viernes, 17 de julio de 2015

PLAYTIME (1967), de Jacques Tati

Llega ya el verano más profundo y las visitas caen porque todos estamos deseando mirar un paisaje de montaña o tumbarnos al sol con la arena como confidente así que vamos a cerrar el blog hasta el martes día 1 de septiembre cuando nos volveremos a encontrar para hablar de mucho cine y, seguramente, de bastante libertad. No dejéis de ir al cine. Estoy cada día más convencido  de que si la gente fuera más al cine no se pensarían tantas barbaridades ni se estaría tan dispuesto a sacrificar la libertad por un plato de lentejas. Seamos libres. Vayamos al cine.

Monsieur Hulot es un especialista perdiéndose en los nuevos tiempos. Me pregunto qué le pasaría de vivir en una sociedad tecnológica como la de hoy en día. Tal vez se quedaría estupefacto de cómo en la era de la comunicación estamos más solos que nunca. Quizá se asombraría con esa permanente postura de perplejidad que le caracteriza al asistir a cómo nos hemos complicado la vida intentando hacerla más cómoda. Hemos prescindido de las relaciones cara a cara, los coches se mueven de un lado a otro con impensable prisa, pasamos el tiempo mirando una pantalla de ordenador que, increíblemente, es una caja aún más tonta que la televisión. Hemos diseñado casas imposibles para renovar una estética que, desde entonces, ha sido insuperable. Tanto es así que, incluso, podemos estar viviendo dentro de una viñeta de cómic. Cada casa, una viñeta. Cada avance, una casa. Las aceras parecen cada más desnudas porque solo devuelven el eco de unas pisadas presurosas. Ya no hay tiempo para la charla, para la atención, para el vecino que nos desea buenos días. Pasamos de largo. Tenemos obsesión con el orden. Vamos a un edificio y un señor con librea nos envía a una viñeta. Bajamos en un ascensor en el que nos evitamos las miradas. Las calles parecen estar trazadas con tiralíneas y el cielo comienza a asumir el color del acero que nos empeñamos en levantar en forma de edificio. Ya no queda tiempo para el juego, para dar un poco de respiro a la tranquilidad de hablar, al placer de la charla, al lujo del asiento cómodo con una buena pipa.
Prisas, prisas, prisas. Si tuviéramos una cámara puesta en plano cenital sobre nuestras calles veríamos que no hay mucha diferencia entre nosotros y una manada de ovejas. Las preguntas deben ser rápidas y concisas, igual que las contestaciones. Se prescinde de la sonrisa y de la amabilidad. Todo es metálico, hueco, vacío, sin sustancia, sin sabor. Incluso un rato de relajación en un restaurante puede convertirse en una lucha contra el reloj después de pasar por el escaparate de la arrogancia y de la apostura. La estupidez del hombre moderno frente a lo que nos hace realmente humanos. Relacionarse con tiempo para los demás. Establecer las reglas de un tiempo que tiene la obligación de pasar despacio es una tarea inútil para quien gusta de las relaciones con sus prójimos. Coja la gabardina, Monsieur Hulot, ya no hay sitio para nadie. Y para usted menos.

El gran Jacques Tati se arruinó con la producción de esta película. Construyó el mayor decorado en exteriores que conoció el cine frances con más de diez mil metros cuadrados ocupados, se obsesionó con su historia hasta tal punto que le llevó más de siete meses editar la imprescindible banda sonora llena de ruidos impersonales. Nadie entendió que Hulot, en el fondo, con una sonrisa de señor muy amable, quisiera criticar una sociedad que funcionaba con botones y que marchaba hacia delante, hacia la máxima expresión de confortabilidad. Y él estaba convencido de que había que volver al sofá, al café, a la conversación, al tacto del tiempo, al sabor del aprendizaje  calmado. Monsieur Hulot…deje usted de mirarnos así, con las manos en su cadera, con su gorrito, con sus pantalones pesqueros y su pipa sin humo. Ya no nos queda vergüenza ni para mirarle.

No hay comentarios: