La cobardía cuesta vidas. Más que
nada porque no solo es una cobardía tradicional intentando ponerse a salvo
físicamente, escondido detrás del miedo y del oportunismo. También es una
cobardía moral, que rehúsa afrontar responsabilidades cuando el puesto de mando
obliga a tomar decisiones. El pánico hiela los huesos y cada vez que aparece,
un hombre muere. Esto no es fatiga de combate. Es volver la espalda a los que
luchan a tu lado.
Siempre habrá algún oficial o
suboficial que se las sepa todas. Uno de esos hombres con los que sabes que las
balas no te alcanza y, si dan en el blanco, dolerán menos. El convencimiento de
que llegó el momento de ir al infierno con un poco de plomo en el cuerpo es el
mayor de los consuelos cuando el aislamiento, la soledad y la impotencia hacen
tanta mella que es imposible apretar de nuevo el gatillo de la ametralladora.
El olor a cemento recién partido por las bombas es inconfundible y no hay mucha
diferencia entre luchar entre las ruinas y formar parte de ellas.
Puede que haya también algún
coronel oportunista y zafio y que quiera aprovecharse de la situación. Uno de
esos hombres que es capaz de cerrar los ojos ante la justicia y, aún así, sacar
provecho de ese acto. Él sabe que todos callan cuando les conviene y que el ser
humano es arribista por naturaleza. Una medallita por allí, una mención por
allá…paja para el burro que, de todas formas, tiene que morir. Lo que importa
es el después. Y si para beneficiarse tiene que respaldar a un inútil, no hay
problema. Se hace y luego se le pide la devolución del favor. La guerra es así,
hermano. Hay que esquivar las balas y, si se puede, atrapar alguna para tener
de sobra.
El honesto oficial que quiere
mantenerse como espectador tendrá que tomar partido. Todo ser humano tiene un
límite ante los desmanes ajenos y él hace tiempo ya que ha llegado al final. Ha
intentando comprender las razones de la cobardía y admirar los argumentos de la
valentía pero no ha sido ni uno ni otro aunque siempre ha cumplido con su
deber. Precisamente eso es lo que le mueve a ser parte del tablero de intrigas.
Cumplir con el deber y que se hunda el mundo si esa es la consecuencia. Lo hace
por todos aquellos que se quedaron en el camino. Tal vez lo hace también para
quedarse con ellos en ese camino.
Una patrulla a la que le sobra
valor y que está dispuesta a callar ante lo que es un asesinato en tiempos de
guerra. ¡Qué ironía! Asesinato en tiempos de guerra. Sí, eso también puede
existir. Basta con darse cuenta de la maldad a la que lleva la inmoralidad del
egoísmo y guardar silencio. Matar y morir es lo que se les pide pero todo tiene
un límite. Y la dignidad es uno de ellos por muy bajo que hayan caído
disparando contra el enemigo. Son hombres de verdad. Son guerreros de palabra.
Robert Aldrich y su visión de una
guerra desde el interior de los soldados que están combatiendo, alejándose del
heroísmo y retratando a unos cuantos seres que se van deshaciendo poco a poco,
como el hormigón reventado por los obuses de unos cuantos tanques, como la
moral pisoteada por la soberbia de unos cuantos mandos que merecerían morir.
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