viernes, 5 de junio de 2015

TOMORROWLAND. EL MUNDO DEL MAÑANA (2015), de Brad Bird

El futuro es un ayer que aún no se ha gastado. Y ofrece múltiples posibilidades que, a su vez, van cambiando según vamos dando cuerpo a nuestras decisiones. El futuro se disgrega, se agrega y se segrega. Es un maremágnum de incertidumbres que, poco a poco, se van convirtiendo en certezas ineludibles. Y el reto no está en tener un futuro. Está en hacer un futuro mejor para todos.
Pero para ello se necesitan algunas personas especiales. No vale cualquiera. Están excluidos todos aquellos que se conforman, que se niegan a la insistencia de la curiosidad, que aceptan lo que les viene sin pensar en otras posibilidades, que se rinden antes de empezar la lucha. Se necesitan exploradores, hombres y mujeres de verdad que creen que puede haber un mañana mejor porque entienden lo que pasa en el mundo, mujeres de la limpieza que saben que están haciendo algo más que un trabajo penoso, creadores que nos hagan pensar con cada una de sus palabras domadas, con cada una de sus pinturas perfiladas, con cada una de sus formas cinceladas. Se necesita gente con capacidad para soñar, para hacer que no se instale una idea pesimista porque dan la vuelta a todo con tal fuerza que la convierten en optimista, para transformar la más profunda oscuridad en una fuente de luz y de inspiración. Gente que sueñe de verdad y sepa soñar con todos los dones que tienen y todos sus defectos. Gente que haga que la esperanza sea una verdad.
Y no abundan. Son difíciles de encontrar porque cada vez están más escondidos y no son demasiados. Se les reconoce porque hacen que su trabajo sea algo más que un simple medio de ganarse la vida, porque su corazón late con tanta energía que consiguen transmitir su empuje a los demás, porque una idea no es fácil de fabricar y, sin embargo, ellos las tienen porque creen que ese es el mejor homenaje a la raza humana. Hay que buscarlos en la inocencia, en la intimidad, en el día que vuelve a salir  a pesar de que la gran mayoría acepta su destino sin preguntarse mucho más y se empeña en permanecer en el ocaso. Y todo se puede cambiar. Mientras haya tiempo. Mientras haya una mirada que atraviese el espacio en un mundo que siempre tiende a agotar sus mañanas.

Brad Bird ha conseguido con esta historia hacer un derroche de imaginación muy recomendable. Sin ser una película redonda, hay fantasía teñida de verdad, hay un examen de conciencia de la raza humana que deberíamos tener muy en cuenta, hay efectos visuales utilizados con sentido, hay sentimientos removidos con mesura y precisión. Y es que quizá él también sea un soñador porque no se ha conformado con hacer una película que se hubiera decantado por la ñoñería llevado por el olfato de la taquilla fácil sino que ha buscado algo más. Algo con fuerza suficiente como para crear universos paralelos, como para recordarnos todo lo maravilloso que atesoramos en nuestro interior e intentar no olvidarlo nunca. Tal vez digan que estoy equivocado. Puede ser. Pero me da igual. Porque a lo mejor yo también quiero una pequeña insignia que me abra las puertas de entrada del mundo del mañana. Y si no lo consigo con este artículo, puede que algún día lo consiga con algún gesto, con alguna ayuda o… con alguna idea.

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