martes, 10 de junio de 2014

EL HOMBRE DE MACKINTOSH (1973), de John Huston

Es difícil ser un espía completo. Primero tienes que fingir que eres alguien despreciable. Luego te tienes que ganar la confianza de los espiados para poder llegar a los máximos responsables del asunto. Más tarde, tienes que huir de una prisión. Una patada en la entrepierna de una mujer tampoco viene mal de vez en cuando. Ser un fugitivo para cazar a quien está socavando los principios del país. Menos mal que detrás de todo está Mackintosh. Él es el hombre que maneja los hilos detrás de las fachadas. Él se cuida de que todo vaya bien sin que se entere nadie.
Pero Mackintosh tiene que estar vivo para que pueda ocuparse de todo. Su unidad es tan secreta que nadie sabe realmente qué es lo que está haciendo y, si él falta, todo se desmorona. El fugitivo que no lo es se convierte en un fugitivo de verdad porque ha sido condenado en un juicio de verdad, encerrado en una cárcel de verdad y protagonizado una fuga de verdad. Solo su vida es mentira. Y puede llegar un momento en que un hombre esté harto de la mentira que rodea su vida. Incluso si el amor, o la atracción, o lo que sea, se presenta en medio del entuerto para dar paso a una nueva mentira. Quizá la peor de todas como la traición.
Paul Newman se arriesga en una jugada de ajedrez que implica el falseamiento de todo para que parezca verdad. Por el camino se encuentra con tipos con los que no irías a ninguna taberna a tomar unas pintas pero, sobre todo, con ese intocable que hace que las miserias no alcancen nunca las alturas y, lo que es peor, ofrezca una imagen de honestidad que solo puede revolver las tripas al más descarado. La política, al fin y al cabo, también es una consecuencia del espionaje. La nada es el final seguro.

Detrás de las cámaras, John Huston, que aborrecía esta película porque creía que era uno de esos títulos de encargo que tenía que aceptar para rodar lo que realmente le gustaba. Aún así, el fracaso planea sobre la figura de ese hombre que lo intenta todo para desenmascarar a los culpables de la desestabilización a través del terrorismo. Es un héroe, sí, pero un héroe desencantado, que ya ha emprendido la vuelta de todo y que se ha dejado, incluso, algún viaje de ida pendiente. Todo ocurre y se mueve por encima del entramado de la mentira, del soborno, de la más alta suciedad. Es muy complicado digerir todo eso si no está Mackintosh. Otro hombre que, tal vez, conoce demasiado bien el fracaso. Y el fracaso tiene un nombre, una forma y un sentido que solo John Huston es capaz de imprimir. En su interior, el gran director sabía que el fracaso personal influye en las vidas de muchos y construye complejos entramados para seguir vivo, latente y feroz. Y no basta con teñir la existencia de sus personajes de gris. Tiene también que hacer que todos nos identifiquemos con esos héroes sin mañana para que ese fracaso nos duela a nosotros. Como un disparo en el estómago. Como una puerta que se cierra con dolor para no volver a abrirse nunca más.

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