Un empleado que roba a un
empresario para ascender y, de paso, casarse con su hija. Desde luego, hay
cosas que no tendrían perdón. La mujer del empresario no se entera de nada. La
hija del empresario que no conoce de nada al empleado. La doncella que se casa
con un potentado. El masajista con esa cara…esa cara de…zanahoria mustia, ya
saben. Uno de esos tipos a los que les hablas y no sabes si se está enterando o
su cerebro echa humo intentando comprender una cosa tan simple. La novia del
empleado que no es hija del empresario pero que sí lo es porque, al fin y al
cabo, el empresario era un bala perdida en su juventud. Y para liarlo aún más
todo, una maleta, dos maletas, tres maletas. Y nadie sabe cuál es la suya
aunque es posible que lo sean las tres. ¿Quieren ver una comedia de enredo tan
buena que les hará llorar de risa? La opción es esta. No se lo piensen más y
déjense de darle vueltas al lío de fulanita con menganito, al hijo que no les
trae más que disgustos y al pedazo de trozo de cacho de madera quemada que es
su jefe. Pasen a la residencia de lujo de Oscar y cuiden de que la risa no se
les caiga partida de ídem.
Y es que es agotador ir de aquí
para allá intentando encontrar la maleta de las joyas. Maldito Christian. El
tio ha ido estafando de aquí y allá con los pomos de las puertas y se ha
quedado con un pellizco…claro que, para pellizcos, el que él piensa dar en el forroglasp
de la hija del señor Barnier. Y a través del más sucio chantaje. Y encima pretende
casarse con su hija. No, no, no, de ninguna manera…aunque claro, las joyas
tiran más que cualquier otra cosa. Sí, sí, incluso podríamos decir que más que
una hija. Solo hace falta que cada uno siga directamente las órdenes del señor
Barnier pero incluso es difícil que eso ocurra porque vivimos en un mundo de
estúpidos que solo hacen estupideces y eso lleva a la desesperación al señor
Barnier que está al borde del ataque de nervios imaginando que se puede estirar
su nariz, ya de por sí parecida a la del narigudo ese del teatro.
Louis de Funes, habitualmente más
pasado de rosca que el tornillo de mi tendedero, realiza aquí una maravillosa
interpretación del atribulado señor Barnier, un empresario que termina agotado
con las idas y venidas de un buen montón de gente que le rodea y que,
desgraciadamente, todos tienen algo que esconder. Pero, sin duda, Barnier es un
tipo de recursos y trata de que todo encaje a la perfección. Funes también lo
era y le da mucha vida a su personaje consiguiendo ser histriónico cuando la
trama lo merece (por mucho dinero que tenga Barnier, no está a salvo de las más
bajas pasiones, las más reprochables ambiciones e, incluso, de los más
hilarantes ataques de ansiedad del cine) y atinado en sus reacciones. El
resultado es una comedia muy divertida, que, a ratos, bordea la genialidad y
que consigue ser el escenario perfecto de unas buenas carcajadas con algo de
histerismo dentro en un escenario tan decadente como retorcido por unas buenas
escaleras. Entren, señores, entren. Y tengan cuidado de no tropezar con las
maletas que se hallan esparcidas por los rincones.
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