Es fácil publicar en prensa unas
cuantas letras a tamaño sensacionalista para decir que un tipo que no sabe casi
ni andar con soltura suelta unos mandobles de impresión. Al fin y al cabo, el
periódico no tiene puños y no se puede demostrar ni desmentir nada. También es
muy fácil todo lo contrario. Destapar, de repente, que ese mismo tipo ha sido
un fraude y que no merece ni el esfuerzo de ir a verlo pelear en un
cuadrilátero. La mafia del boxeo se encarga de todo. Aquí está un gigante con
pies de nata que no sabe pegar, no sabe moverse, no sabe pensar, se invierte un
montón de dinero en él y se coge a un buen agente de prensa para que se venda
el producto a tanto el kilo. Y este don nadie tiene muchos kilos. Cuando se
compran combates a precio de saldo, uno tras otro, es difícil creer que todo ha
sido un amaño continuo. Así que se encumbra al saco de carne. Luego se le pone
a un verdadero campeón y se le deja caer. Las apuestas, naturalmente, ya han
cambiado de lado. La fortuna asegurada. El negocio redondo. El tipo enviado de
vuelta a casa con una auténtica miseria en el bolsillo. Y el agente de prensa
con la conciencia malherida. Dinero maldito…siempre se necesita.
Y es que es ciertamente
complicado conjugar lo correcto con el dinero fácil. Qué más da si por el
camino se pierden unas cuantas viejas amistades o si el reproche cae sobre la
conciencia como un martillo pilón cada día. Cuando decides asociarte con un
sinvergüenza ya sabes cuáles pueden ser las consecuencias. Un periodista que,
antaño, tuvo algo de prestigio tiene que hacer algo para sobrevivir y si ese
algo es rodear a un paquete de elogios superlativos que parezcan sinceros…el
sobre no falta a fin de mes y eso es lo que cuenta. Aunque tal vez no.
Última película de Humphrey
Bogart, que rodó ya sabiendo que padecía cáncer y en la cual ya se pueden
apreciar algunos rasgos del mal que le estaba corroyendo, Más dura será la caída es la demostración de que en el mundo del
deporte nada es demasiado limpio, ni demasiado auténtico. Todo se mueve al
compás que mueve el dinero, incluso las conciencias que se venden y se compran
aprovechándose de la situación. La dirección de Mark Robson es muy certera y
muy precisa, colocando la cámara justo donde se necesita y la actuación de Rod
Steiger es agresiva y, quizás, sea uno de los pocos personajes que no dice la
verdad en ningún momento de la trama. Algo que no chirría en un mundo donde
todo se mueve por interés. Bien lo sabía Budd Schulberg, que escribió un guión
mordiente y veraz, neorrealismo de bajos fondos salpicados de la sangre de
cejas rotas y mentones magullados. Es lo que tiene encumbrar a un gigante
torpe. Cuando llega, la caída es mucho, mucho más dura. Tanto para él como para
aquellos que tienen conciencia de que la gente sufre, llora, lucha, siente y
pierde. Y pierde sin tongo de por medio, dando lo mejor de sí mismos.
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