martes, 9 de septiembre de 2014

RICHARD ATTENBOROUGH: LA INCÓGNITA DESPEJADA



Se crea o no (y creo que hasta ahora no he dicho nada que sea mentira) yo me encontré una vez con Richard Attenborough. Fui con dos amigos a los Cines Alphaville de Madrid a ver El último emperador, de Bernardo Bertolucci. La sala estaba vacía cuando entramos y solo había dos personas situadas unas cuatro filas más atrás. Estábamos charlando animadamente cuando uno de los amigos se volvió y dijo: “¿Qué hace Richard Attenborough sentado cuatro filas por detrás?”. Yo creí que estaba bromeando y me volví a sabiendas de que, luego, recibiría algún tipo de burla pero me quedé anonadado. Efectivamente, Richard Attenborough estaba allí, esperando con una chica a su lado a que empezara la proyección. Los tres amigos, ni cortos ni perezosos, salvamos la distancia un poco precipitadamente y le pedimos que nos estampara un autógrafo en el margen de uno de los programas que repartían en aquellos cines no sin antes preguntar si, de verdad, era el gran director y actor. Él, con una exquisita educación, contestó: “Sí, sé que mi apellido es muy difícil de pronunciar, pero yo soy Richard Attenborough”.
Y la primera vez que supe que existía un hombre con ese apellido fue cuando mi padre organizó una de esas sesiones familiares dominicales con una de sus películas favoritas. Fue en el cine Richmond, también de Madrid, en plena calle Lagasca y la película, por supuesto, era La gran evasión. Aún recuerdo la cara de mi padre cuando salimos del cine y yo, por supuesto, salí entusiasmado con la actuación de Steve McQueen y él, muy serio y cargado de razón, me dijo: “McQueen es divertido pero el que actúa realmente bien es Richard Attenborough…el que hace de Gran X”.
Poco a poco, fui viendo su maestría delante de las cámaras y consiguió una extraña mezcla de miedo y compasión en una película tan estupenda como El estrangulador de Rillington Place, de Richard Fleischer. Y luego vi qué bien se le daban papeles que, en principio, parecían caracteres débiles que, sin embargo, se sobreponían a las duras circunstancias que les tocaba vivir y se convertían en hombres de verdad, de apariencia frágil, de gesto contraído, nada fáciles pero siempre esperanzados como son los de la excelente El vuelo del Fénix, de Robert Aldrich: o el marinero Frenchy que se hace amigo de Steve McQueen en la maravillosa El Yang-Tsé en llamas, de Robert Wise. Más tarde disfruté con él en ese regimiento de casacas rojas destacado en la India en medio de una investigación criminal en la estupenda y desconocida Culpable sin rostro, de Michael Anderson y, por supuesto, cuando ya no lo esperaba ver más, como el John Hammond que se atreve a ser Dios en la mítica Parque Jurásico, por la que rompió su promesa de no volver a actuar en una película solamente por tener el privilegio de trabajar al lado de Steven Spielberg.
Con la edad, me di cuenta de que Richard Attenborough no era solo actor, sino que también sabía muy bien cómo dirigir. Basta con echar un rápido vistazo a la cuidadísima Gandhi, quizá la película que fue el éxito de su vida y por la que todo el mundo le recuerda pero la cosa empezó algunos años antes con esa extrañísima astracanada crítica que fue ¡Oh, qué guerra tan bonita! en la que intervenía toda la plana mayor del arte dramático inglés. Mi padre, siempre cuidadoso con las cosas que elegía para que yo me formara no solo como amante del cine, también me llevó a ver El joven Winston, estupenda recreación de los años jóvenes de Winston Churchill, realizada con un pulso espléndido y lleno de admiración por alguien que es parte de la historia. Con Un puente lejano demostró sus habilidades para mover a las masas en el reducido campo de visión de una cámara y realizó una película de una profesionalidad envidiable, que no dudaba en censurar la actitud de algunos de los generales británicos, tan ambiciosos y tan convencidos de que la guerra era una cuestión de osadía y no de inteligencia.
Pero Attenborough sabía dirigir historias de otro corte, como lo demostró en la fantástica Magic, en donde el terror se adueñaba de la mirada de Anthony Hopkins y se proyectaba su propia personalidad en un muñeco de ventrílocuo, verdadero asesino de todo aquello que perturbara un mundo ideal de preguntas y respuestas agudas. De hecho, Attenborough no parecía el más adecuado para dirigir una historia de corte musical que no salía del reducido espacio de un escenario como A chorus line y, sin embargo, lo consiguió con nota a pesar de que era un producto de encargo y de la imposición de tener a Michael Douglas en un papel que requería algo más que una cara conocida. Más tarde, acometió la biografía de Stephen Biko, el líder sudáfricano, en la aceptable Grita libertad con unas estupendas actuaciones por parte de Denzel Washington y Kevin Kline confirmando a Richard Attenborough como un sensible director de actores. Tanto es así que su siguiente proyecto fue Chaplin, arriesgadísima película sobre todo en la elección del protagonista que se saldó con sobresaliente por parte de un inspirado Robert Downey Jr. aunque la película no alcanzó ni la calidad ni el éxito esperado.
Sin embargo, todo esto no fue más que el preludio de su mejor trabajo como director y ése no es otro que Tierras de penumbra con un excepcional Anthony Hopkins y una inteligente y maravillosa Debra Winger en los papeles principales. Sensible, única, directa al corazón…Attenborough dejó ahí una gran parte de su herencia, de su impresionante capacidad romántica y dramática y de su sonrisa de realizador que sabía perfectamente lo que podía conseguir de sus actores y de una historia que, en realidad, era una pena observada.

Tal vez Richard Attenborough fue siempre una incógnita que solo se despejó cuando consiguió realizar sus más fantásticos sueños detrás de las cámaras. Al fin y al cabo, él nos regaló algunos ratos inolvidables de verdad y de fuga. 

2 comentarios:

CARPET_WALLY dijo...

A mi "Chaplin" me parece un peliculón, injustamente castigada a mi entender, pero de una gran calidad, y no sólo por Robert Downey Jr. Lo que pasa es que yo creo que muchos esperaron encontrar otro "Ghandi" y efectivamente no fue así y no podía serlo, ni por la historia ni por el personaje. Puede tener algún altibajo, pero personalmente tampoco "Ghandi" me parece una película redonda aunque si impresionante.

Y como actor, es cierto que sabía componer esos personajes en principio apocados pero que se rebelan como fundamentales, el de "El Yang-Tse en llamas" es un garn ejemplo, capaz de sobreponerse a todos los prejuicios y complicaciones con una decisión formidable.

Una nueva y gran pérdida, no cabe duda.

Abrazos en el tunel

César Bardés dijo...

Está bien definido lo de "Gandhi": No es redonda pero sí impresionante. Estoy plenamente de acuerdo. Sin embargo, como director, me sigo quedando con "Tierras de penumbra" una película, a priori, mucho menos espectacular pero que denota que hay un señor que sabe cómo contar una historia intimista y terrible. Una auténtica gozada para el cine.
Yo creo que era un hombre cabal, bastante ecuánime, muy tranquilo. Y, sin embargo, en sus interpretaciones, no lo parece. En muchas ocasiones, se presentaba como nervioso e incómodo (no por ello dejaba de ser un estupendo actor).
Como anécdota, y para completar, habría que decir que Spielberg le ofreció ser ayudante de dirección en "La lista de Schindler". Attenborough rehusó alegando razones de edad.
Abrazos desde el río.