El debate de "La gran evasión" sobre "Sucedió una noche", de Frank Capra, lo podéis seguir sin murallas de Jericó aquí.
La España aquella, que ya casi
nadie recuerda, en la que se iba a trabajar sin descanso y, finalmente, se
cobraban cuatro duros mal contados. Una España gris que hartaba a cualquiera y,
sin embargo, aún teníamos tiempo para la sonrisa, para hacer una radiografía de
unos cuantos oficinistas que llegan a desbordar el vaso y planear un atraco que
no puede ser más chapucero porque es español y, en eso, somos campeones. Los
personajes, trazados con tinta de escritorio, se mueven entre el entusiasmo y
la decepción pero no pierden la esperanza. En el fondo, son unos luchadores que
tienen mucho sentido del humor. El director, ya de vuelta de todo, que aún cree
que puede haber buenas personas por el mundo. El conserje, ilusionado con su
hijo que está a punto de nacer y que sacrifica un apéndice por salvar un golpe.
El tipo con iniciativa, ése que es un admirador, un esclavo, un amigo, un
siervo y que resulta ser el cerebro del atraco más desastrosamente ensayado de
la historia. El aprensivo que cree que todo va a salir mal y que tiene el miedo
permanentemente instalado en la mirada. El marido celoso que quiere hacerse
millonario rápidamente para que su mujer deje de tontear con el jefe. El
caradura que piensa que cualquier gachí es fácil y cualquier primo presta
dinero. La chica, sencilla y graciosa, que solo quiere terminar de pagar las
letras del televisor, comprarse un abrigo y hacerse un viaje a París…sueños de
sencillez en una España de buena gente aunque no falta el estúpido de turno que
habla con un tono aleccionador que merece un matasellos en la cara. Pero el
atraco es a las tres y hay que actuar con elegancia, como hacen los buenos
atracadores americanos.
La mujer siempre es una
tentación, para qué nos vamos a engañar. Basta con que una artista de cabaret
se ponga seductora para que actúe como el mayor pentotal sódico que uno pueda
imaginarse. Al hombre se le suelta la lengua como un perro en busca de la
liebre. Y ya está el lío armado porque una cosa es un atraco bienintencionado,
como solución para hacer realidad unos cuantos sueños en una España que se
empeña en ahogarlos. Y otra cosa es llegar para hacerse con el botín con
premeditación y alevosía, con armas de verdad, balas de verdad y ganas de
aprovecharse. No, hombre, no. En esta oficina aún somos honrados. Y eso se va a
demostrar con creces, señor director.
José María Forqué dirigió esta
espléndida película que fue un poco más allá en el intento de hacer una comedia
neorrealista con un reparto espectacular que, con cada gesto, intenta arrancar
la carcajada como si se tratara de atracar el humor que habita en nuestras
cajas fuertes. José Luis López Vázquez repasó las cuentas con diligencia y
realizó una de sus mejores interpretaciones, Alfredo Landa paseó su mirada
huidiza y timorata, Gracita Morales…cuánto la echamos de menos, Agustín
González hizo gala de sobriedad y sellos, Cassen no dejó de abrir la puerta a
todo cuanto entraba, Manuel Aleixandre hacía poco y requebraba mucho y José
Orjas nos regaló una mirada paternalista que, solo en manos de los grandes, se
puede tornar en otro chiste. Sin olvidar a Manuel Díaz González que resulta uno
de los pelotas más cargantes que se hayan visto nunca. Y aún decimos que en
España no sabemos hacer cine.
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