Llega ya el verano más profundo y las visitas caen porque todos estamos deseando mirar un paisaje de montaña o tumbarnos al sol con la arena como confidente así que vamos a cerrar el blog hasta el martes día 1 de septiembre cuando nos volveremos a encontrar para hablar de mucho cine y, seguramente, de bastante libertad. No dejéis de ir al cine. Estoy cada día más convencido de que si la gente fuera más al cine no se pensarían tantas barbaridades ni se estaría tan dispuesto a sacrificar la libertad por un plato de lentejas. Seamos libres. Vayamos al cine.
Monsieur Hulot es un especialista
perdiéndose en los nuevos tiempos. Me pregunto qué le pasaría de vivir en una
sociedad tecnológica como la de hoy en día. Tal vez se quedaría estupefacto de
cómo en la era de la comunicación estamos más solos que nunca. Quizá se
asombraría con esa permanente postura de perplejidad que le caracteriza al
asistir a cómo nos hemos complicado la vida intentando hacerla más cómoda.
Hemos prescindido de las relaciones cara a cara, los coches se mueven de un
lado a otro con impensable prisa, pasamos el tiempo mirando una pantalla de
ordenador que, increíblemente, es una caja aún más tonta que la televisión.
Hemos diseñado casas imposibles para renovar una estética que, desde entonces,
ha sido insuperable. Tanto es así que, incluso, podemos estar viviendo dentro
de una viñeta de cómic. Cada casa, una viñeta. Cada avance, una casa. Las
aceras parecen cada más desnudas porque solo devuelven el eco de unas pisadas
presurosas. Ya no hay tiempo para la charla, para la atención, para el vecino
que nos desea buenos días. Pasamos de largo. Tenemos obsesión con el orden.
Vamos a un edificio y un señor con librea nos envía a una viñeta. Bajamos en un
ascensor en el que nos evitamos las miradas. Las calles parecen estar trazadas
con tiralíneas y el cielo comienza a asumir el color del acero que nos
empeñamos en levantar en forma de edificio. Ya no queda tiempo para el juego,
para dar un poco de respiro a la tranquilidad de hablar, al placer de la
charla, al lujo del asiento cómodo con una buena pipa.
Prisas, prisas, prisas. Si
tuviéramos una cámara puesta en plano cenital sobre nuestras calles veríamos
que no hay mucha diferencia entre nosotros y una manada de ovejas. Las
preguntas deben ser rápidas y concisas, igual que las contestaciones. Se
prescinde de la sonrisa y de la amabilidad. Todo es metálico, hueco, vacío, sin
sustancia, sin sabor. Incluso un rato de relajación en un restaurante puede
convertirse en una lucha contra el reloj después de pasar por el escaparate de
la arrogancia y de la apostura. La estupidez del hombre moderno frente a lo que
nos hace realmente humanos. Relacionarse con tiempo para los demás. Establecer
las reglas de un tiempo que tiene la obligación de pasar despacio es una tarea
inútil para quien gusta de las relaciones con sus prójimos. Coja la gabardina,
Monsieur Hulot, ya no hay sitio para nadie. Y para usted menos.
El gran Jacques Tati se arruinó
con la producción de esta película. Construyó el mayor decorado en exteriores
que conoció el cine frances con más de diez mil metros cuadrados ocupados, se
obsesionó con su historia hasta tal punto que le llevó más de siete meses
editar la imprescindible banda sonora llena de ruidos impersonales. Nadie
entendió que Hulot, en el fondo, con una sonrisa de señor muy amable, quisiera
criticar una sociedad que funcionaba con botones y que marchaba hacia delante,
hacia la máxima expresión de confortabilidad. Y él estaba convencido de que
había que volver al sofá, al café, a la conversación, al tacto del tiempo, al
sabor del aprendizaje calmado. Monsieur
Hulot…deje usted de mirarnos así, con las manos en su cadera, con su gorrito,
con sus pantalones pesqueros y su pipa sin humo. Ya no nos queda vergüenza ni
para mirarle.
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