miércoles, 11 de marzo de 2015

EXTRAÑOS EN UN TREN (1951), de Alfred Hitchcock

Intercambio para facilitar la eliminación del móvil en un asesinato. Es simple y perfecto. Limpio y sin huellas. Yo mato al tuyo y tú matas al mío. Parece una cosa de locos pero no lo es. Más que nada porque todos tenemos a alguien de quien nos queremos deshacer. El odio quizá pueda más que la conveniencia, eso es verdad pero el motivo es lo que menos importa. En realidad, la fascinación de la propuesta reside en el cómo. Es el crimen sin remordimiento porque se está matando a alguien que no te importa ni lo más mínimo. Al fin y al cabo, las vidas son carruseles que se paran bruscamente y eso es una ley de vida. Intercambio, Guy, es simple y perfecto.
Bah, las frivolidades de la gente con dinero. Eso de ir al club de tenis mientras se toma un té es para los que saben levantar el meñique. Ilusos, mentirosos que viven en sus vidas de mentira. Una cosa es saber integrarse en esos ambientes y otra muy diferente pertenecer a ese estrato social. No saben nada sobre lo que realmente importa como el asesinato, como el medio de cometer el delito sin mácula, irreprochable, limpio y original. Como ver un crimen a través de unas gafas graduadas. Así de nuevo. Así de sorprendente.
La verdad es que es fácil caer en los brazos de una mujer que es rica, que es inteligente y que, para colmo, es la hija de un senador de los Estados Unidos. Tal vez se pueda soñar con el futuro si uno se casa con ella. Incluso se llega a imaginar que después de las raquetas quizá haya uno o dos millones para un bolsillo que solo se ha llenado con los premios de un par de torneos. La familia es encantadora y está dispuesta a hacer lo que sea con tal de mantener la respetabilidad de sus miembros. Y formar parte de ella es un privilegio y, hay que reconocerlo, se gana en altura. Puede parecer, en algún momento, que desde tantos metros el resto de la gente sea un poco despreciable, un poco pequeña, poca cosa, casi insignificante. Total, teniendo la vida resuelta a quién le puede importar eso.

Y el crimen turbio se instala porque la enajenación es tan evidente, tan ciega que no quedan más caminos que seguir que la simulación, que el engaño, que la negación que, al minuto siguiente, te deja como mentiroso. Es así de claro. El crimen es adictivo, de eso no cabe la menor duda, y se dedica a captar futuros sicarios. Y Alfred Hitchcock lo sabía muy bien poniendo en juego deseos compulsivos que pasan por la realización física y el asesinato cumplido. Para ello, adaptó a Patricia Highsmith  con la inestimable ayuda de Raymond Chandler y, por supuesto, lo que salió fue una cita ineludible con el intercambio, con la promesa a medio cumplir de matar los muertos de uno a través de otro. Y entonces la genialidad lleva en tren al espectador y el partido de tenis llega a ser una obra maestra.

2 comentarios:

dexterzgz dijo...

Hitch en estado puro. El falso culpable, el crimen perfecto, el tren ("Alarma en el expreso", "La sombra de una duda", el virtuosismo técnico (la escena de las gafas), la tensión (el partido de tenis). Solo nos falta una rubia.

No sé qué hubiese sido de esta película de haber sido hecha hoy día. A buen seguro, por supuesto, el final hubiese sido el de la novela. Pero ya no voy a eso. Seguramente hubiese sido una película más oscura y los personajes más acordes a la escritura turbia de Mrs Highsmisth. A mí por ejemplo "A pleno sol" de Clement me parece una peli mucho más luminosa que la versión de Minghella, elegante y sofisticada pero demasiado fría.

Mira que me gusta el Hitch en color, ayss, pero es que el de blanco y negro...


Abrazos al servicio

César Bardés dijo...

Es cierto que choca un poco que en una historia de tanta turbiedad como la que propone Hitch resulta que no hay rubia cuando lo podría haber sido perfectamente la esposa del protagonista (creo que un papel mucho más dado a ese toque prohibido de las rubias del genial director que el de Ruth Roman, mucho más buena chica).
Pues como tú bien dices, si esta historia se rodara hoy en día y diera con un director no demasiado nervioso, el acercamiento sería muy frío, muy lujoso (se vio en "Las dos caras de enero" y en la citada "El talento de Ripley" incluso en algo un poco "outsider" como puede ser "El juego de Ripley" con Malkovich a la cabeza) y ese es el gran mérito de Hitch en "Extraños en un tren" y es que estamos en un ambiente lujoso, sin duda, pero no lo sacrifica todo a ello sino que le interesa "contar" y sobre todo "intrigar". Es el sello de un maestro, de los de verdad.
Hitch era bueno hiciese lo que hiciese. Incluso en blanco y color.
Abrazos al resto.