realiza una excelente actuación como un bandido guasón y tramposo para el que lució su fulgurante sonrisa con tanto encanto que robó la película literalmente al otro protagonista, Gary Cooper, en una interpretación tan sutil como atractiva. A continuación prueba detrás de las cámaras con El hombre de Kentucky, una apología de la vida natural que le decepciona de tal manera que declara que nunca lo volverá a intentar, aunque no respetaría su palabra.
Se aprovecha de sus habilidades circenses en el melodrama Trapecio, llegando a entrenar a su oponente, Tony Curtis y, luego, se empareja con Katharine Hepburn como el hombre que, tal vez, hace llover en El farsante, en una meritoria actuación que, sin embargo, se vio ampliamente superada por el trabajo de su compañera de reparto.
Obtiene un apabullante éxito en la estupenda Duelo de titanes, de John Sturges, en la piel del sheriff Wyatt Earp en una limpia interpretación para pasar a ser un implacable columnista de prensa sin escrúpulos que se opone a la relación de su hermana con un músico de jazz en la maravillosa Chantaje en Broadway, de Alexander MacKendrick.
Se mete de lleno en el mar en la cinta Torpedo, precursora de muchas de las aventuras submarinas del cine moderno, donde Lancaster realiza una segura intervención que se convierte en un apasionante duelo con su compañero de reparto, Clark Gable. Luego pasa al drama más teatral de Mesas separadas que, sin embargo, fue a mayor gloria de un insuperable David Niven.
Punto y aparte merece la excepcional interpretación que realiza en El fuego y la palabra, de Richard Brooks, en la que exhibió una extensísima gama de recursos dramáticos y expresivos llegando, incluso, a cantar el espiritual I´m on my way. Su papel de charlatán que se hace pasar por predicador evangelista le valió su único Oscar y el aplauso unánime de la crítica internacional que califica su trabajo de “actuación memorable”.
En 1961, interpreta a un juez nazi procesado en Nüremberg en Vencedores o vencidos, sustituyendo al inicialmente previsto Laurence Olivier. Con una inexpresividad aplastante, consigue dramatizar la acción de forma soberbia, saltando la distancia entre su propia identidad y su personaje.
A continuación, uno de sus roles más recordados, el del preso Robert Stroud que, con el tiempo, se convirtió en la mayor autoridad ornitológica del mundo en El hombre de Alcatraz, de John Frankenheimer en la que, pleno de sensibilidad, concentra toda la acción de la película con una sabiduría absoluta alcanzando una madurez y una serenidad pocas veces igualadas.
Cuando fue propuesto para interpretar el papel del Príncipe de Salina en El gatopardo, de Luchino Visconti, éste exclamó: “¡No! ¡Es rídículo! ¡Es un cowboy! ¡Un gángster!” pero lo cierto es que Lancaster dominó con su imponente presencia todo la película con matices excepcionales, momentos de una emotividad controlada y un impresionante peso en las escenas que hacen de su interpretación, uno de los mejores activos de este inolvidable título del director italiano.
Rueda otras dos películas seguidas con el director John Frankenheimer, con una acción y un vigor que parece agarrarte de las solapas sin soltarte hasta el final: Siete días de mayo, fábula político-militar en la que Lancaster combina sabiamente un contenido fanatismo con una innata convicción; y la fuera de serie El tren, una película de fantástico ritmo, insuperable interés, de una trepidante modernidad que es asombrosamente actual por su bien dosificado suspense, su más que notable realización y su trama urdida con arte.
Algo así podemos decir de Los profesionales, de Richard Brooks en la que Burt Lancaster encarnó a un experto dinamitero que, con sus explosiones “crea vida en lugar de muerte”, con un fondo idealista que explica toda la historia y en la que, a través de los ojos de su compañero Lee Marvin, podemos ver cabalgando “al mismísimo diablo”.
Comete errores con El nadador, de Frank Perry o La fortaleza, de Sidney Pollack pero se reafirma como el héroe cansado de Los temerarios del aire, otra vez con Frankenheimer y con el excelente western La venganza de Ulzana, de Robert Aldrich.
Dirige su segunda película que constituye un gran fracaso, El hombre de la medianoche, una película de misterio con un evidente aliento clásico que merece ser redescubierta para darse cuenta de su certera pincelada y de un guión más que sorprendente.
Vuelve a trabajar para Visconti, que quedó encantado con El gatopardo, en Confidencias que, junto con Novecento, de Bernardo Bertolucci y Atlantic City, de Louis Malle, marcan un más que prestigioso final de carrera con tres interpretaciones sobrias, otoñales y perdurables, llenas de cansada serenidad.

Jeanne Moreau dijo de él: “¡Burt Lancaster! Antes de robar un cenicero discute sus motivaciones durante una o dos horas. Tienes ganas de decirle ¡roba de una vez el maldito cenicero y cállate!”. Tal vez, tan solo era un hombre que buscaba la perfecta inspiración para su soberbia carrera detrás de una sonrisa esculpida en acero. Nada despreciable, por cierto, tratándose de un saltimbanqui.

2 comentarios:

dexterzgz dijo...

Pues sí que hizo películas buenas este hombre. Hace poco volví a ver "Forajidos" y es un señor peliculón se mire por donde se mire. Si acaso añadiría a esta ilustre lista "Los que no perdonan" un interesante y desconocido western de John Huston.

Abrazos saltimbanquis

César Bardés dijo...

Es verdad que "Los que no perdonan" es un interesante western pero no es nada redondo, aparte de haber sido un fracaso de altura.
El primer error de todos es haber incluido a Audie Murphy en el reparto. Es malo de narices. El segundo es pretender que Audrey sea una mestiza y el tercero es que la estética de la película creo que deja mucho que desear. Huston, quizá, quiso hacer una película tan diferente, tan fuera de lo normal, que se quedó en algo un poco excéntrico, casi marginal. Huston odiaba profundamente la película, de hecho. Decía, literalmente, que era una de las "peores películas que he hecho". Ahora bien, eso no es disculpa porque tienes toda la razón, tendría que estar dentro del artículo, de eso no cabe duda.
Por cierto, hay que resaltar que Burt Lancaster tuvo una carrera envidiable porque, quizá, de los actores-productores que tanto proliferaron en aquella época de principios de los sesenta, fue el que más éxito tuvo. Tanto en las películas que intervino como en las que no. Caramba, si hasta produjo "Marty"...
Abrazos producidos.