miércoles, 4 de junio de 2014

ESTACIÓN POLAR CEBRA (1968), de John Sturges

Una llamada de socorro desde el infierno helado. ¿Qué es eso salvo una misión más? Habrá que descubrir a un traidor. No hay problema. Estas cosas se ventilan fríamente, sin motivos personales. Basta con que haya un capitán de submarinos lo bastante tonto como para acercarme hasta allí. Y lo que me encontraré allí, en la estación polar, es que nuestro hombre habrá hecho su trabajo y yo, como siempre, tendré que mantener la boca cerrada. Es fácil. Lo único es el frío. Y los rusos también corren. En esta ocasión, el tiempo climatológico corre a nuestro favor. El submarino llegará antes que los rusos. De eso ya me encargaré yo. Como de decirles que mi nombre es Jones o Smith o Doe. Ya no me acuerdo ni cuál es el verdadero. Esto es como un trabajo de oficina. Se llega, se ficha, se hace y nos largamos. Solo hay que tener en cuenta que las balas, cuando se disparan a temperaturas bajo cero, son un poco más lentas. Pero yo no lo soy.
Oh, otra misión para los americanos. La verdad es que esta gente sabe aprovechar las deserciones rusas. Cuando lo decidí, no sabía que iba a trabajar tanto. Ahora me quieren transportar a ese maldito submarino que está en pleno viaje hacia el Polo Norte. Yo tengo que ser, eso sí, el eterno ruso encantador, ingenuo, risueño y algo curioso. Boris, ése fue el nombre que elegí. Es muy ruso y muy normal. Como todo lo ruso. Un buen café durante el viaje y luego a correr. Claro que está Jones, o como se llame, a bordo y eso siempre es incómodo, pero me las apañaré bien. Todo hombre tiene sus secretos y tenerlos no es ningún delito. Además, el viaje puede ser interesante. Es la primera vez que voy a montar en un artefacto que se mueve por energía nuclear. Eso tiene que merecer la pena, al menos, verlo. Cuando lleguemos, solo tengo que ir, coger lo que he venido a buscar y marcharme otra vez como el encantador, ingenuo, risueño y algo curioso Boris. El ruso de siempre. Y que nadie escrute por debajo de mi sonrisa. Mi mordida es heladora.
Llevar un submarino bajo la capa de hielo. No está nada mal. Y luego coger a unos cuantos pasajeros a los que no se tiene que preguntar nada. Algo difícil de llevar cuando se está rodeado de chapas de metal y toneladas de agua. Mis hombres no pensarán que me he vuelto loco. Son profesionales y saben que obedezco órdenes. Parece ser que tenemos que coger algo antes de que lleguen los rusos. A pesar de la presencia del tal Jones y de ese ruso, luego seguro que llaman al Capitán Farraday para que solucione los problemas. Es posible que sea el único que mantenga la cabeza en su sitio después de este embrollo congelado. Hielo delgado, ésa es la clave. El submarino y mis hombres, eso es lo primero. Lo demás son las intrigas de espionaje de estos individuos que se empeñan en dejarme al margen a pesar de que soy el responsable de llevarlos. Arriba periscopio. Doce grados a estribor. Y cuidado con los salientes de los icebergs.

John Sturges dirigió con buen pulso Estación Polar Cebra con Patrick McGoohan, Ernest Borgnine y Rock Hudson en medio de una intriga que sabe a aventura y a espionaje para emerger en medio de una capa de hielo que era muy difícil de romper. Así es como se llega al entretenimiento más agradable, a rozar el arte con la distracción.

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