Hay pocas oportunidades para
darse cuenta de la oscuridad que habita en el interior de un amigo. John Klute
tiene esa oportunidad. Se le encarga un caso de desaparición porque conoce a la
víctima y va a tener que hurgar en los sótanos de su personalidad. Él es un
detective privado, antiguo guardia de seguridad, que observa mucho y calla aún
más. La discreción es su insignia. No se sabe muy bien si su retraimiento es
fruto de su capacidad de análisis o, tal vez, de la perplejidad que emana de
sus sucesivos descubrimientos. Pero es competente. Y comienza a tener la
certeza de que no todo es blanco o negro, de que hay muchas tonalidades en el
gris y de que él está en medio de esas tonalidades. John Klute es remiso pero
no es cobarde.
Una de las cosas que sorprenden a
Klute es la oscuridad que envuelve la gran ciudad. Sí, había ido algunas veces
por cuestión de trabajo pero no había destapado las alcantarillas y no podía
imaginar los sueños escondidos de esos millones de personas que se esconden
detrás del cemento de sus casas. No era capaz de atisbar que las prostitutas
hiciesen realidad los sueños de muchas represiones ahogadas por las
apariencias. No puede creer que alguien que se dice amigo sea más propenso a la
traición porque la ambición se mueve como pez en el agua en la jungla de
coches, asfalto, marginación y frustración que late continuamente en la gran
urbe. Las palabras no valen nada y no tienen ningún valor. Y eso Klute no lo
comprende aunque sí desea entenderlo. Y, precisamente, es una prostituta, que
se dedica a mentir, a fingir, a vender su cuerpo al que esté dispuesto a pagar,
la que le enseña que hay palabras que son importantes, que se tienen que
mantener, que existen refugios para las vidas desgraciadas, que el cobijo se
busca de cualquier manera cuando el destino se extravía en la tupida lluvia del
agobio urbano. No importa que uno se venda, lo que realmente importa es saber
extraer lo positivo de la situación. Quizá el sacrificio merezca la pena si un
anciano paladea durante unos instantes una realidad que se ha escapado
admirando el cuerpo desnudo de la ramera. Quién sabe. Puede que hasta Klute
tenga que buscar en sus instintos más bajos para descubrir que toda mentira
tiene algo de verdad.
Con un ritmo deliberadamente
lento, Alan J. Pakula dirigió esta película con un especial cuidado en la
dirección de un reparto que está impresionantemente encabezado por Donald
Sutherland y Jane Fonda. Ambos consiguen dotar de amplitud y de ambiente a una
película triste, que arranca como un rutinario caso de investigación y termina
siendo un descenso a los infiernos que descubre los intensos recovecos que
pueblan el alma humana. Y, por primera vez, siente que la mentira tiene una
piel suave de la que no querría jamás volver a despegarse. Aunque eso
signifique un extraño y motivador sometimiento psicológico ante una mujer.
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