Se crea o no (y creo que hasta
ahora no he dicho nada que sea mentira) yo me encontré una vez con Richard
Attenborough. Fui con dos amigos a los Cines Alphaville de Madrid a ver El último emperador, de Bernardo
Bertolucci. La sala estaba vacía cuando entramos y solo había dos personas
situadas unas cuatro filas más atrás. Estábamos charlando animadamente cuando
uno de los amigos se volvió y dijo: “¿Qué
hace Richard Attenborough sentado cuatro filas por detrás?”. Yo creí que
estaba bromeando y me volví a sabiendas de que, luego, recibiría algún tipo de
burla pero me quedé anonadado. Efectivamente, Richard Attenborough estaba allí,
esperando con una chica a su lado a que empezara la proyección. Los tres amigos,
ni cortos ni perezosos, salvamos la distancia un poco precipitadamente y le
pedimos que nos estampara un autógrafo en el margen de uno de los programas que
repartían en aquellos cines no sin antes preguntar si, de verdad, era el gran
director y actor. Él, con una exquisita educación, contestó: “Sí, sé que mi apellido es muy difícil de
pronunciar, pero yo soy Richard Attenborough”.
Y la primera vez que supe que
existía un hombre con ese apellido fue cuando mi padre organizó una de esas
sesiones familiares dominicales con una de sus películas favoritas. Fue en el
cine Richmond, también de Madrid, en plena calle Lagasca y la película, por
supuesto, era La gran evasión. Aún
recuerdo la cara de mi padre cuando salimos del cine y yo, por supuesto, salí
entusiasmado con la actuación de Steve McQueen y él, muy serio y cargado de
razón, me dijo: “McQueen es divertido
pero el que actúa realmente bien es Richard Attenborough…el que hace de Gran
X”.
Poco a poco, fui viendo su
maestría delante de las cámaras y consiguió una extraña mezcla de miedo y
compasión en una película tan estupenda como El estrangulador de Rillington Place, de Richard Fleischer. Y luego
vi qué bien se le daban papeles que, en principio, parecían caracteres débiles
que, sin embargo, se sobreponían a las duras circunstancias que les tocaba
vivir y se convertían en hombres de verdad, de apariencia frágil, de gesto
contraído, nada fáciles pero siempre esperanzados como son los de la excelente El vuelo del Fénix, de Robert Aldrich: o
el marinero Frenchy que se hace amigo de Steve McQueen en la maravillosa El Yang-Tsé en llamas, de Robert Wise.
Más tarde disfruté con él en ese regimiento de casacas rojas destacado en la
India en medio de una investigación criminal en la estupenda y desconocida Culpable sin rostro, de Michael Anderson
y, por supuesto, cuando ya no lo esperaba ver más, como el John Hammond que se
atreve a ser Dios en la mítica Parque
Jurásico, por la que rompió su promesa de no volver a actuar en una
película solamente por tener el privilegio de trabajar al lado de Steven
Spielberg.
Con la edad, me di cuenta de que
Richard Attenborough no era solo actor, sino que también sabía muy bien cómo
dirigir. Basta con echar un rápido vistazo a la cuidadísima Gandhi, quizá la película que fue el
éxito de su vida y por la que todo el mundo le recuerda pero la cosa empezó
algunos años antes con esa extrañísima astracanada crítica que fue ¡Oh, qué guerra tan bonita! en la que
intervenía toda la plana mayor del arte dramático inglés. Mi padre, siempre
cuidadoso con las cosas que elegía para que yo me formara no solo como amante
del cine, también me llevó a ver El joven
Winston, estupenda recreación de los años jóvenes de Winston Churchill,
realizada con un pulso espléndido y lleno de admiración por alguien que es parte
de la historia. Con Un puente lejano
demostró sus habilidades para mover a las masas en el reducido campo de visión
de una cámara y realizó una película de una profesionalidad envidiable, que no
dudaba en censurar la actitud de algunos de los generales británicos, tan
ambiciosos y tan convencidos de que la guerra era una cuestión de osadía
y no de inteligencia.
Pero Attenborough sabía dirigir
historias de otro corte, como lo demostró en la fantástica Magic, en donde el terror se adueñaba de la mirada de Anthony
Hopkins y se proyectaba su propia personalidad en un muñeco de ventrílocuo,
verdadero asesino de todo aquello que perturbara un mundo ideal de preguntas y
respuestas agudas. De hecho, Attenborough no parecía el más adecuado para
dirigir una historia de corte musical que no salía del reducido espacio de un
escenario como A chorus line y, sin
embargo, lo consiguió con nota a pesar de que era un producto de encargo y de
la imposición de tener a Michael Douglas en un papel que requería algo más que
una cara conocida. Más tarde, acometió la biografía de Stephen Biko, el líder
sudáfricano, en la aceptable Grita
libertad con unas estupendas actuaciones por parte de Denzel Washington y
Kevin Kline confirmando a Richard Attenborough como un sensible director de
actores. Tanto es así que su siguiente proyecto fue Chaplin, arriesgadísima película sobre todo en la elección del
protagonista que se saldó con sobresaliente por parte de un inspirado Robert
Downey Jr. aunque la película no alcanzó ni la calidad ni el éxito esperado.
Sin embargo, todo esto no fue más
que el preludio de su mejor trabajo como director y ése no es otro que Tierras de penumbra con un excepcional
Anthony Hopkins y una inteligente y maravillosa Debra Winger en los papeles
principales. Sensible, única, directa al corazón…Attenborough dejó ahí una gran
parte de su herencia, de su impresionante capacidad romántica y dramática y de
su sonrisa de realizador que sabía perfectamente lo que podía conseguir de sus
actores y de una historia que, en realidad, era una pena observada.
Tal vez Richard Attenborough fue
siempre una incógnita que solo se despejó cuando consiguió realizar sus más
fantásticos sueños detrás de las cámaras. Al fin y al cabo, él nos regaló
algunos ratos inolvidables de verdad y de fuga.
2 comentarios:
A mi "Chaplin" me parece un peliculón, injustamente castigada a mi entender, pero de una gran calidad, y no sólo por Robert Downey Jr. Lo que pasa es que yo creo que muchos esperaron encontrar otro "Ghandi" y efectivamente no fue así y no podía serlo, ni por la historia ni por el personaje. Puede tener algún altibajo, pero personalmente tampoco "Ghandi" me parece una película redonda aunque si impresionante.
Y como actor, es cierto que sabía componer esos personajes en principio apocados pero que se rebelan como fundamentales, el de "El Yang-Tse en llamas" es un garn ejemplo, capaz de sobreponerse a todos los prejuicios y complicaciones con una decisión formidable.
Una nueva y gran pérdida, no cabe duda.
Abrazos en el tunel
Está bien definido lo de "Gandhi": No es redonda pero sí impresionante. Estoy plenamente de acuerdo. Sin embargo, como director, me sigo quedando con "Tierras de penumbra" una película, a priori, mucho menos espectacular pero que denota que hay un señor que sabe cómo contar una historia intimista y terrible. Una auténtica gozada para el cine.
Yo creo que era un hombre cabal, bastante ecuánime, muy tranquilo. Y, sin embargo, en sus interpretaciones, no lo parece. En muchas ocasiones, se presentaba como nervioso e incómodo (no por ello dejaba de ser un estupendo actor).
Como anécdota, y para completar, habría que decir que Spielberg le ofreció ser ayudante de dirección en "La lista de Schindler". Attenborough rehusó alegando razones de edad.
Abrazos desde el río.
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