Todos sabemos que las películas que implican viajes en el tiempo
guardan alguna trampa. Cuando resulta que nos enfrentamos a una secuela de una
secuela de una secuela, la cosa ya resulta ciertamente una tomadura de pelo y
eso es lo que pasa cuando tienes a un abuelo como Arnold Schwarzenegger
repitiendo un papel que interpretó por primera vez hace un buen puñado de años.
Hay que dar explicaciones y las que se dan son bastante grotescas.
Para empezar ya se dice que lo
que hemos visto hasta ahora, nada de nada, que eso es una realidad paralela que
se ha modificado porque ya a los nueve años Sarah Connor tenía su Terminador de
juguete (por eso, el bueno de Arnie resulta tan viejo, no obsoleto). Luego
resulta que ha habido tantos viajes en el tiempo para acabar con Sarah y con su
hijito John que la cosa se torna un batiburrillo bastante curioso. Y, por
último, y ya para rizar el rizo de una saga a la que se le agotan las ideas más
allá de lo puramente visual, resulta que John Connor, por arte del progreso
asesino, no es tan bueno como parece. Así que, conclusión, se lucha para
cambiar un presente, para que no haya un futuro y resulta que el pasado no es
el que era.
Eso sí, explosiones,
espectacularidad, aunque muy poca sorpresa. Cierto oficio en algunas escenas,
algún que otro chiste y un final que, en teoría, acaba con todo pero que no
cuadra con el pasado ni de lejos. Cosas del cine.
Todo esto no tendría mayor
importancia si hubiera talento intentando sacar una última vuelta de tuerca a
la franquicia, pero es que todo ocurre un poco porque sí. Explicación rápida y
vamos al lío que es la acción. Bueno para el espectador palomitero y poco
exigente. Escaso, muy escaso para el que pide algo más. James Cameron lo entendió
muy bien hace más treinta años.
Y es que es difícil descubrir un
futuro en el que el héroe debería estar muerto pero ya no lo está y se hace
demasiadas preguntas que se quedan sin respuesta. Y las pocas que obtiene
provienen de una máquina que ha cuidado de una niña desde su más tierna
infancia. Conclusión: ¿las máquinas inteligentes serían capaces de desarrollar
sentimientos? Una incógnita científica que aún no tiene respuesta pero que, de
ser verdad, haría que el mundo fuera un lugar mucho más frío e inhóspito de lo
que, ya de por sí, suele ser. Y es que la guerra no saca lo mejor de cada hombre pero, en algunas ocasiones, la ficción
suele empeñarse en mostrar que sí, que la épica aún existe, que también está
presente en los futuros apocalípticos, que basta con que un hombre tenga un
motivo para dar lo mejor de sí mismo en las peores circunstancias. Tal vez
porque el ser humano tiene la capacidad del sacrificio consciente por los demás
y eso hace que tengamos un valor que permanece aún escondido para la mayoría de
los mortales. Más allá de eso, puede que el amor, en sí mismo, no sea tan
fundamental pero sí el amor en el momento adecuado. Incluso el amor a una
máquina que está diseñada para matar. El hombre y su eterna contradicción. Algo
que, quizá, por mucha conciencia que llegue a desarrollar la cibernética, nunca
podrá igualarse con el hombre.
Así que prepárense para una buena
ración de explosiones, de luchas al límite, de explicaciones repentinas y de
razonamientos peregrinos. Supongo que esto último es lo de menos cuando se va a
ver la quinta parte de esta historia de robots y tiempo que ya se agotó hace
algunos años. Es lo que tiene el cine, siempre quiere que los viejos años del
éxito vuelvan con fórmulas mágicas que se alejan mucho de la idea original. Muy
pocos lo han conseguido y, desde luego, aquí no lo han conseguido. Quizá
deberían poner en marcha la esfera del viaje por la quinta dimensión y volver a
plantearse la posibilidad de hacer esta película. Los demás nos ahorraríamos
tiempo y dinero. Y ellos las dos o tres células grises que han gastado
inventándose el producto.
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