Una historia para recordar. Un
barco, el mar, la brisa, la noche. Dos miradas que se encuentran y dos
complicidades que actúan con la suavidad con la que se abre la estela al paso
de un trasatlántico. Una contestación y una réplica. Un juego de palabras. Una
ironía destellada. Días que no quieren acabar. Hay momentos que deberían estar
suspendidos en la eternidad. La vida aprieta y los sueños tienen que cumplirse
con una base real. Una escala en Madeira. Una vieja que entiende. Un abrazo que
habla. La verdad tapada por el amor. El amor que espera. El amor que no llega.
El amor que se decepciona. Porque la vida sigue apretando y no está hecha para
el amor. Una pintura que es un milagro. Un chal que parece una partitura en la
que componer una melodía en clave de tú y yo. Las cosas ocurren. Y nada, salvo
la insistencia, puede ir más allá de lo poco que los sentimientos consiguen.
Amor…una palabra que parece cincelada en el cielo con la cúspide de un
rascacielos que ya está en la memoria de todos. De alguna manera, usted y yo y
aquél y los demás, también esperábamos allí arriba. Tal vez porque no queríamos
que lloviera nunca más sobre nuestro corazón.
Y es que cuando el destino se
confabula con la casualidad para que la confirmación de los sueños nunca llegue,
nos sentimos pequeños, ínfimos, casi insignificantes. Siempre habrá consuelos
pasajeros como unos cuantos niños deseosos de aprender música o la fama
traidora que hoy te coloca arriba y mañana te desciende con ascensor. Pero el
dolor queda ahí porque además, ese destino sin conciencia, se ha encargado de
hacerte creer que nada ha merecido la pena, que todo ha sido un espejismo sin
realidad, que fueron unos días donde se pudo escribir la verdad en la espuma
del mar pero que las olas y el tiempo y la rutina y la suerte se han encargado
de borrar con saña. Hubo una mirada y un momento. Pero la felicidad no está ahí
y menos si tiene que llevar una carga de permanencia. ¿Quién sabe? Tal vez el
mismo destino se encargará de hacer que la casualidad vuelva a surgir y haya
una segunda oportunidad para una cita que nunca ocurrió y, en lugar de una
terraza de un rascacielos, el sitio sea el balcón de los labios de ella que,
por discreción y amor, también callaron y escribieron en el silencio muchas
declaraciones de un amor que no podía quedar disfrazado en el gris de la urbe
presurosa.
Leo McCarey dirigió la primera
versión de Tú y yo con Charles Boyer
e Irene Dunne en los principales papeles y, aunque el resultado fue inferior
que la misma historia que dirigió veinte años después con Cary Grant y Deborah
Kerr, supo reflejar en el blanco y negro de nuestras miradas la certeza de que
el amor existe, de que el amor existe y triunfa, de que el amor existe y
triunfa y espera, de que el amor existe y triunfa y espera y nunca termina.
Siempre que sea amor de verdad. Siempre que sea el auténtico y único amor de tu
vida.
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