Sin duda, el mundo está repleto de personas grises que pueblan sótanos
de tecnología y que guardan dentro de sí más virtudes de las que a primera
vista se pueden juzgar. Y es que el ser humano se mueve cada vez más por normas
preconcebidas. Si se es guapo, se es interesante. Si se es gordo, se es un
inútil indefenso. Si se es malo, se es tonto. Y estamos muy equivocados. No
todo reside en la elegancia a la hora de llevar un traje de etiqueta, ni en los
kilos de más que se delatan en cuando se vista más ajustado de lo habitual. Ni
siquiera en los quilates de maldad que se destilan cuando se está conspirando
contra cualquier potencia extranjera. Eso sí, aquí hay acción por toneladas.
Puede ser que alguien superara
con éxito todos los exámenes necesarios para ser un agente de campo del
espionaje internacional y prefiriera quedarse en el color gris para perderse en
los ojos azules de un tipo que sabía moverse con cierta elegancia por esos
mundillos de violencia y traición. Puede que haya algo dentro de uno mismo que
impulse a pasar a la acción, a no ser un espectador más o menos aventajado de
las aventuras ajenas. Ser el centro de la trama lleva un precio que no se suele
estar dispuesto a pagar y menos cuando en un sótano solo se tiene la amenaza de
unas cuantas ratas y algún que otro murciélago hambriento. La valentía y la
habilidad residen en uno mismo y solo hace falta dar un pequeño toque de ánimo
y ética para despertarlas.
Así que ahí la tenemos. Una mujer
de talla grande, de ambiciones pequeñas, de ojos enormes y vocabulario
imponente. De recursos, en principio, limitados que se van agrandando en cuanto
se siente a gusto en los ambientes elitistas del alto espionaje. Y resulta que
es una chica con ingenio en la cabeza, acostumbrada a la risotada más
despiadada y al silencio más hiriente, que sabe pegar y encajar y además tiene
que acostumbrarse a velocidad de bala a las maldades refinadas de unos cuantos
facinerosos que se empeñan en robar secretos, o bombas, o matar gente porque sí.
No es fácil para una gorda del quince.
Con ecos de James Bond, de la
reciente Kingsman e, incluso, de la
serie de Los vengadores, estamos ante
una película divertida, que va creciendo según avanza el metraje, con una
Melissa McCarthy estupenda, entregada y capaz de llevar la función por sí sola
y no quedarse en el mero chiste del sobrepeso sometido a presión asesina. Hay
momentos realmente divertidos, otros que no tanto, acción bien llevada y, lo
que es aún mejor, bien rodada. Estorba un poco el excesivo Jason Statham pero
eso no importa en una película concebida para pasárselo bien sin dar más
importancia al tiempo que la seguridad de haber aprovechado unos minutos
placenteros, ligeros y muy soportables. Es lo que tiene la vida de los espías
aunque les haya fallado la dieta, que es apasionante aunque todo sea puro
cuento.
Y es que no es fácil colocar en
medio de una intriga al uso a una heroína que se aleja peligrosamente de los
cánones establecidos aunque tenga facultades para dedicarse al oficio de correr,
saltar, liquidar, fingir, conquistar y hacer el ridículo. Hay muchos delgaditos
del demonio que ya quisieran moverse como se mueve ella, con esa soltura, con
ese garbo y con esa agudeza en la palabra que hace que hasta los más perversos
se queden anonadados con esta espía de kilos, recursos, kilos, suerte, kilos,
destreza y kilos. El relleno está dedicado a persecuciones, caídas (más
graciosas si tenemos en cuenta los kilos), explosiones, repentinos giros (no
muy rápidos porque la cintura tarda en darse la vuelta) y, sin duda, la
sorpresiva comprobación de que alguien con tanto peso acaba siendo
irremediablemente atractivo, abrumadoramente terco, incisivamente divertido y
hasta certeramente implacable si es necesario. Y es que los kilos no perdonan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario