miércoles, 24 de junio de 2015

KLUTE (1971), de Alan J. Pakula

Hay pocas oportunidades para darse cuenta de la oscuridad que habita en el interior de un amigo. John Klute tiene esa oportunidad. Se le encarga un caso de desaparición porque conoce a la víctima y va a tener que hurgar en los sótanos de su personalidad. Él es un detective privado, antiguo guardia de seguridad, que observa mucho y calla aún más. La discreción es su insignia. No se sabe muy bien si su retraimiento es fruto de su capacidad de análisis o, tal vez, de la perplejidad que emana de sus sucesivos descubrimientos. Pero es competente. Y comienza a tener la certeza de que no todo es blanco o negro, de que hay muchas tonalidades en el gris y de que él está en medio de esas tonalidades. John Klute es remiso pero no es cobarde.
Una de las cosas que sorprenden a Klute es la oscuridad que envuelve la gran ciudad. Sí, había ido algunas veces por cuestión de trabajo pero no había destapado las alcantarillas y no podía imaginar los sueños escondidos de esos millones de personas que se esconden detrás del cemento de sus casas. No era capaz de atisbar que las prostitutas hiciesen realidad los sueños de muchas represiones ahogadas por las apariencias. No puede creer que alguien que se dice amigo sea más propenso a la traición porque la ambición se mueve como pez en el agua en la jungla de coches, asfalto, marginación y frustración que late continuamente en la gran urbe. Las palabras no valen nada y no tienen ningún valor. Y eso Klute no lo comprende aunque sí desea entenderlo. Y, precisamente, es una prostituta, que se dedica a mentir, a fingir, a vender su cuerpo al que esté dispuesto a pagar, la que le enseña que hay palabras que son importantes, que se tienen que mantener, que existen refugios para las vidas desgraciadas, que el cobijo se busca de cualquier manera cuando el destino se extravía en la tupida lluvia del agobio urbano. No importa que uno se venda, lo que realmente importa es saber extraer lo positivo de la situación. Quizá el sacrificio merezca la pena si un anciano paladea durante unos instantes una realidad que se ha escapado admirando el cuerpo desnudo de la ramera. Quién sabe. Puede que hasta Klute tenga que buscar en sus instintos más bajos para descubrir que toda mentira tiene algo de verdad.

Con un ritmo deliberadamente lento, Alan J. Pakula dirigió esta película con un especial cuidado en la dirección de un reparto que está impresionantemente encabezado por Donald Sutherland y Jane Fonda. Ambos consiguen dotar de amplitud y de ambiente a una película triste, que arranca como un rutinario caso de investigación y termina siendo un descenso a los infiernos que descubre los intensos recovecos que pueblan el alma humana. Y, por primera vez, siente que la mentira tiene una piel suave de la que no querría jamás volver a despegarse. Aunque eso signifique un extraño y motivador sometimiento psicológico ante una mujer. 

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