Un último golpe antes de la
última copa. Al fin y al cabo, eso es la vida. Algo que siempre es lo último.
Para ello, solo tienes que confiar en las personas adecuadas. El dinero corre
en Montecarlo y parece que silba para que vayas detrás de él. Claro que la
chica tampoco está mal. Sus caderas cimbreantes parecen toda una convocatoria
para el pecado. Sin embargo, siempre se presenta el invitado imprevisto. Ése
que nunca quieres ver. Pero el golpe es lo primero. Solo sentir que el éxito
siempre estuvo ahí, a la vuelta de un billete de mil francos. A la vuelta de
una reja de mil días.
Las fichas resuenan entre los
números que no dejan de girar. Sentirse en medio de todo eso una vez más es
llegar a ser verdaderamente libre. Trajes elegantes, mujeres de ensueño…Lástima
que los desconfiados te quiten su tanto por ciento de placer pero ese último
golpe al lado de quien más quieres…Bueno, al menos, será un testimonio de
cariño aunque nadie se dé cuenta. Los ladrones siempre son ladrones. Incluso para
hurtar sentimientos. Y la edad es el mayor ladrón de todos.
La música se presiente en el aire
y el blanco y negro se hace color. Color de números rojos y negros, color de
mujeres de miel y negro, color de días de pasado y negro. Todo tiene que estar
minuciosamente preparado porque el tipo que ha ideado todo, sabe lo que hace.
Poner el dinero para llevarlo a cabo no tiene ningún mérito. Él es el que vale.
Los demás son monedas falsas disfrazadas de elegancia. Todo depende del lado
desde el que se mire. Y hay alguno, incluso, que mira desde el lado de vuelta.
Henry Hathaway dirigió esta
atípica película de guante blanco con un Rod Steiger excepcional acompañado de
un soberbio Edward G. Robinson, marcos perfectos para llevar a cabo un atraco
sin mano ni arma. A veces, con mucha clase, basta para llevárselo todo. Con
reminiscencias de Bob, el jugador, de
Jean Pierre Melville, esta película es una lección para apostar sobre seguro
con cartas de farol. Es así de simple su fórmula, y así de complicada. Porque
si hay que arriesgarlo todo, más vale hacerlo con gente que es profesional. Y
estos tipos lo eran.
Y es que realizar una misión
imposible con sombrero negro tiene lo suyo. Hay que jugar con astucia y perder
con voluntad. Hay que camuflarse entre una gran celebración para que la noche
sea la aliada. Una noche larga y amarga aunque el éxito sea un atracador más.
La llamada de ese éxito no es por avaricia, sino por vanidad. Ser el mejor
tiene el precio de la soledad y es obligatorio hacer ese último golpe, esa última
copa. El cerebro del asalto tiene que saberlo y tener conciencia de ello. Lo
demás carece de importancia. El cariño es el botín. Y es algo que no se puede
devolver. Se queda en depósito y encerrado en la caja de seguridad. No puede
venir ningún desaprensivo a tocarlo, revolverlo y llevárselo. Es lo único que
debe permanecer en algún rincón de nuestro interior.
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