El
remordimiento puede ser en muchas ocasiones una pesada losa pero también se
puede convertir en el más potente motor para una búsqueda. Quizá porque el
fracaso sea la sombra de una tormenta de arena que se cierne sobre alguien que
siempre hizo lo que creyó correcto o, tal vez, porque solo así se pueden
ajustar cuentas con todos los cariños, con todo por lo que merecía la pena
tener agua, con todo por lo que se ha luchado y, desgraciadamente, se ha perdido.
El impulso se presenta a los pies de una sepultura y, allí, nace una promesa que
solo quiere lavar los pecados que nunca fueron enfrentados.
Una despedida que nunca debió
darse porque no se pronunciaron las palabras adecuadas, una farsa mantenida durante
años para que alguien a quien se ama no sufra, un escondite en algún lugar del
dolor para ocultar que no se ha cumplido con la misión encomendada y que, peor
aún, se ha colaborado activamente en hacerla fracasar. Destinos que son
llevados por la corriente para terminar en algún remanso de paz en trincheras
inéditas de conciencia que determinan nuevos principios, nuevas felicidades,
nuevos encuentros, nuevas misiones.
Morir no es un paso difícil
cuando no hay nada que te ate a la tierra. Esa tierra horadada que el maestro
del agua ha sabido destripar para tener cerca la moral líquida y el ánimo
recto. El camino es largo hasta los bordes de la resistencia y solo el
presentimiento hará pensar que el don está latente y los días pasados fueron
sueños que, en parte, se hicieron realidades. Y es que el mundo compite con la
voluntad continuamente, intentando derribar intenciones, machacando sin piedad
los impulsos. El heroísmo solo aparece cuando se le vence y todo queda en la
épica de un padre buscando el último tesoro que le resta en la tierra más
polvorienta de todas.
Russell Crowe debuta como
director con esta película y combina aciertos y errores con cierto sentido de la
sobriedad. Sabe colocar una cámara, sabe relajarse cuando él mismo se dirige,
sabe cuidar elementos secundarios como la música, la fotografía o el sonido
pero, sin embargo, yerra estrepitosamente al elegir a Olga Kurylenko de
compañera en una historia de amor que resulta increíble; desarrolla muy poco
algunos aspectos de la trama sobre los que, previamente, ha puesto énfasis; la
relación de su personaje con el militar turco está en los anales de lo absurdo;
tiene intención de dirigir bien las secuencias bélicas y resulta ingenuo y
torpe. El resultado es algo desequilibrado, brillante en algún momento aislado,
con ideas visuales interesantes y pasajes que no se molesta en explicar. Y es
que no es fácil darle el aliento épico a una historia que pide intimidades y,
desde luego, no hay tanta aventura impregnada de emoción en algo que está resuelto
con precipitación y poca alevosía. Tal vez porque confía demasiado en sí mismo
y cree que sus miradas tiernas bastan para impresionar o porque subestima al
espectador en unos sentimientos a los que apela con insistencia pero poca
fortuna. Lo cierto es que podría haber realizado una película de cierta clase
si el maestro del agua hubiera sido alguien más decidido, menos dirigido, con
secuencias menos incomprensibles y miradas más inteligentes. Pero eso es
difícil de ver cuando se está inmerso en un campo de batalla.
2 comentarios:
Pufff, no me apetecía nada ver esta película porque generalmente no me gusta demasiado Crowe y encima dirigido por si mismo podría resultar demasiado empacho. No obstante, la historia que contaba me resultaba atractiva en un principio, pero preferí esperar a que otros ojos me revelaran si mis peores presentimientos se confirmaban. Y veo que algo de eso hay.
Una pena que no saque provecho de la Kurylenko porque yo creo que tiene mucha presncia (obviamente física, pero quizá algo más) y que veo que tampoco se ha conseguido en esta ocasión.
Abrazos sedientos
La película es muy mediocre y, lo que es peor, está revestida de una cierta perfección formal que hace que te sea difícil caer en los enormes agujeros que tiene la historia y que Crowe se salta por la sencilla razón de que prefiere centrarlo todo en él mismo como actor de tirón. Ése es el peligro de actores que quieren pasarse al otro lado de las cámaras. La historia de amor con la Kurylenko es de lo más increíble (además de aburridamente estática) y hay muy poco de aventura en esta epopeya sobre un padre que quiere traer de vuelta a sus hijos muertos en la batalla de Gallipolli (con lo bien que le había quedado la película a Peter Weir). Esta sí que no merece la pena, Carpet. Como mucho, como sueles decir a menudo, un pase televisivo y va que se mata.
Abrazos bajo la tormenta de arena.
Publicar un comentario