jueves, 2 de julio de 2015

ESPÍAS (2015), de Paul Feig

Sin duda, el mundo está repleto de personas grises que pueblan sótanos de tecnología y que guardan dentro de sí más virtudes de las que a primera vista se pueden juzgar. Y es que el ser humano se mueve cada vez más por normas preconcebidas. Si se es guapo, se es interesante. Si se es gordo, se es un inútil indefenso. Si se es malo, se es tonto. Y estamos muy equivocados. No todo reside en la elegancia a la hora de llevar un traje de etiqueta, ni en los kilos de más que se delatan en cuando se vista más ajustado de lo habitual. Ni siquiera en los quilates de maldad que se destilan cuando se está conspirando contra cualquier potencia extranjera. Eso sí, aquí hay acción por toneladas.

Puede ser que alguien superara con éxito todos los exámenes necesarios para ser un agente de campo del espionaje internacional y prefiriera quedarse en el color gris para perderse en los ojos azules de un tipo que sabía moverse con cierta elegancia por esos mundillos de violencia y traición. Puede que haya algo dentro de uno mismo que impulse a pasar a la acción, a no ser un espectador más o menos aventajado de las aventuras ajenas. Ser el centro de la trama lleva un precio que no se suele estar dispuesto a pagar y menos cuando en un sótano solo se tiene la amenaza de unas cuantas ratas y algún que otro murciélago hambriento. La valentía y la habilidad residen en uno mismo y solo hace falta dar un pequeño toque de ánimo y ética para despertarlas.
Así que ahí la tenemos. Una mujer de talla grande, de ambiciones pequeñas, de ojos enormes y vocabulario imponente. De recursos, en principio, limitados que se van agrandando en cuanto se siente a gusto en los ambientes elitistas del alto espionaje. Y resulta que es una chica con ingenio en la cabeza, acostumbrada a la risotada más despiadada y al silencio más hiriente, que sabe pegar y encajar y además tiene que acostumbrarse a velocidad de bala a las maldades refinadas de unos cuantos facinerosos que se empeñan en robar secretos, o bombas, o matar gente porque sí. No es fácil para una gorda del quince.
Con ecos de James Bond, de la reciente Kingsman e, incluso, de la serie de Los vengadores, estamos ante una película divertida, que va creciendo según avanza el metraje, con una Melissa McCarthy estupenda, entregada y capaz de llevar la función por sí sola y no quedarse en el mero chiste del sobrepeso sometido a presión asesina. Hay momentos realmente divertidos, otros que no tanto, acción bien llevada y, lo que es aún mejor, bien rodada. Estorba un poco el excesivo Jason Statham pero eso no importa en una película concebida para pasárselo bien sin dar más importancia al tiempo que la seguridad de haber aprovechado unos minutos placenteros, ligeros y muy soportables. Es lo que tiene la vida de los espías aunque les haya fallado la dieta, que es apasionante aunque todo sea puro cuento.

Y es que no es fácil colocar en medio de una intriga al uso a una heroína que se aleja peligrosamente de los cánones establecidos aunque tenga facultades para dedicarse al oficio de correr, saltar, liquidar, fingir, conquistar y hacer el ridículo. Hay muchos delgaditos del demonio que ya quisieran moverse como se mueve ella, con esa soltura, con ese garbo y con esa agudeza en la palabra que hace que hasta los más perversos se queden anonadados con esta espía de kilos, recursos, kilos, suerte, kilos, destreza y kilos. El relleno está dedicado a persecuciones, caídas (más graciosas si tenemos en cuenta los kilos), explosiones, repentinos giros (no muy rápidos porque la cintura tarda en darse la vuelta) y, sin duda, la sorpresiva comprobación de que alguien con tanto peso acaba siendo irremediablemente atractivo, abrumadoramente terco, incisivamente divertido y hasta certeramente implacable si es necesario. Y es que los kilos no perdonan.

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